Imagen de yihadista, en algún lugar de Siria, sosteniendo la bandera de Daesh
Imagen de yihadista, en algún lugar de Siria, sosteniendo la bandera de Daesh

Alexandra Gil: «Las madres de yihadistas se sienten humilladas y abandonadas por sus hijos»

La periodista reúne en un libro testimonios de varias familias de Francia y Bélgica que han sufrido el reclutamiento de alguno de sus miembros para unirse al «califato». Ellas son las otras víctimas de la yihad

MADRID Actualizado: Guardar
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«Eres un cobarde y un infiel. Tendrías que estar aquí, conmigo, a mi lado. Si un día volviese a Europa tendría la obligación de matarte». Estas terribles palabras las pronunció Hamed cuando llamó por teléfono, desde Siria, a su padre, que vive en Bélgica. Era principios del año de 2014, y tenía poco más de 18 años. La edad legal que imposibilitaba a sus padres impedirle salir del país para unirse al «califato». A finales de febrero de 2015, la madre de Hamed, Jacqueline, recibió otra llamada: una voz al otro lado del teléfono le anunció la peor noticia. «¿Es usted la madre de Abu Mehdi al Belgiki? [nombre con el que le rebautizó Daesh]». «Sí», contestó ella. «Su hijo ha muerto.

Tiene que estar orgullosa de él, porque ha luchado como un verdadero león aquí». Sin cuerpo, sin fotos, sin certificado de defunción, Jacqueline no podía aceptar la pérdida. Esto la llevó a Kilis, en la frontera turco-siria para intentar encontrar respuestas. Los militares no le dejaron pasar. «A nuestros hijos no podéis arrestarlos cuando entran en Siria pero a mí, su madre, me impedís entrar», les reclamó en vano.

Portada del libro
Portada del libro

El testimonio de Jacqueline es uno de los ocho que incluye el libro «En el vientre de la yihad» (Debate), de la periodista española, afincada en París, Alexandra Gil. En él habla con siete madres y un padre, de siete chicos y una chica que lo dejaron todo en los países donde nacieron (Francia y Bégica), reclutados por el Daesh para hacer la yihad.

Según el Ministerior del Interior belga, desde 2012 al menos 457 ciudadanos abandonaron el país para viajar a las tierras del «califato» (Siria o Irak); mientras que el Gobierno francés, en 2016, cuantificó en 1.900 el número de franceses que se habrían unido a la yihad. Según cifra de 2015, unos 5.000 ciudadanos europeos se habrían sumado a ella.

Un libro necesario

El libro, un trabajo necesario que pone el foco en otra perspectiva del terrorismo yihadista en Europa, muestra el dolor y cómo cada uno de los progenitores se ha enfrentado al drama de perder a un hijo ante un fenómeno que no llegan a comprender en muchos casos. La sorpresa, la desesperación, el miedo al estigma, los registros y los constantes interrogatorios de los servicios de inteligencia, la soledad y la rabia son sentimientos y situaciones comunes en todas estas familias. Y también una pregunta. «¿Por qué me hijo no estaba en el lado de la vida?».

La idea de escribir este volumen surgió después de que Alexandra viera en la televisión a una de estas madres, Véronique, que compartió su testimonio en varios medios franceses cambiándose primero de nombre, para permanecer en el anonimato, y con su nombre real, después. Al principio hablaba de la marcha de su hijo, y más tarde de su muerte. «En ese momento pensé que tenía que conocerla». Aquel acercamiento fue el primero de una larga serie de encuentros. «Ella fue muy amable, pues habló conmigo dos meses después de la muerte de su hijo. Al darle las gracia, ella me las dio a mi, "por tu respeto"». Esa fue la clave que abrió a Alexandra la puerta de los hogares y los corazones de madres como Nathalie, Marie-Agnés, Jacqueline.., y de un padre, Omar. Pero no fue fáci: «Jacqueline me mandó una lista de quince personas que habían pasado por la misma experiencia, y a los seis meses solo había contestado una», recuerda la autora en una entrevista con ABC con motivo de la publicación del libro en España (ayer fue presentado en la biblioteca del Parlamento Europeo).

