Al menos nueve muertos y 10 heridos en un ataque contra una instalación militar afgana en Kabul

El ataque ha sido reivindicado por el autodenominado Estado Islámico

Las fuerzas de seguridad afganas han conseguido acorralar a los asaltantes AFP

MIKEL AYESTARAN

En Afganistán no hay tregua, ni siquiera para respetar el luto en el que está sumido el país por las más de cien víctimas del atentado cometido el sábado en Kabul por un terrorista suicida al volante de una ambulancia-bomba. Un comando formado por cinco yihadistas mató al menos a once soldados tras el asalto a un cuartel del Ejército afgano situado cerca de la Academia Militar Marshal Fahim, en las inmediaciones de la capital. Esta vez, a diferencia de los últimos dos grandes atentados en Kabul, fue el grupo yihadista Daesh el que reivindicó el atentado , en el que sus hombres irrumpieron «armados con chalecos explosivos, granadas de mano, lanzamisiles, rifles de asalto AK-47 y bombas para incendiar el recinto», según indicó el Ministerio de Defensa en un comunicado.

El brazo local de Daesh se denomina «Estado Islámico de Joramsar», nombre histórico de una región que reivindican como parte de su «califato», en el que incluyen a Pakistán. Lo forman yihadistas escindidos de los talibanes, que juraron lealtad al califa, Abu Baker al Bagdadi, después de la autoproclamación del «califato» en Siria e Irak y mantienen como bastión la provincia de Nangarhar , al este del país. Su agenda tiene un marcado carácter sectario, con múltiples ataques contra la minoría hazara del país, seguidora de la rama chií del islam, aunque las dos últimas acciones que han reivindicado han tenido como objetivo una oficina de la organización Save The Children y el Ejército afgano. El atentado contra la ONG causó once muertos.

Las fuerzas internacionales llegaron a tener más de 100.000 hombres desplegados en Afganistán durante y sufrieron 3.500 bajas en los 13 años de la misión de la Fuerza Internacional de Asistencia a la Seguridad (ISAF, por sus siglas en inglés). Ahora son 352.000 los militares y policías afganos quienes llevan el peso de la lucha contra la insurgencia y están en el punto de mira tanto de los talibanes como de Daesh, que semana a semana muestran su capacidad de golpear en Kabul y dejan en evidencia la debilidad de las fuerzas afganas.

La sombra de Pakistán

La insurgencia no ha esperado este año a la primavera para reanudar sus ataques. El invierno está resultando sangriento , especialmente en la capital, el centro neurálgico del país y el lugar en que los golpes son más mediáticos. Talibanes y Daesh libran un pulso con el presidente, Ashraf Ghani , que prometió «extensas y prontas» represalias ante esta oleada de atentados. Sin referirse directamente a Pakistán, calificó al país vecino de «dueño» de los talibanes. Para las autoridades de Kabul, los paquistaníes dan cobijo a los yihadistas que atentan en territorio afgano y culpan a los servicios de inteligencia de Islamabad de estar detrás del auge de Daesh.

Ghani dio la bienvenida en verano a la nueva estrategia de Donald Trump, quien envió tropas de refuerzo al país asiático y cambió así la dinámica impuesta por su antecesor, Barack Obama, partidario de la retirada tanto de Irak como de Afganistán. Estados Unidos cuenta ahora con 12.400 hombres, que trabajan junto a 5.000 militares de los países aliados con el objetivo de formar y asesorar a las Fuerzas Armadas afganas. Los talibanes, el grupo insurgente más fuerte y consolidado, enviaron un osado mensaje al presidente de EE.UU. «y a quienes besan su mano» en el que advirtieron que «si continúa con su política de agresión y de hablar a través del cañón de su pistola, que no espere que los afganos vamos a plantar flores como respuesta».

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