Soldados franceses patrullan en el metro de Marsella
Soldados franceses patrullan en el metro de Marsella - REUTERS

Marsella, de símbolo a polvorín de la multiculturalidad francesa

Un informe del Gobierno socialista apunta a 8.250 potenciales yihadistas -el doble que hace un año- en todo el territorio francés. Junto a París y su área metropolitana, la Provenza es otra de las principales regiones señaladas

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Día a día, Francia alimenta un vivero de radicales islámicos. Lo denuncia un informe del Gobierno del primer ministro Manuel Valls desvelado por «Le Figaro» que señala a 8.250 potenciales yihadistas -el doble que hace un año- en todo el territorio francés, en Estado de emergencia desde hace tres meses. Además, el documento revela que el detonante de la radicalización se produce por contacto humano (95%) y no en la oscuridad de una habitación y de foros islamistas como se pensaba hasta ahora. El principal semillero continúa siendo París, pero el sudeste francés también alarma a las autoridades, donde Marsella sufre pobreza y violencia, ajustes de cuentas entre bandas, drogas o agresiones antisemitas e islamófobas.

«Queriendo hacer dinero, a mi hermano le da igual el resto, los balazos son el sonido del Consejo de Guerra, los chavales solo buscan la pasta, la vida de ensueño, jugar en el Barça, traficar y Western Union, milagros y destinos olvidados», denuncia en «Marsella» a ritmo de hip hop la rapera local Keny Arkana.

El grafiti y el rap esculpen calle a calle la capital de la pobreza en Francia, con 4 de los 6 distritos más pobres del país, donde el 43% de sus habitantes vive por debajo del umbral de pobreza y en los que más de una de cada tres personas está en paro (la media nacional es poco más del 10%). Con más de 3,5 asesinatos por cada 100.000 personas, Marsella capitaliza junto a París el mapa del crimen de los últimos 20 años.

Grafitis en una calle del centro de Marsella
Grafitis en una calle del centro de Marsella - FLICKR

Hace tres semanas, en el aniversario del ataque a la revista Charlie Hebdo, un joven de 15 años atacó con un machete «por Estado Islámico y por Alá» a un profesor judío que llevaba la kipá sobre su cabeza. Días más tarde, el presidente del consistorio israelí de Marsella pidió que sus correligionarios no porten este símbolo por precaución. «No me parece bien, pero es para proteger a los niños, a ellos les taparé con una gorra porque otra cosa es darle la razón al agresor. Algo se ha roto desde los atentados, pese a que la mayoría de musulmanes no esté de acuerdo con este odio. Ahora, cuando los llevo al colegio o cuando voy sola, miro siempre a mis espaldas de forma casi obsesiva», explica la dueña de una tienda judía, que prefiere mantener su anonimato, en una calle donde pueden verse un supermercado kosher, un colegio judío y una sinagoga.

Un alcalde del Frente Nacional

A Marsella se la conoce como «la pequeña Argelia» por ser la principal ciudad musulmana de Europa, con más de 250.000 musulmanes, casi la mitad de la población total. Allí también se encuentra la segunda comunidad judía de Francia con más de 70.000. «Todos los jóvenes tienen miedo y quieren irse a Israel a estudiar y quedarse allí, adonde ya se han marchado familias enteras». En su local se venden libros, que «compran muchos musulmanes», y todo tipo de kipás, desde la negra clásica para los más religiosos y las que tienen grabado balones de fútbol y baloncesto, para los niños. Dice que hay barrios que nunca pisaría en la ciudad. «Al 13º y 14º nunca vamos». Allí gobierna paradójicamente desde hace dos años el xenófobo Frente Nacional (FN).

Imagen de un asesinato de la pasada semana en el norte de Marsella
Imagen de un asesinato de la pasada semana en el norte de Marsella - AFP

Ocho distritos de Marsella, situados al norte de la ciudad, forman parte de las más de 750 zonas urbanas sensibles (ZUS) de Francia. Allá donde no aconsejan ir al turista. Allá donde se acumulan las villas de emergencia: barriadas de viviendas sociales, calles desiertas al mediodía, moles grises de hormigón y hasta campamentos donde viven familias de gitanos apostados entre la multiculturalidad. El norte de la ciudad, donde se ubica entre otros el peligroso barrio de La Castellane donde creció el héroe nacional del fútbol Zinedine Zidane, apenas está conectado con el centro.

«Con tanto paro, los jóvenes quieren irse de aquí. Aquí se siente todo el racismo y la islamofobia que vive Francia, especialmente después de los atentados. Piensan que solo hay asesinatos, drogas y terrorismo, y lo único que favorecen es la exclusión. Yo soy tunecino y digo que este barrio es mucho más que todo eso», apunta uno de los educadores de la calle que ayudan a los jóvenes a escapar de la violencia ofreciéndoles otro futuro más allá de la droga y la delincuencia. En 2014 este distrito eligió a un alcalde del FN, Stephane Ravier, algo que parece contradictorio. «Hay mucho miedo, muchos votan por esto, incluso alguno aunque vaya en su contra». La abstención en estos barrios alcanza el 50%. Y más cuando el conocido como «voto musulmán» parece haberse olvidado de la izquierda en las últimas elecciones. «Los racistas y los chibanis (como se les conoce a los inmigrantes magrebíes de primera generación) quienes optaron por Ravier», apuntó a «Liberation» un joven de la zona tras los comicios de 2014.

Mehdi Nemmouche
Mehdi Nemmouche - AFP

«La gente que les ha votado cree que con el FN no habrá más delincuentes ni problemas en las cités, pero para nada es así», subraya indignado Maher, doctorando tunecino que vino a estudiar a Marsella hace cinco años. «Es la falta de educación y el paro que hacen que estos jóvenes prefieran el dinero fácil y así empiezan con los robos, atracos, drogas...». Niega que en estos barrios haya una masa de fanáticos: «Radicales son solo el 5%». Marsella sirvió de base de operacionespara el asesino del museo judío de Bruselas, Mehdi Nemmouche, y en los últimos meses se han detenido a varios jóvenes que querían viajar a Siria, aunque no más que en Nîmes, Montpellier, Lunel o Niza.

El odio a Francia y las ansias por «ponerla de rodillas», como piden los panfletos yihadistas, llega hasta los más pequeños. Un asistente en lengua extranjera de un colegio de los suburbioscuenta a ABC que en las protestas posteriores al ataque de Charlie Hebdo, cuando llevaba un afiche de «Je suis Charlie», como el resto del personal, niños de unos 14 años empezaron a bromear diciendo «ah, ¿tú eres Charlie? Ratatatata… Muerto».

Para el profesor de Seguridad Internacional de la Universidad de Saint Louis, el franco-sirio Barah Mikail, «estamos suponiendo que Daesh está captando a esta gente y no, más bien son ellos quienes lo buscan». Eso sí, avisa que con la filtración el Gobierno pretende decir que la amenaza radical dentro del país es real, «justo cuando las ONG le acusan de violar derechos humanos con la ley de inteligencia».

El periodista especializado en geopolítica Hyman Harold rescata el debate eterno de las políticas fallidas de la integración. «Los inmigrantes de primera generación vinieron sin la familia, a trabajar, y casi todos eran analfabetos. Tuvieron hijos que se integraron más o menos. Pero muchos de la generación que viene ahora no hablan un francés perfecto y eso les complica más la integración laboral. No hay un racismo institucional, los gobiernos intentan respetar la multiculturalidad contando con ministros magrebíes como la de Educación, Najat Vallaud-Belkacem. Pero ellos vienen del centro de las ciudades, no de los suburbios».

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