Un grupo de trabajadores recogen crudo en la quebrada Inayo (región Amazonas) tras la fuga del 25 de enero
Un grupo de trabajadores recogen crudo en la quebrada Inayo (región Amazonas) tras la fuga del 25 de enero - BARBARA FRASER

La marea negra amenaza la vida en la Amazonía de Perú

Miles de habitantes de los departamentos de Loreto y Amazonas sufren los dos derrames de petróleo en el Oleoducto Norperuano

Madrid Actualizado: Guardar
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Para las comunidades indígenas de Amazonas y Loreto, dos departamentos del norte de Perú, la palabra río es sinónimo de vida. Pero este año al menos dos derrames de petróleo han teñido de negro quebradas y ríos que desembocan en el Amazonas, provocando daños ecológicos que amenazan la salud y el sustento de sus pobladores. En el último lustro, fisuras en el Oleoducto Norperuano han causado veinte fugas –incluidas los dos últimas en los ríos Chiriaco (Amazonas) y Morona (Loreto)–, según un organismo adscrito al Ministerio del Ambiente peruano.

El desastre ecológico es de tal calibre, con miles de personas afectadas y miles de barriles de crudo derramados, que hasta el oscarizado actor Leonardo DiCaprio reclamó el pasado lunes a las autoridades peruanas que limpien las zonas contaminadas, al compartir la denuncia de Amazon Watch con sus seguidores en las redes sociales.

El Instituto Nacional de Defensa Civil (Indeci) asegura que hay unos 5.700 afectados entre los dos departamentos. Sin embargo, expertos en medio ambiente ya hablan de unas 5.000-8.000 víctimas solo en Amazonas, indígenas y mestizos. Pese a que el Ministerio de Salud ha declarado la emergencia sanitaria, los afectados se quejan de la lentitud con que llega la ayuda –si llega– y de la falta de mantenimiento en una obra de ingeniería de más de cuarenta años.

Desbordado por las lluvias

Por los 854 kilómetros del Oleoducto Norperuano, de la empresa estatal Petroperú, corre el crudo extraído en la selva hasta el puerto de Bayóvar, en el Pacífico. El primer derrame del año (unos 3.000 barriles) se produjo el 25 de enero a la altura del kilómetro 441 del oleoducto, en el distrito Imaza (provincia Bagua, región Amazonas). En un primer momento se logró retener el petróleo en la quebrada Inayo con una «precaria empalizada hecha a base de troncos y plásticos», según explicó a ABC la hermana María Pía Brugnara, una de las coordinadoras de la congregación española Siervas de San José, que solo cuatro kilómetros más abajo tiene un colegio e internado con cerca de 500 alumnos de primaria y secundaria. Pero las fuertes lluvias del 9 de febrero hicieron que el agua desbordara las barreras y el crudo llegase al río Chiriaco, afluente del Marañón. El presidente de Petroperú, Germán Velásquez, negó la falta de mantenimiento y alegó que el derrame de Imaza lo provocó «el desplazamiento de la montaña por las grandes lluvias».

La segunda fuga (unos 1.000 barriles) ocurrió el 4 de febrero, a la altura del kilómetro 206, en el distrito Morona (provincia Dátem del Marañón, región Loreto). El petróleo acabó en los ríos Mayuriaga y Morona, también este afluente del Marañón. Existen evidencias de que el último río –que junto al Ucayali forman el Amazonas– ya está contaminado. Velásquez dijo que el segundo caso se debió a «una fuerza externa». Expertos en medio ambiente hablan de un tercer derrame, esta vez controlado porque al parecer sucedió cuando se realizaban labores de mantenimiento cerca de Pucará (provincia de Jaén, región Cajamarca). El Organismo de Evaluación y Fiscalización Ambiental (OEFA, adscrito al Ministerio del Ambiente) denunció la corrosión que sufre el oleoducto, urgió a Petroperú a sustituir las partes dañadas y anunció el inicio de un procedimiento administrativo sancionador contra la compañía el pasado 26 de febrero.

Niños de Nazareth (Amazonas) muestran cómo quedó su ropa tras recoger petróleo
Niños de Nazareth (Amazonas) muestran cómo quedó su ropa tras recoger petróleo - B. FRASER

Son días de desasosiego en Wachapea, la comunidad awajún o aguaruna donde se encuentra el colegio e internado San José Fe y Alegría nº 62, junto al río Chiriaco. A la pérdida de las cosechas y la pesca para el consumo o la venta, se une la incertidumbre por saber cuándo podrán beber y bañarse sin peligro o cuándo sus tierras volverán a ser fértiles. Esta semana las religiosas han recibido la visita de un ingeniero de Petroperú, que les ha asegurado que cuando los alumnos regresen de las vacaciones, el próximo día 14, «todo estará solucionado». Las hermanas lo dudan. «No es por mala voluntad sino porque es muy difícil la recuperación de los cultivos, la limpieza de las orillas…, la misión está muy apartada», dice María Pía Brugnara.

Con baldes y botellas

El río es vida para el internado: es donde los chicos se bañan, juegan, lavan la ropa y su vajilla. Por fortuna, la fuente de un cerro cercano surte de agua al colegio para beber y cocinar. Otro temor de las religiosas es que sus alumnos regresen a las aulas con problemas de salud: familias enteras se han dedicado estas semanas a recoger crudo en botellas y baldes, sin protección alguna, con el compromiso de la compañía de que se les pagaría por ello. «Hubo un incentivo para que recogieran petróleo pero sin darles el equipo adecuado», señala a ABC Barbara Fraser, periodista de estadounidense especializada en medio ambiente que viajó a Chiriaco en febrero.

Muchos de los recolectores improvisados sufrieron cefaleas y náuseas, entre otros males. Un informe del gobierno regional de Amazonas alertaba el 2 de marzo sobre el impacto del derrame a corto y medio plazo en la vegetación, los mantos acuíferos, la cadena alimentaria, en la salud (asma, problemas cardiovasculares, irritación, alergias...). A largo plazo, seguía el informe, los efectos sobre el suelo, agua, aire, fauna y flora «pueden sentirse durante décadas». Mientras esperan las indemnizaciones y la ayuda de un Gobierno que está de salida –el mandato del presidente Ollanta Humala vence el próximo julio– no salen del desasosiego cuando les cuentan que en Cuninico (Loreto) sufrieron una fuga en 2014 y «todavía hoy los peces saben a petróleo».

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