Pulso por la natalidad entre judíos y palestinos en Jerusalén

La población árabe crece más que la hebrea, pero las ultraortodoxas tienen 4,28 hijos por mujer, frente a los 3,23 hijos de las palestinas

Un grupo de judíos reza en el Muro de las Lamentaciones ABC

FRANCISCO DE ANDRÉS

Con la congelación del proceso de paz, la batalla política por Jerusalén se desarrolla desde hace años casi exlusivamente en los despachos de los arquitectos y en las maternidades. Israel quiere a toda costa volcar a su favor la balanza de población en la ciudad santa de las tres religiones monoteístas, y mantiene una estrategia urbanística consistente, sin grandes matices, en favorecer la construcción de barrios judíos y entorpecer las nuevas viviendas palestinas.

De los 883.000 habitantes del censo de Jerusalén a finales de 2016, un 63 por ciento eran judíos y un 37 por ciento árabes , en su mayoría musulmanes, aunque los cristianos tratan de defender sus posiciones con la ayuda del mundo católico. En el segmento hebreo –y este es un fenómeno que contempla preocupada la sociedad israelí laica– sube progresivamente la proporción de los ultraortodoxos, dedicados al estudio de la religión, a eludir la mili, y protegidos por las ayudas estatales.

En términos globales, la actual relación de 6 a 4 entre judíos y árabes tiende a igualarse debido a otro fenómeno interesante: la pugna por la natalidad (lo que tradicionalmente se ha denominado la «bomba demográfica» palestina frente a la atómica israelí). Aquí la propaganda de los medios ultraortodoxos judíos de Jerusalén surte más efecto que su voz de alerta en la diáspora. Las mujeres judías de la ciudad tienen una media de 4,28 hijos, frente a la nada despreciable cifra de 3,23 hijos de las palestinas.

Desde la Ley de Jerusalén de 1980 , Israel considera la ciudad como una entidad y un único municipio. La división entre el oeste y el este –habitado por los árabes, y que comprende la ciudad vieja– es una posición de principio para las autoridades palestinas y para la comunidad mundial, pero no para Israel. Lo paradójico del caso es que, en realidad, es solo una posición de principio para las autoridades hebreas, ya que basta una breve visita a Jerusalén para advertir que –de hecho– el este árabe y el oeste judío son dos entidades y dos mundos completamente distintos y ajenos entre sí.

A la cura de realidad se suma el carácter intangible de la historia de Jerusalén como cuna del judaísmo y del cristianismo y tercer lugar santo del islam, que ningún reviosionismo puede manipular.

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