La periodista Alexandra Gil, durante las entrevistas que concedió en Madrid
La periodista Alexandra Gil, durante las entrevistas que concedió en Madrid - JOSÉ RAMÓN LADRA
«A las pocas madres que hablaron con medios franceses se las lapidó públicamente»

Cuando se sentó a escribir el texto, Alexandra Gil se puso como objetivo intentar «limpiar» la mala imagen y las malas experiencias que estos progenitores habían sufrido con los medios de comunicación. «Este fenómeno le ha venido muy grande a Francia. A las pocas madres que hablaron se las lapidó públicamente». La sociedad francesa, golpeada terriblemente por el terrorismo yihadista en los últimos años, relacionaba la radicalización de los hijos con una presunta radicalización en el seno familiar. Con este libro, la autora intenta desmontar esa idea.

Reclutar a estas madres para este libro no fue tarea fácil. Unas animaron a otras a hablar, pero hubo casos en los que la periodista tuvo que reunirse «cinco o seis veces» con alguna de ellas hasta convencerla de que podía contarle su historia sin miedo a ser manipulada o malinterpretada. «Ella quería conocer cúal era mi noción de periodismo y cómo trataba la información. No sabía si lo que yo buscaba era carnaza, como estaba pasando en muchos medios en ese momento...», explica. Recabar el testimonio de Nathalie lo vivió como un triunfo, de ahí que colocará su testimonio abriendo el volumen. «Con respeto conseguí que este libro llegara a publicarse». En él se incluye un abanico de casos diferentes -hijos de padres católicos, musulmanes...-, lo que tienen en común es la edad, entre 19 y 26 años. Es entonces cuando se produce la radicalización y el reclutamiento, porque «están en periodo de construcción todavía», asevera Alexandra.

Este primer testimonio es el de una mujer que no ha contado a su entorno que su hijo es yihadista por miedo al estigma social...

No lo sabe su madre todavía...

¿Qué le cuentan las madres? ¿En algún momento sospecharon que estaba sucediendo algo extraño?

En ningún momento... Hay algunos casos que dicen que sí, que veían cosas, pero que no han sabido leerlas o interpretarlas hasta después, cuando ya era demasiado tarde. Y sobre todo, en los casos en los que fueron en el año 2013 -el libro habla de jóvenes reclutados entre 2012 y 2014- todavía no se han producido los grandes atentados, y no había mucha información. Algunas te dicen que no sabían que su hijo no podía tocar el piano al estar en un movimiento salafista (lo cuenta la madre de Quentin, cuyo padre era músico profesional). Además, sus hijos estaban muy bien asesorados y sabían cómo tenían que mentir (la técnica del taqiyya). Por eso el sentimiento que reina entre ellas es el del engaño. Se sienten humilladas y abandonadas por sus hijos. Cuando todavía quedo a hablar con ellas, en un momento te enseñan con cariño las fotos de cuando sus hijos eran pequeños; y, un minuto después, se ponen a llorar y te dicen «le odio con todas mis fuerzas», y a continuación reniegan de ese odio.

Cada una de ellas reacciona de manera distinta ante la marcha de su hijo: alguna lo denuncia incluso a la policía y otras no facilitan información...

Y la madre que entrega a su hijo ve que no sirve de nada...

Los fallos del sistema

El libro de Alexandra Gil recoge también la denuncia por parte de las familias de dos aspectos que fallan, tanto en Francia y Bélgica, a la hora de frenar el reclutamiento de sus hijos, así como la radicalización. En el primer caso, la falta de operatividad o coordinación no evitó en Bélgica que Hamed, al que su madre Jacqueline denuncia por su intención de viajar a Siria, renueve su pasaporte y abandone el barrio de Molenbeeck (granero de yihadistas) para volar a Estambul y luego pasar al país vecino. Más tarde los servicios de Inteligencia belgas lo identificarían como una de las personas del entorno de Abdelhamid Abaaoud, cerebro de los atentados de París. Hamed morirá en febrero de 2015. En la actualidad su madre se encuentra en espera de juicio en Bélgica, acusada de financiar el terrorismo. Su delito: mandar dinero a su hijo tras recibir una foto en la que aparecía gravemente herido. A Jacqueline le pueden caer entre 3 y 5 años de cárcel. En el segundo caso, uno de los testimonios de otra madre corrobora cómo su hijo, encarcelado por un delito común, se radicalizó en prisión.

