Entrevista con Adrián Fernández Almoguera

«La laicidad explica la complicada relación de Francia con edificios religiosos como Notre Dame»

El investigador de la Universidad de la Sorbona explica en esta entrevista cuáles son los desafíos y las principales difucultades que conlleva la restauración de la catedral gótica

AFP | Vídeo: Así cayó la aguja de la catedral de Notre Dame de París
Silvia Nieto

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Si nos detenemos a reflexionar, parece que el imaginario humano, con su colección de recuerdos y saberes, también se compone de las imágenes de lugares que quizá no se han visitado, pero en los que se ha estado gracias a los libros, a las películas, a las noticias de los periódicos o las fotografías que ilustran una postal. No parece descabellado decir que París disfruta del privilegio -y sufre el castigo- de ser conocida en todo el mundo. Casi cualquiera puede citar alguno de sus monumentos con la misma facilidad con la que habla de los que tiene más cerca o visita sin demasiado esfuerzo. El pasado abril, cuando Notre Dame, la catedral gótica que se eleva en el centro de la ciudad , sufrió un terrible incendio, la conmoción no se limitó a las lágrimas de los transeúntes, impotentes ante la voracidad destructora de las llamas. Tampoco a los lamentos de los católicos, que rezaron el Ave María, protagonizando vídeos compartidos en las redes sociales con una inusitada curiosidad ante el sentimiento religioso. La pena por la destrucción del monumento se convirtió en un dolor compartido en todos los rincones del planeta, expresado por dignatarios y ciudadanos de a pie.

Adrián Fernández Almoguera (Ciudad Real, 1990), investigador de la Universidad de la Sorbona, formaba parte de esa masa de ciudadanos que contempló con asombro las dimensiones del incendio de Notre Dame. El historiador del arte, especializado en historia de la arquitectura, habló con ABC para explicar cuáles han sido las dimensiones reales del suceso, que destruyó parte del templo, y los desafíos a los que toca enfrentarse ahora, con las llamas apagadas, pero el temor vivo de que se acometa una reforma que dañe un edificio de valor incalculable.

¿Por qué cree que el incendio de Notre Dame acaparó tanta atención y fue tan llorado? Si hubiera sido otra la catedral gótica la presa de las llamas, ¿cree que la reacción hubiera sido la misma?

No. Notre Dame es un edificio muy importante para la historia de la arquitectura. Es una de las cunas del gótico y de los edificios donde mejor se aprecia su evolución entre los siglos XII y XIII. La fachada es un momento de cristalización de un «typo», con su clásica forma de «H». El gótico radiante surgió entre los transeptos de la catedral de Notre Dame y la basílica de Saint-Denis. Junto con la Santa Capilla, también en París, conforman la trinidad de un estilo fundamental para la historia del arte y de la nación francesa. Por eso había tanto miedo a que estallaran los rosetones de los transeptos, porque son objetos únicos, como las vidrieras de la Santa Capilla. 

La arquitectura gótica es un estilo que se asocia a la nación francesa. No hay otro estilo arquitectónico más francés que el gótico, ellos lo saben y por eso los grandes historiadores franceses del periodo ocupan ese lugar en el panteón de las humanidades en Francia. El incendio de Notre Dame fue doloroso también por ese motivo.

¿Cuál fue el alcance de los daños en Notre Dame? ¿Qué pérdidas hay que lamentar?

En principio, el daño más grave es la pérdida total de toda la estructura de madera de la «charpente», es decir, el sistema de vigas de madera que sujetaba el techo. La catedral gótica es entera de piedra y tiene un techo a dos aguas, cubierto de plomo, sujetado por esa «charpente», que también se conoce como «la fôret», «el bosque», construida con robles del siglo XII. Robles de cuyo tronco, a veces, salió una sola viga gigantesca. Todo eso se ha perdido, por lo que, en cierta manera, una parte importante de Notre Dame ha desaparecido: no hay restauración posible, en ese sentido.

