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Muere Fidel Castro, un tirano embaucador

El líder de la revolución cubana y de la única dictadura de Occidente ha muerto en La Habana. Se sirvió del marxismo para imponer un régimen totalitario que ha llevado a Cuba al borde del colapso económico

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Era medianoche en La Habana cuando un atribulado Raúl Castro, vestido de verde oliva, anunciaba a los cubanos por televisión la muerte de su hermano mayor y comandante en jefe de la revolución cubana. Muchos ciudadanos en la isla se fueron a dormir sin saber que Fidel Castro, de 90 años y artífice de la única dictadura comunista de Occidente, murió este viernes a las 22:29 hora local (04:29 hora peninsular española), en La Habana. Por el momento se desconoce la causa exacta del óbito y si fue en su casa o en el hospital.

En Miami, la euforia por la noticia se mezclaba entre los exiliados con la tristeza por no vislumbrar cambios en la isla a corto plazo.

Partidarios y detractores del castrismo se enfrentaron durante una concentración este sábado ante la embajada de Cuba en Madrid. La calma y la actividad propia de los fines de semana, con numerosos cubanos de charla en el Malecón habanero, eran la nota dominante en la capital cubana horas después del histórico y no inesperado anuncio de la muerte de Fidel Castro.

El gran exportador de revoluciones estaba muy débil desde que una grave enfermedad intestinal lo apartó del poder en julio de 2006 y tuvo que sucederle su hermano menor y número dos en todas sus aventuras, que hoy tiene 85 años. Las últimas imágenes del dictador eran del pasado día 15, cuando recibió en su residencia de Punto Cero al presidente de Vietnam, Tran Dai Quang. Y la última vez que apareció en un acto público fue el 13 de agosto, día de su cumpleaños, en un acto en un teatro de La Habana. Fidel Castro se había convertido en objeto de una suerte de «turismo político»: recibía numerosas visitas de líderes internacionales, en las que se le veía encorvado y con dificultades de movilidad.

El régimen cubano ha decretado nueve días de luto oficial. Las cenizas de Castro recorrerán la isla para que quien lo desee –o se sienta obligado– le rinda tributo, hasta que sean enterradas el próximo 4 de diciembre en el cementerio de santa Ifigenia de Santiago de Cuba, cuna de la revolución. Castro, convertido en cenizas, recorrerá el mismo camino, pero a la inversa, que hizo entre Santiago y La Habana cuando derrocó al dictador Fulgencio Batista el 1 de enero de 1959.

La oposición teme un aumento de la represión y lamenta no ver cambios cercanos. Guillermo Fariñas, premio Sajarov, advirtió que «habrá más represión, varios hermanos de lucha tienen sus casas vigiladas, no los dejan salir». Berta Soler, líder de las Damas de Blanco, declaró que «aquí no cambia nada. La única buena noticia es que tenemos un dictador menos, pero aún nos queda otro». Para José Daniel Ferrer, dirigente de la Unión Patriótica de Cuba, su muerte significa «poco» porque los ciudadanos ya se habían acostumbrado a su ausencia. Sin embargo, al tratarse del «símbolo principal del régimen», su desaparición puede ser interpretada como una ocasión para «hacer más reclamaciones». La periodista independiente Miriam Leiva ve su desaparición como «la esperanza de un futuro mejor» en el país. Archivo Cuba, una organización sin ánimo de lucro, recordó «a los miles de cubanos muertos y desaparecidos por el castrismo, incluyendo a las víctimas de la subversión y el terrorismo que ha exportado por el mundo».

El fallecimiento de Castro ocurrió casi dos años después de que su sucesor y Barack Obama anunciaran por sorpresa el restablecimiento de las relaciones diplomáticas entre Cuba y Estados Unidos para acabar con el último vestigio de la Guerra Fría. El líder castrista reaccionó al histórico anuncio con un «no confío en la política de Washington pero no rechazo el acercamiento» al eterno enemigo.

