Trump envió en secreto al jefe de los espías para ver a Kim Jong-un

El director de la CIA preparó con el dictador la entrevista entre los mandatarios

Mike Pompeo REUTERS

MANUEL ERICE

La labor de espionaje se está imponiendo a la diplomacia en el trabajo previo para sentar las bases de una nueva relación entre Estados Unidos y Corea del Norte. Las características del país que se pretende incorporar al orden internacional, después de décadas de oscuro hermetismo, obligan a actuar de modo menos convencional. Pero la decidida falta de confianza de Donald Trump en los políticos y los diplomáticos al uso también está siendo determinante. Para avanzar en la histórica entrevista que mantendrá con Kim Jong-un, el presidente outsider se decantó por enviar al jefe de los espías, Mike Pompeo, entonces aún director de la CIA, al mismo corazón de Pyongyang, donde mantuvo un secreto cara a cara con el dictador. Las preferencias de Trump por la eficacia de quienes trabajan en la sombra se había confirmado muy poco antes, cuando nominó al propio Pompeo para ser su secretario de Estado, en sustitución de Rex Tillerson.

La Casa Blanca tuvo que corregir hoy al propio presidente, que en su tuit anunciador de la buena nueva había situado la sorpresiva entrevista en «la semana pasada». En realidad, fue en Semana Santa, a finales de marzo , cuando Pompeo se miró a los ojos con Kim Jong-un, en una entrevista que sienta las bases de la esperada cumbre. Desde el año 2000, cuando la secretaria de Estado de Bill Clinton, Madeleine Albright, visitó al entonces dictador, Kim Jong-Il, padre del actual líder norcoreano, no se había producido una entrevista entre representantes de ambos países con tanto rango.

«Principios de junio»

Las palabras que intercambiaron Pompeo y el dictador norcoreano no han resuelto aún los principales detalles de la entrevista, para la que se mantienen aún muchas dudas abiertas. Trump se refirió a «principios de junio» cuando fue preguntado por una posible fecha. Aunque no descartó que pudiera ser antes. El lugar del encuentro ofrece todavía más complejidad. Según el presidente, se están barajando cinco posibles lugares , «ninguno de ellos en Estados Unidos». Asia y Europa cubren todas las posibilidades. Desde la zona desmilitarizada que separa a las dos Coreas, en torno al llamado Paralelo 38, hasta países asiáticos donde ya se han celebrado otros encuentros similares entre norteamericanos y norcoreanos, como es el caso de Singapur, conforman la opción asiática. Aunque también se ha apuntado a Ulán Bator, capital de Mongolia, como posibilidad cierta. Asimismo, están sobre la mesa Suiza y Suecia, países europeos que tradicionalmente acogen conversaciones de paz o reuniones al más alto nivel entre países y organizaciones enfrentados. Entre los principales condicionantes que se plantean, se encuentra la precaución del dictador norcoreano, cuya reciente visita a Pekín fue su primera salida oficial. Los preparativos de otro viaje fuera del país, previsiblemente también en tren, volverán a poner en jaque a todo su servicio de seguridad.

Donald Trump no oculta su optimismo. Aun admitiendo que todo puede ser para nada, es consciente del momento histórico que se abre para terminar con 65 años de algo más que una simple guerra fría. Si hay algo que alimenta el ego del ocupante del Despacho Oval, es mostrar al mundo que puede resolver problemas nunca resueltos por sus antecesores. Es el continuo desafío a la clase política del hombre que aterrizó inopinadamente en el establishment. El acercamiento entre Estados Unidos y Corea del Norte corre en paralelo a las conversaciones iniciadas por Pyongyang y Seúl, los eternos enemigos, en busca de un acuerdo de paz que borraría de un plumazo décadas de hostilidad. Técnicamente, las dos Coreas siguen en guerra porque nunca se firmó el tratado de paz, cuando pararon las balas en 1953. Más precisamente, Corea del Norte está en guerra con Estados Unidos, porque fue Washington, en nombre de Corea del Sur, el que suscribió el armisticio.

Aunque es el freno a la carrera nuclear de su vecino del norte, un quebradero de cabeza para toda la comunidad internacional las últimas décadas, el gran objetivo de unas conversaciones que pondrán sobre la mesa exigencias de ambas partes no siempre fáciles de cumplir. La desnuclearización de la Península de Corea, eje central de las conversaciones para hacer historia, ha sido precisamente el compromiso planteado por Kim Jong-un para que sea una realidad lo que hasta hace apenas meses parecía impensable. Estados Unidos, que no se fía, va a mantener su actual presión diplomática y económica. Aunque el logro de una Corea del Norte sin armas nucleares, algo no tan inalcanzable hoy para Pyongyang, puede obligar a Washington a algunas cesiones. Como desmontar misiles que actualmente apuntan directamente a su país. Una petición complicada de satisfacer, entre otras cosas porque los intereses de Estados Unidos en Asia van mucho más allá de la península coreana. La reducción de tropas norteamericanas, muy relacionada con la anterior, ha sido otra de las demandas de Pyongyang en el pasado, que siempre se ha encontrado con la tajante negativa de Washington.

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