Muchos de los robles de la «charpente» fueron plantados expresamente para la construcción de Notre Dame. «La forêt» era una muestra de la maestría francesa en la arquitectura gótica, de ese «savoir faire» que tanto enorgullece a los franceses, muy celosos de las costumbres artísticas que les definen. Otra pérdida importante es la de la flecha de Violet-le-Duc, el remate monumental que coronó la restauración que dirigió a mediados del siglo XIX. La flecha, junto con las torres, por las que también se temió mucho en el incendio, era una de las cuatro referencias visuales del perfil urbano parisino, junto a la iglesia del Sagrado Corazón, la torre Eiffel y la fatídica torre de Montparnasse.

¿Me puede hablar sobre la reforma de Violet-le-Duc? Los días posteriores al incendios, algunas voces sugirieron que la restauración del templo tenía que parecerse a la del XIX, tener la misma audacia, y tomarse las mismas libertades para innovar. ¿Qué opina usted?

El mayor daño que ha sufrido Notre Dame se ha producido en tiempo de paz. La catedral no fue destruida ni durante la Revolución Francesa, ni durante la Comuna o las dos Guerras Mundiales. En la Revolución, la catedral sufrió un poco, porque fue convertida en un depósito municipal. En 1831, el palacio del arzobispo de París, que estaba al lado, fue saqueado, y tuvieron que demolerlo. Poco a poco, la catedral cayó en declive. La reforma de Violet-le-Duc se enmarcó en ese contexto. En 1843, se acometió una campaña de restauración, que, en términos de la época, incluía añadir partes modernas de estilo neogótico, como la famosa flecha. Pero, y esto es importante, la flecha de Violet-le-Duc ocupó el mismo lugar de la primitiva fecha gótica, que fue desmotada en el siglo XVIII para evitar su ruina.

Violet-le-Duc restauró la catedral y añadió elementos de su imaginario, tras estudiar con profundidad la cultura gótica. Por ejemplo, para restaurar la galería de reyes, esculturas decapitadas durante la Revolución, se inspiró en las cabezas encontradas en los alrededores de la catedral, y analizó la escultura gótica de la misma época. En definitiva, lo que se hizo a mediados del XIX fue un añadido, un pastiche, si empleamos términos peyorativos que, personalmente, yo no comparto. Pero todo pastiche con cierta posteridad histórica deja de serlo y se convierte en un objeto histórico en sí. Más aún cuando posee la calidad del trabajo de Violet-le-Duc, que fue un personaje excepcional. Recientemente, se le ha dedicado una exposición monográfica en París, donde se ha demostrado el inmenso potencial de su cultura, de su imaginario y su «savoir faire». Esa idea loca de superar la audacia de Violet-le-Duc, que se ha leído en algunos artículos de la prensa, equivale a desear añadir neones y metacrilato al Panteón de Roma, argumentando que Adriano lo restauró de manera atrevida frente al primitivo templo de Agripa. Nosotros vivimos en 2019, tenemos la obra obra de Violet-le-Duc bien ilustrada y documentada, y hay que saber ir más allá del ego desmedido del arquitecto que pretende, a toda costa, dejar su huella en una ciudad icónica. Eso sería un fracaso rotundo y difícilmente reversible. 

¿En qué se tiene que basar el debate?

El debate es qué hacer. Hay muchas implicaciones: nacional, sentimental, política, patrimonial. Y todo hay que tenerlo en cuenta. La única certeza es que la estructura de la catedral se ha salvado. Notre Dame, que es un edificio del siglo XII, fue «bombardeada» con miles de litros de agua durante horas. El agua se ha infiltrado en la piedra porosa, calcárea, con la que se construyó la catedral. Eso va a crear hongos e infiltraciones. El mortero, material que une las piedras y permite el aguante de las unas con las otras en una estructura muy sofisticada, también se ha humedecido. Hay que ir piedra a piedra para comprobar cuál ha sido el daño que han hecho el fuego y el agua. Insisto, este edificio de ocho siglos ha sido sometido a un doble estrés: el del fuego, que ha hecho estallar la temperatura dentro, sobre todo en las capas altas del edificio, donde están las bóvedas, y el del agua, que ha corrido por los muros hasta el suelo.