Reacción de Trump

La primera reacción del presidente electo de Estados Unidos, Donald Trump, fue declarar a Fidel Castro un «brutal dictador» que «oprimió a su propio pueblo» y dejó «un legado de fusilamientos, robo, sufrimiento inimaginable y pobreza». Trump, que ha amenazado con revertir la apertura hacia la isla de Obama, se comprometió este sábado a hacer «todo lo posible para asegurar que el pueblo cubano pueda iniciar finalmente su camino hacia la libertad».

En el lado opuesto, Venezuela, principal aliado de Cuba en el continente, recibió con «tristeza» el fallecimiento del expresidente, a quien Nicolás Maduro describió como un «hombre admirable del siglo XX que ha marcado el siglo XXI». Maduro, que dijo que los chavistas «nos sentimos sus hijos», unió la figura de Fidel Castro a la de Hugo Chávez: juntos «construyeron» la Alianza Bolivariana para los Pueblos de Nuestra América (ALBA), Petrocaribe y «dejaron abonado el camino de la liberación» de sus pueblos.

El régimen totalitario cubano solo es superado en el tiempo por el de los Kim en Corea del Norte. Anclado en la recurrente rivalidad con EE.UU., después de ver desfilar a once inquilinos en la Casa Blanca, Castro dejó a la que fue una isla próspera al borde del colapso económico. Tanto, que cerca de dos millones de cubanos –en un país de once millones– abandonaron el país durante casi estos 58 años, paradójicamente hacia Estados Unidos.

Abrazó el marxismo

Con su revolución, el gran embaucador que fue Fidel Castro despertó en la isla grandes esperanzas de acabar con la tiranía de Batista y dejar atrás décadas de corrupción, violencia política y desigualdad económica. Lo logró el 1 de enero de 1959, después de 25 meses de lucha en Sierra Maestra. Pero en 1961 se quitó la careta, abrazó el marxismo-leninismo y a la Unión Soviética –según los cubanólogos más por oportunismo que por convicción–, y recurrió a las armas cuando fue preciso para expandir el castrismo por medio mundo.

Su poder omnímodo se resume así: primer ministro desde el triunfo de la revolución hasta 1976, en que se convierte en presidente; comandante en jefe de las Fuerzas Armadas Revolucionarias y primer secretario del Partido Comunista de Cuba. En el congreso de abril de 2011 deja oficialmente la dirección del partido único. Como presidente y comandante en jefe se aparta temporalmente en julio de 2006, cuando una grave enfermedad intestinal –secreto de Estado, como todo lo referente a su salud– le situó «al borde de la muerte». Desde febrero de 2008 le sustituía ya oficialmente el general Castro. Aunque tras las bambalinas muchos sostienen que no dejó de ejercer el poder y frenar la apertura del régimen hasta los últimos momentos de su vida.

Fidel Alejandro Castro Ruz nació el 13 de agosto de 1926 en Birán, un poblado cañero de la provincia oriental de Holguín, durante la dictadura de Gerardo Machado. Su padre, Ángel Castro Argiz, era un emigrante lucense que combatió como soldado del Ejército español contra los mambises (independentistas). Repatriado al final de la guerra, regresó a la isla y el guajiro se convirtió en un próspero terrateniente. Su segunda esposa fue Lina Ruz González, primero cocinera de la finca de Birán y luego madre de siete de sus nueve hijos, entre ellos Fidel y Raúl.

Con los jesuitas

«El Caballo», su apodo más conocido, cursó sus primeros estudios en Santiago de Cuba y La Habana. Parte con los jesuitas, que dejaron huella en un niño que, además de inteligente, ya era bastante especial. A los doce años escribió una carta a Franklin D. Roosevelt –a mano y en un inglés macarrónico– en la que tras felicitarle por su nueva victoria electoral le pedía un billete de diez dólares, porque decía que nunca había visto uno, a cambio de llevarle a una mina de hierro que le serviría para construir barcos.

Castro estudió Derecho en la Universidad de La Habana, un trampolín para lanzarse a la política. Las aulas universitarias no eran ajenas al clima de violencia política que duraba ya décadas. Siempre un hombre de acción más que un intelectual, el joven Castro participó en la frustrada invasión de Cayo Confites contra el dictador dominicano Rafael Leónidas Trujillo. En abril de 1948 viajó a Colombia para asistir a una conferencia como delegado de la Federación Estudiantil Universitaria (FEU) y presenció el estallido del «bogotazo» con el asesinato del candidato presidencial Jorge Eliécer Gaitán.

