Pedro Rodríguez - DE LEJOS

No tan deprisa

Cuando se pone a prueba una democracia como la de Estados Unidos, se aprecia el espíritu de 1787

PEDRO RODRÍGUEZ

Con intención de entender el actual ciclo político en Estados Unidos, un diplomático me preguntaba hace unos días: “A mí lo que de verdad me gustaría saber es qué ha pasado durante los ocho años de Obama para haber terminado en Trump”. Ante una cuestión tan demoledora, es imposible no empezar por reconocer una profunda crisis de descrédito, especialmente entre instituciones que ejercen esas funciones de mediación, representación y control tan necesarias para la siempre complicada dinámica política que requiere una democracia. Sobre todo, en contraste de la simpleza aplastante que caracteriza a los regímenes autoritarios.

Jueces, periodistas, academia, think tanks, funcionarios, parlamentarios y expertos en general están siendo encasillados en el epicentro de este tsunami de desconfianza. Una crisis que tiene causas muy reales y dolorosas en Estados Unidos, lo cual no quita para haber sido grotescamente instrumentalizada por la ruidosa palanca populista utilizada por Donald Trump para llegar hasta la Casa Blanca.

Los tribunales federales volvieron ayer a emitir un “no tan deprisa” a la Administración Trump en su esfuerzo por abordar de la forma más radical posible (incluso ilegal) la reforma del sistema de inmigración de Estados Unidos. Cuando un juez afirma que no son aceptables todas las ocurrencias del ocupante de la Casa Blanca, está reafirmando el espíritu de la Constitución de 1787. Un sistema político diseñado fundamentalmente bajo la obsesión de evitar la acumulación –y el inevitable abuso– de poder.

Hay una anécdota tan antigua que debe ser cierta y que estos días de inquietante zozobra en Washington suele repetirse con asiduidad. Al terminar las deliberaciones constitucionales celebradas en Filadelfia entre mayo y septiembre de 1787, una tal señora Powell con fundada curiosidad preguntó a Benjamin Franklin a qué acuerdo se había llegado para organizar el gobierno de la nueva nación. Y la respuesta del más genial de todos los padres fundadores fue: “Una república, si es que podéis conservarla”. A sus 81 años, Franklin sabía que la libertad es mucho más trabajosa.

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