La pena de Jacqueline es incluso más severa que la que reciben los reclutadores -que ganan entre 10.000 y 15.000 euros por cada nuevo miembro-, que son la verdadera piedra angular de la yihad y uno de los grandes temores a los que se enfrentan los padres en la actualidad. «Hasta ahora, al tener un hijo se pensaba en el peligro de las salidas nocturnas, se le protegía de las drogas, se vigilaba que no fumase... Pero jamás se pensó en esa figura, la del reclutador. Esos enfermos mentales que juegan con la religión», reclama en el libro Samira, madre de Nora, que siendo una dolescente fue reclutada por quien se convirtió en su marido en Bélgica. Juntos viajarían después a Siria sin conocimiento de la familia de Nora. Samira denuncia que la Policía belga conocía la existencia de estos «grupúsculos radicales» desde hace años. «El Estado ha dejado que todo esto se vaya cocinado en nuestros barrios», acusa.

Un antes y un después

«Las madres están muy enfadadas, sobre todo en los casos en los que los hijos estaban siendo vigilados y no lo pusieron en su conocimiento -explica Alexandra-. Ellas piensan, y yo estoy de acuerdo, que el Estado no era consciente de que el problema le iba a volver». Y no lo fueron hasta los atentados de París, el 13 de noviembre de 2015, en los que murieron 130 personas y que marcó un antes y después. «Hasta entonces no era un problema local. El Estado pensaba que morirían en Siria, y atentarían allí, pero no en Francia». La autora recuerda como ya en 2014, un especialista en este tipo de terrorismo, que se había entrevistado con numerosos yihadistas durante cinco años, relataba en una entrevista que muchos de ellos reconocían que su «mayor pasión» era volver para atentar en Francia. «En la entrevista aseguró que estos yihadistas iban a volver, y muchos expertos que estaban allí se rieron de él. Ahora estos expertos no pueden decir nada». La única justificación que encuentra Alexandra a este comportamientos «es que no queríamos pensar que iba a haber un atentado». Lo cierto es que todavía entonces no reinaba el sentimiento que los ataques del 13 noviembre impusieron después: «El miedo a ir tranquilamente al cine o a una terraza», indica esta periodista que lleva siete años instalada en la capital francesa, y que ha vivido de primera mano el drama de los atentados yihadistas en esta ciudad.

¿Está Francia afrontando con los instrumentos adecuados esta amenaza, o los gestos están más pensados de cara a la campaña electoral que ha vivido el país?

«El 13 de noviembre el Estado francés se dio cuenta de lo que se venía hablando desde hace una década: la radicalización en las cárceles»

Son gestos de cara a la galería. Francia no sabe lo que hacer, le viene grande. Están intentando cosas, pero estamos todavía en la fase de ensayo-error. Por ejemplo, hay centros que han sido abiertos para la desradicalización, basados en el voluntariado, pero que tienen pocas plazas y que han cerrado a los pocos meses. También está el caso de una fundación, creada por persona muy controvertida, Douia Bouzar, a la que el Gobierno francés dio una subvención de 900.000 euros. Ella dijo que gracias a ese trabajo se habían desradicalizado cerca de un millar de jóvenes, pero no hay pruebas de ello. Lo que sí se sabe es que una persona que colaboraba con ella y que puso como ejemplo de desradicalización, Lea, de 17 años, que renunció a hacerse estallar en una sinagoga de Lyon, se marchó a Siria. El 13 de noviembre fue mucho más que un atentado. Fue entonces cuando el Gobierno francés se dio cuenta de lo que se llevaba hablando desde una década antes, la radicalización de yihadistas en las cárceles... Y la Inteligencia penitenciaria no había hecho nada para impedir eso, ni se invirtió dinero. Tampoco se hizo caso a expertos en temas sociales que habían advertido del gran problema que existía en los suburbios.

