Edelgard Huber de Gersdorff

Muere a los 112 años la alemana que vivió el Imperio del Káiser, el nazismo y la reunificación de Alemania

Edelgard Huber de Gersdorff se sentía muy orgullosa de su familia, que según ella se remonta al siglo XIII, y a menudo recordaba al más famoso de sus miembros que negoció con Napoleon tras la Batalla de Leipzig

Edelgard Huber de Gersdorff, durante una campaña europea para publicitar el número de emergencias 112 WIKIMEDIA
Rosalía Sánchez

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Solía bromear diciendo que se conservaba así de bien gracias a la «dieta de la patata». El pasado 7 de diciembre, cuando celebró su 112º cumpleaños, Edelgard Huber de Gersdorff demostró que dominaba el arte de la paciencia, respondiendo las insaciables preguntas de los periodistas que trataban como hechos históricos lo que para ella eran solamente recuerdos personales anecdóticos: la expectación de las adolescentes por ver al Kaiser a caballo en Unter den Linden, durante una visita a Berlín, los mejores trucos para sobrevivir a los bombardeo de dos Guerras Mundiales o las cuestiones comparativas sobre las dos Alemanias anteriores a la reunificación. Los imperios, las repúblicas, el nazismo… fueron parte de su historia vital y mientras las generaciones actuales viven la «sociedad del riesgo» y la «era de la posverdad» y la «incertidumbre», Edelgard percibía que «no se bien lo que pasa, pero creo que ahora hay muy pocas noticias».

Edelgard Huber de Gersdorff nació en Turingia en 1905, en el seno de una familia de oficiales. En 1919, cuando su padre fue llamado a filas, su madre decidió trasladarse con ella y con su hermana Helga a la casa de sus padres en Karlsruhe, en la que Edelgard siguió viviendo hasta el final de sus días. «He viajado cuanto he podido. Viajar era nuestra auténtica educación y con mi marido viajé cuanto pude, pero siempre me ha gustado volver a casa y nunca he visto motivo para mudarme », explicaba. Se sentía muy orgullosa de su familia, que aseguraba se remonta al siglo XIII, y a menudo recordaba al más famoso de sus miembros, Karl Friedrich Wilhelm von Gersdorff, que negoció tras la Batalla de Leipzig con Napoleon .

De niña era una apasionada atleta y, aunque enfermó de polio a los 22 años y hubo de pasar varios años tendida en la cama, siguió practicando deporte, circulando en bicicleta y fue a la universidad, en unos años en que las carreras que ella cursó, primero Químicas y después Derecho, seguían mayoritariamente ocupadas por hombres. Hasta su jubilación, en 1975, trabajó como jurista para un banco. En 1938, en pleno nazismo, se casó con Walther, un profesor de Arquitect6ura dela Escuela de Ingeniería de Karlsruhe, con el que no llegó a tener hijos. «Eran tiempos complicados para tener hijos, después vino la guerra y era peor y en la postguerra apenas teníamos para comer nosotros. Después, sencillamente, se hizo tarde», relataba en las entrevistas, sin perder la sonrisa ni cuando recordaba los momentos más duros de su historia, como la muerte de su marido en 1987, cuando se vio obligada a aprender a vivir sola.

«Se sabía que los judíos desaparecían»

«La segunda fue peor», comparaba las dos Guerras Mundiales, «las bombas incendiarias lo destruían todo, siempre debíamos tener las bañeras llenas de agua porque podía arder todo en cualquier momento. Y no había comida. Pasábamos el día buscando algo que llevarse a la boca». Se emocionaba al recordar que en junio de 1916 una bomba francesa cayó sobre un circo al que asistían muchos niños en Karlsruhe. «Murieron 120 personas, 71 niños, no entendí ese derramamiento de sangre», recuerda los números. Sobre el Holocausto reconocía también lo que muchos otros negaron: « Se sabía que los judíos desaparecían . Y no se hablaba más del asunto».

Sus últimos años los ha pasado en silla de ruedas, cuidada por una enfermera polaca que asegura que «ni un solo día me he aburrido con ella». Edelgar se esforzaba en explicar que si iba en silla de ruedas no era porque no tuviera fuerzas para caminar, sino porque sus dos piernas ya no se coordinaban demasiado bien la una con la otra y los médicos temían que se cayera. «Por favor, tome un sorbo, señora Huber», solía interrumpir su enfermera sosteniendo una taza de té con una pajita. «Gracias hija», respondía ella con exquisitas formas antes de, obediente, acceder a la hidratación.

Le seguía interesando la radio y la televisión. «Lo de internet no termino de entenderlo bien», admitía solamente. Hasta el último día, su alegría se mantuvo intacta. No era extraño que en las entrevistas, que concedía con gusto, arrancase a entonar canciones cuya letra recordaba de memoria. «Mann und Weib und Weib und Mann, sind nicht Wasser mehr und Feuer...», la marcha tan popular en los años 20, era una de sus preferidas. Volvía a hacerlo cuando se declaraba a favor de la globalización; «nosotros ya lo cantábamos en 1914: con nosotros llegan los nuevos tiempos, los nuevos tiempos…». Y tampoco perdió nunca la coquetería. Confesaba que uno de sus trucos para que no se le notara tanto la cojera era llevar un bolso grande y pesado colgado del hombro, de manera que la pierna buena no tomara tanto impulso cuando le tocaba dar el paso.

El pasado mes de febrero, accedió encantada a protagonizar una campaña europea para publicitar el número de emergencias 112 y aprovechó para arengar contra los nacionalismos : «Si algo he aprendido en estos años es que se puede ser muy diferente y trabajar juntos en paz, pero no tiene sentido separarse, sino unirnos más los europeos».

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