A su regreso a la isla se casó con Mirta Díaz-Balart, una estudiante de Filosofía perteneciente a una conocida familia habanera. Al año siguiente nació el único hijo de esta unión, Fidel Castro Díaz-Balart («Fidelito»), que estudió física nuclear en la Unión Soviética y estuvo a cargo de algún programa oficial cubano. Mirta y Fidel se divorciaron seis años más tarde.

Pese al celo con que siempre guardó su vida privada, la leyenda en torno a este personaje histórico que a nadie deja indiferente incluye su fama de mujeriego y machista. Se cuenta que la guerrillera Celia Sánchez fue algo más que una influyente colaboradora, secretaria de la presidencia del Consejo de Ministros cuando llegaron al poder. Se dice también que se casó y vivió hasta el fin de sus días con Dalia Soto del Valle, una maestra de Trinidad, madre de cinco de sus hijos. De su aventura con Naty Revuelta, una atractiva mujer casada con un médico, nació en 1956 la rebelde Alina Fernández, exiliada en EE.UU. Se habla de un octavo hijo, Jorge Ángel, y de un noveno, Abel.

En cuanto a su trayectoria política, sus aspiraciones para llegar a la Cámara de Representantes por el Partido Ortodoxo (populista y socialdemócrata), en las elecciones fijadas para el verano de 1952, se vieron frustradas por el golpe de Estado de Batista el 10 de marzo anterior. Castro optó definitivamente por la vía revolucionaria.

El 26 de julio de 1953 dirigió el fallido asalto al cuartel de Moncada, en Santiago de Cuba, dentro de un plan para asaltar dos guarniciones y provocar un levantamiento popular contra Batista. Huyó a la montaña, pero al final fue capturado y encarcelado el 1 de agosto. El desaparecido líder del castrismo ganó notoriedad en los juicios contra los asaltantes, asumió su propia defensa y pronunció la célebre frase «la historia me absolverá». Condenado a quince años, acabó en la prisión de isla de Pinos.

Sierra Maestra

Pero fue indultado el 15 de mayo de 1955, rompió oficialmente con el Partido Ortodoxo y fundó el Movimiento 26 de Julio, la fecha del asalto al Moncada. Con una ideología nacionalista, antiimperialista, demócrata en apariencia, fundada en las ideas del prócer José Martí, fue la organización más destacada en la lucha contra Batista desde Sierra Maestra. Ese año se exilió en México, donde conoció a Ernesto «Che» Guevara y planeó la expedición del yate «Granma».

Los 82 guerrilleros desembarcaron el 2 de diciembre de 1956 en la costa sur de Oriente. La llegada del «Granma» debía coincidir con asaltos en Santiago de Cuba. Sin embargo, la expedición de Castro se retrasó dos días, las tropas de Batista ya estaban en alerta y fueron recibidos con fuego desde una fragata. Los rebeldes desembarcaron como pudieron y los supervivientes huyeron a Sierra Maestra. El espíritu revolucionario que debía propagarse como la pólvora se esfumó y comenzaron 25 largos meses de guerra de guerrillas que no figuraban entre los planes del comandante.

Durante esos años, el luego dictador cubano siempre trató de doblegar a los distintos frentes, entre los que había comunistas y demócratas. Un Ejército Rebelde de unos 800 hombres escasos de pertrechos frente a los 70.000 militares armados hasta los dientes. Para tranquilizar los ánimos, en 1957 Castró lanzó el Manifiesto de Sierra Maestra, en el que se comprometía a celebrar elecciones. Otra cosa era cumplirlo al llegar al poder. A finales de diciembre de 1958 cayó la primera ciudad en manos rebeldes, Santa Clara, y Batista huyó esa misma Nochevieja.

