Uri Lubrani, la eminencia gris de Israel

Rescató a catorce mil judíos etiopes y los llevó a Israel en la operación Salomón

ABC

JOSÉ MARÍA BALLESTER ESQUIVIAS

«Cuarenta horas en vez de cuarenta años», exclamó, con claras alusiones bíblicas, el ensayista Avraham Rabinovich en «The Jerusalem Post», una vez concluida con éxito la operación Salomón, nombre concedido al éxodo hacia Israel de catorce mil judíos etíopes gracias a la habilidad del veterano diplomático Uri Lubrani.

Apenas una semana antes había sido derrocada la satrapía comunista del coronel Mengistu Haile Mariam, y Lubrani, un «Moisés moderno» según Rabinovich, no desperdició la oportunidad que se le brindaba para ejecutar el viejo deseo de los sucesivos gobiernos israelíes: movilizó a la Fuerza Aérea y a la compañía El Al y entregó cuarenta millones de dólares a las nuevas autoridades etíopes para facilitar el desarrollo de los acontecimientos.

Lubrani no era un novel en este tipo de actuaciones: ya antes de la proclamación del Estado hebreo, mientras servía en Palmach (el cuerpo paramilitar del que surge el actual ejército israelí) ayudó a correligionarios suyos a entrar ilegalmente en Palestina. De ahí marchó a Francia a entrenar a futuros reclutas de Palmach, que posteriormente lucharían en la Guerra de Independencia de 1948-49. Como hizo el propio Lubrani, para quien ese conflicto fue su única experiencia bélica: la administración civil, de modo especial la diplomacia, ocuparían el resto de su existencia.

El «método Lubrani» consistía en rezumar discreción en puestos decisivos. Lo demostró a mediados de los cincuenta cuando, en su condición de jefe de Gabinete del ministro de Asuntos Exteriores Moshe Sharett, procedió con el máximo tacto para que la enemistad de este con el primer ministro David Ben Gurion no afectase al funcionamiento del Gobierno ni a los intereses de Israel. Su eficacia hizo que al dimitir Sharett, Ben Gurion le convirtiera en su asesor para asuntos de Oriente Medio.

Aunque fue en Uganda, Ruanda y Etiopía donde desempeñó sus primeras embajadas, contribuyendo a sentar las bases -aún vigentes- de la estrategia israelí en África. Cumplida esa tarea, dirigió brevemente una empresa del sector público antes de ser nombrado, en 1973, jefe de la legación israelí en Irán, con rango de embajador.

Lubrani se granjeó rápidamente amistades en el entorno del Sha y tomó nota de la decrepitud del régimen, cuyo desmoronamiento anticipó en un telegrama que envió a Jerusalén en diciembre de 1977. Le concedía un año de existencia: falló por un mes. Según el analista norteamericano Kenneth Timmerman, Lubrani tomó esa decisión tras presenciar durante una cena cómo los asesores áulicos del soberano se reían de él a sus espaldas.

Menos clarividencia tuvo años después como gobernador del Sur del Libano, ocupado por Israel. No logró rescatar al piloto Ron Alad y el elevado listón de exigencias que planteó en las negociaciones con los libaneses -no contemplaba la retirada y pedía la supresión de Hizbolá- retrasaron notablemente el desenlace del conflicto. Este episodio no fue óbice para que siguiera asesorando a todos los gobiernos israelíes hasta fechas recientes.

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