El libro muestra que no solo hijos con problemas, sino que también aquellos con un entorno familiar más o menos normal, e incluso con trabajo, se han visto seducidos por los reclutadores... ¿Cualquiera puede caer en sus redes?

Cualquiera, pero no todo el mundo. La sociología de los casos está ahí. El hecho es que entre el 70 y el 80% procede de familias de tradición musulmana, y el 30% son conversos. En el primer caso, se trata de gente que siente el estigma de ser considerados ciudadanos de segunda. Son personas que tienen cinco veces menos oportunidades por llamarse Mohamed y no Pierre. Esto ha empeorado con Marine Le Pen, porque los fascismos se retroalimentan. En el de los conversos siempre hay algo. Lo que sí hay en todos los yihadistas de mi libro es un periodo de Jailiya, periodo de ignorancia pre-islámica, su vida de antes en la que «pecaba», «no me iban las cosas bien», «sufría racismo». Luego está el periodo de la pos jailiya, que significa la redención, «con esto borro todo lo demás. Soy uno de los elegidos». Esta es la sociología del oprimido que se vuelve opresor. Su religión se convierte en su nacionalidad.

También hace hincapié en una figura muy importante, el reclutador, que sin embargo se enfrenta a penas menores...

Es complicado. Ahora ya sí empiezan a desmantelar células, pero ahí está todo el daño que han hecho en la última década... El Estado se refugia en que no pueden demostrar quién recluta ni dónde lo hace.

¿En estos siete años que lleva viviendo en París ha notado un aumento de la islamofobia?

Sí. La sociedad está polarizándose, especialmente en los últimos 4 o 5 años. Lo veo mucho en las redes sociales y en la televisión. Y hay mucha desinformación. Hablan de que hay que integrar a estos jóvenes en la sociedad francesa, pero no es así porque ellos han nacido allí. Francia es su país. Este clima alimenta el yihadismo. Y aunque Marine Le Pen no sea presidenta, la realidad es que sus ideas ya han calado. Ya hay muchos millones de personas que piensan que el problema vine del otro. La gente se sube al metro y no puede evitar mirar con sospecha a los musulmanes. En ese aspecto, este libro me ha enseñado mucho. Los medios tiene una misión muy importante, que es la de informar, informar... y pensarlo tres veces antes de publicar algo que pueda incrementar una pizca de odio y de desconfianza.

¿Cuál fue el testimonio que más le marcó?

«Marie-Agnès realmente piensa que secuestraron a su hijo y que le sacaron el dinero de la cuenta»

El de Marie-Agnès. Cuando releo el libro no puedo determe en él. Recuerdo que esperaba en la estación, había comprado tartas para recibirme... Pero estaba tan sola en su cocina gigante... Tenía fotos colgadas de su hijo con angelitos. Llevaba ya dos años muerto y ella no entendía absolutamente nada de lo que había pasado. Era diferente a las demás historias, que se desarrollaban alrededor de París o de una gran urbe. Ella, sin embargo, vive en el campo. Mientras otras madres se comunicaban con sus hijos por medios que no permitieran que sus hijos fueran localizados por la policia, ella la llamaba inmediatamente después de hablar con él para decirles cómo había sido la conversación, pensando que la iban a ayudar, que lo iban a traer de vuelta a casa. Marie-Agnès piensa realmente que a su hijo le secuestraron y le sacaron el dinero de la cuenta. No paró de llorar durante toda la entrevista. Por primera vez no me sentí a gusto y quise pararla, pero ella me dijo que le sentaba bien hablar del tema porque su marido no quería. Estaba tan sola... Me rompió el corazón. Ella representa la incomprensión más absoluta. De esa ciudad se marcharon meses depués diez jóvenes más, lo que demuestra que había un reclutador.

¿Las madres le pidieron algo cuando aceptaron participar en este libro?

Sí, que su testimonio sirviera para impedir que otras madres sufrieran lo que ellas. De esa manera estarían salvando un trocito de su hijo. Lo que yo les dije es que quería que si sus testimonios no eran lo suficientemente útiles en Francia, lo fueran en otro país. Ahí es cuando empezaron a abrirme las puertas.

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