La paloma en el hombro

Después de proclamar el triunfo de la revolución el 1 de enero de 1959 desde Santiago, el Castro barbudo de los largos discursos y el uniforme verde oliva entró triunfante en La Habana una semana después. Sus seguidores vieron como un símbolo providencial que ese día una paloma blanca se posara en su hombro. Muchos cubanos esperaban la llegada de un Mesías en ese momento de la historia del país, como explica el escritor Carlos Alberto Montaner en «Viaje al corazón de Cuba».

La paz duró poco. Los tribunales revolucionarios comenzaron a juzgar sin garantías a militares y colaboradores de la dictadura de Batista. Decenas de cubanos fueron condenados a muerte y ejecutados. Fidel Castro sabía ya la importancia de la represión y el miedo para mantenerse en el poder. Así surgió poco después la temida policía política y los efectivos Comités de Defensa de la Revolución (CDR) para denunciar desde el mismo barrio a los «enemigos» de la revolución. Una de las razones de la longevidad del régimen.

Cinco meses después, Fidel Castro destapó una nueva carta sobre la dirección que tomaba su régimen y decretó la primera reforma agraria. Le siguieron la toma de refinerías por negarse a procesar petróleo soviético, de ingenios azucareros, empresas, propiedades urbanas... que afectaba a intereses cubanos y extranjeros. En el otoño de 1959 la Administración Eisenhower empezó a tomar las primeras medidas contra el incipiente gobierno totalitario.

Bajo el mandato de John F. Kennedy, Castro destapó la carta definitiva. El 16 de abril de 1961 anunció que la revolución era socialista; ese 1 de diciembre abrazó el marxismo-leninismo y se lanzó irremediablemente en los brazos de la URSS. Las anómalas relaciones entre los dos países vecinos desde la independencia cubana no podían ir peor, con episodios como Bahía de Cochinos, la Crisis de los Misiles y la imposición del embargo económico contra la isla el 7 de febrero de 1962. Mientras EE.UU. es el «enemigo útil» para el castrismo, el embargo es la «excusa perfecta» para justificar las consecuencias de un modelo económico que «nunca ha funcionado», coinciden varios analistas.

Poco antes del fin de la ayuda económica, militar y política de la URSS en 1991, surgió el primer signo de ruptura en las filas castristas: la ejecución del general Arnaldo Ochoa y otros tres militares en 1989 en una trama de corrupción y narcotráfico. «La ejecución de Ochoa conmovió a Cuba como ningún otro hecho desde la revolución comunista de 1959», escribe el periodista Andrés Oppenheimer en «La hora final de Castro». Para el «máximo líder» tan inquietantes eran las pruebas de narcotráfico en poder de la DEA (agencia antidrogas estadounidense) como las grabaciones de la contrainteligencia cubana en las que el «héroe de la revolución» Ochoa y otros condenados ante un tribunal militar se burlaban de los hermanos Castro y hablaban de un modo positivo sobre Mijail Gorbachov y la perestroika.

Con el desmoronamiento de la URSS, Fidel Castro decretó en 1991 el llamado «periodo especial» con sus asfixiantes restricciones y buscó la supervivencia económica en el turismo, la biotecnología, las remesas de los cubanoamericanos y en algunas reformas, aunque luego diera marcha atrás. Pero con la llegada de Hugo Chávez a la presidencia venezolana, su mentor político recibió un nuevo balón de oxígeno en forma de divisas y petróleo.

La oposición

Mientras una disidencia cada vez más numerosa y organizada denuncia la dramática situación económica y las reiteradas violaciones a los derechos humanos y a las libertades, los simpatizantes del castrismo valoran sus logros en educación, sanidad, deporte y ciencia.

Ateo y excomulgado por el Papa Juan XXIII, el líder de la revolución se reunió con Juan Pablo II, Benedicto XVI y Francisco durante las visitas pastorales que llevaron oxígeno a los ciudadanos. Pero Cuba no se abrió al mundo, como le pidió el Pontífice polaco en 1998, hasta que su régimen vio peligrar los subsidios de Venezuela y comenzó el deshielo con EE.UU. Muerto el tirano, sus detractores no ven cerca una verdadera apertura en Cuba, pero sí un paso más en esa dirección.

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