Macron dijo después del incendio que Notre Dame iba a ser reconstruida en cinco años, porque quieren que esté lista para los Juegos Olímpicos. Esa obsesión absurda domina ahora a todos los poderes públicos de París y Francia. A este respecto, Alexandre Gady, catedrático de mi departamento y gran defensor del patrimonio francés, dijo una frase clave: «La temporalidad del patrimonio no es la de la política». El patrimonio es un legado histórico que tiene que ser cuidado y preservado, que necesita reflexión, debate y consenso. Los Juegos Olímpicos dan igual, nadie se acordará de ellos en diez años. París es una de las ciudad más visitadas y famosas del mundo, no los necesita, son solo un golpe de ego de los poderes públicos. Lo importante es que la catedral se reconstruya bien, porque restaurarla, insisto, es imposible, ya que se han perdido los materiales originales. En este delirio, el gobierno francés también ha lanzado un concurso internacional para la reconstrucción de la flecha, y las primeras proposiciones espontáneas que se están publicando son sencillamente absurdas.

¿Qué medidas se han planteado para llevar a cabo la reconstrucción del templo?

La última novedad es que el gobierno está poniendo en marcha una ofensiva jurídica para saltarse las leyes de proyección del patrimonio e intervenir a su manera: el miedo justificado es que se haga una barbaridad. De hecho, se ha aprobado por decreto una ley que permite al gobierno rodear todas las barreras de control del sistema patrimonial para «acelerar» la obra, pero también, seguramente, para imponer un proyecto de su gusto. No queda claro si el gobierno quiere que la flecha sea idéntica o no. Lo primero ha sido retirar la estructura de andamios derretidos por el calor, consolidar y asegurar todas bóvedas que habían quedado a la intemperie. Pensar ahora en reconstruir, en restaurar, es muy complicado. Hay que estudiar hasta dónde han llegado los desperfectos. Y luego, probablemente, habrá que levantar una cobertura para proteger el templo. Por ejemplo, ahora hay obras en Saint-Philippe-du-Roule, y se ha cubierto con un tejado de chapa. En Notre Dame, habrá que hacer lo mismo porque en París llueve muchísimo.

Yo no soy especialista de arquitectura gótica, pero mis colegas del departamento en Sorbona que sí lo son, y, en general, la comunidad científica y el mundo del arte francés se plantean si lo que ha ardido debe ser reconstruido idénticamente o si se exploran otras soluciones. Es decir, la mayoría apuestan por una reconstrucción fidedigna de lo destruido, pero queda decidir si por fuera se hace un techo de plomo con una aguja y por dentro se usan materiales modernos. La catedral de Reims fue destruida en la Primera Guerra Mundial. La «charpente» era de madera, pero se reconstruyó con hormigón en los años 20. Hoy se visita, porque fue una solución elegante y un ejemplo del buen uso de los materiales y técnicas contemporáneas para reconstruir patrimonio en peligro. También hay gente que pide que la «charpente» de la catedral se reconstruya en madera. De hecho, se ha planteado implicar a todos los artesanos franceses, incluidos jóvenes alumnos de formación profesional, lo que sería una bonita metáfora de «unión nacional» en torno al monumento. Desde luego, el presupuesto suficiente ya se ha conseguido.

Hubo una pequeña polémica sobre los adjetivos que debían acompañar a las informaciones sobre la catedral. Por ejemplo, algunos insistían en destacar que Notre Dame es un monumento «cristiano», otros preferían resaltar que «europeo»...

Notre Dame es las dos cosas. Quizá, visto desde fuera, a veces no se entienda el contexto francés. Francia es un país laico donde hay una ley desde 1905 que separa el Estado de la Iglesia. Tan laica es Francia que no se restaura patrimonio de la Iglesia. Las iglesias de París, por ejemplo, se caen a pedazos.

¿La laicidad de Francia se traduce en el descuido de sus monumentos religiosos?

La laicidad se encuentra en el origen la complicada relación del Estado por esos edificios. Haciendo una comparación, y salvando las distancias evidentes, es como lo que pasa en España con el patrimonio franquista. Hay ciertos edificios que entran en un relativo conflicto con los valores del Estado que ha de gestionarlos, y se convierten en objetos extraños en el espacio público, con lo que a veces no se sabe muy bien qué hacer por miedo a caer en contradicciones o recibir críticas.

