Pedro Rodríguez - DE LEJOS

Brexit como síntoma

El pulso de Boris Johnson forma parte de una profunda crisis de representatividad democrática

Pedro Rodríguez

La saga del Brexit –que tras cuatro años de estrepitoso fracaso político ha terminado por consumir y monopolizar la identidad nacional del Reino Unido– se puede explicar de muchas formas. En la construcción de todo este disparatado laberinto han colaborado el nacional-populismo bajo la bandera de la incompetencia radical, el apalancamiento en viejas cuestiones identitarias y mentiras, la ineptitud cortoplacista de la clase política y la negligencia dolosa de las élites británicas.

Dentro de la lista de factores requeridos para explicar algo tan complejo y absurdo como Brexit habría también que incluir la crisis de representación (y de mediación) que sufren muchas democracias occidentales. Entre los efectos más perniciosos de este ajuste de cuentas dominado por la desconfianza, se está logrando destruir la credibilidad de instituciones y actores políticos fundamentales en la vida pública. Y lo que es peor, se alienta la peligrosa idea de que las reglas democráticas han dejado de funcionar.

Un buen ejemplo cargado de ironía es la reciente suspensión de la legislatura en Westminster para dificultar y evitar la resistencia parlamentaria a un Brexit duro, no negociado con Bruselas. Para los opositores de Boris Johnson se trata de una decisión tan legal como tramposa. A juicio de estos disidentes, el «premier» cuyo liderazgo no es fruto de las urnas está cometiendo un gravísimo abuso de derechos fundamentales por ignorar al Parlamento y carecer de un mandato democrático para dar un portazo a la Unión Europea.

Boris, por supuesto, considera que la etiqueta de antidemocrática corresponde a la oposición. El primer ministro insiste en que en el referéndum del 2016 vertebró una mayoría se pronunció a favor del Brexit. Y él es la figura providencial que hará realidad el deseo de esa escueta mayoría, restaurando confianza en la tan cuestionada democracia británica. Y si el Parlamento se lo impide, en su retorcida lógica populista, el atentado contra la democracia lo estarían perpetrando los miembros del Legislativo «prorrogado». De nuevo, el embuste de las élites diabólicas contra el pueblo soberano.

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