Ese patrimonio incómodo, hay gente que quiere dinamitarlo. Otra, que quiere transformarlo en un monumento a las víctimas. El Arco de la Victoria de Madrid, que es obra de Modesto López Otero, un arquitecto importante, se encuentra en un estado lamentable. Hay que recordar que es producto de una época histórica que no hay que negar, sino conocer mejor para juzgarla de manera inteligente, sin amalgamas. En Francia, mucha gente no quiere que el gobierno invierta dinero en restaurar iglesias. 

Pero contra ese laicismo de Estado, hay que entender el valor patrimonial que tiene Notre Dame. París es una ciudad Patrimonio de la Humanidad, y hay que evitar que la reconstrucción se convierta en algo tecno-kitsch. Aquí no cabe ser audaz, como lo fue en su día Violet-le-Duc. Hay edificios, y este es uno, que hay que restaurar de manera idéntica, porque sus formas representan unos valores y una riqueza patrimonial que no va a ser la misma si, en lugar de una aguja de madera y metal con formas neogóticas, se levanta una aguja de cristal que brilla por la noche con muchos colores y purpurina. Esto no es Abu Dabi ni la Ciudad de las Artes de Valencia. Es una joya de la historia de la arquitectura donde muchas cosas empezaron y otras acabaron, es un monumento bisagra de la cultura occidental. Creo que no hay que hacer pastiches, y mucho menos los que se hacen hoy en día, a lo Zaha Hadid en el puerto de Amberes, por interesante que pueda ser ese trabajo en ese contexto. Creo que hay que restaurar, y luchar contra esa idea, de que este caso podía ser la nueva pirámide del Louvre. Grave error.

¿Por qué?

Porque la pirámide de cristal del Louvre no fue construida encima del palacio, no lo desfigura. No se destruyó un pabellón del siglo XVII o la columnata de Luis XIV para ponerla. La pirámide de Pei es un ejemplo de integración de una obra arquitectónica muy audaz y rompedora (¡se hizo en los ochenta!) en un entorno sacrosanto y fundamental para la política cultural de Francia. Si en Notre Dame se pone una aguja de cristal, la catedral sí queda desfigurada.

Se ha lamentado que la catedral, en cierta manera, ya había sufrido una desfiguración, causada por los millones de viajeros que la visitan cada año, y el paso de templo a atracción turística.

Eso no solo pasa con Notre Dame, eso es el siglo XXI. El placer estético de visitar un monumento o un museo ha desaparecido en toda Europa. Los monumentos están sometidos al estrés de las visitas. Algunos ya limitan el acceso, como la Alhambra, Pompeya o la Galería de los Uffizi. Pero yo no diría que Notre Dame estaba desfigurada. Si una persona tiene la sensibilidad de entrar en la catedral y fijarse en cada capitel y ver cómo se representan las especies vegetales distintas, o de apreciar la división de los de espacios, la elegancia de toda la estructura, los rosetones…

¿Se teme que la explotación turística de Notre Dame provoque que la restauración del templo termine siendo un desastre?

No creo que las ganas de atraer más turistas animen al Estado a que la restauración sea cutre. El problema son los Juegos Olímpicos, que se han convertido en el objetivo del «presidente jupiteriano», y de la alcaldesa de París, cuyas buenas intenciones están plagadas de malas ideas para el patrimonio. Creo simplemente que los políticos tienen mal gusto. Y a todo político, a todo pequeño Napoleón, le gusta dejar su huella en monumentos icónicos de París. Ten en cuenta que una de las cosas típicas de los presidentes de Francia en sus últimos mandatos es inaugurar un museo: Mitterrand agrandó el Louvre, Pompidou construyó el centro de arte contemporáneo, Chirac inauguró el Quai Branly… Hay una relación entre poder y cultura en Francia que es bastante importante. Macron, que pertenece a una élite culta y educada, quiere también dejar su huella, ser el presidente «que reconstruyó Notre Dame». Él ha comprendido la importancia simbólica que tiene este caso. Espero que le aconsejen bien, que preste atención a los especialistas de patrimonio e historia del arte, y no se deje llevar por los aires de grandeza tecno-kitsch que desfiguran todas las capitales del mundo en estos días.

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