Entrevista al «Obispo de la silla de ruedas»

Kike Figaredo: «En España creer en Dios es casi como ser de una secta»

Jesuita como el Papa Francisco, Kike Figaredo, más conocido como el «obispo de la silla de ruedas», ha dedicado los últimos treinta años a los excluidos, refugiados y niños discapacitados por las minas antipersona en Camboya

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¿Qué es ser un héroe? El cine de los últimos años ha sobreexplotado el fenómeno superhéroe: X Men, Iron Man, Spiderman, Deadpool o Capitán América. Incluso enfrentándose en la gran pantalla: Batman v Superman ha superado los 700 millones de dólares recaudación (se esperaba más de 1.000). Más de 43 películas de Marvel se han estrenado hasta la fecha. Siete lo harán este año.

Desde David frente a Goliat el heroísmo es mayor cuanto más débil e inofensivo aparenta ser el que desafía al fuerte. En el libro « El Corazón del árbol solitario» (Ed. Salterrae) José Mª Rodríguez Olaizola, escritor jesuita, traza la figura de dos tipos de héroes más reales que el hombre de acero: «Los más evidentes son las personas que, en su anonimato, en su dificultad y en su tesón, plantan cara a la adversidad y resisten.

También están los hombres y mujeres que se entregan a una misión con coraje y perseverancia. Son héroes, sí, pero héroes cotidianos. Humanos. Normales». Está hablando de Kike Figaredo, más conocido como «el obispo de la silla de ruedas», por su labor durante los últimos treinta años con los refugiados en Camboya.

Jesuita como el Papa Francisco, Figaredo ha dedicado toda su vida a los excluidos. Fue nominado para los premios Príncipe de Asturias de la Concordia en 2008, que finalmente ganó Ingrid Betancourt. Puede decirse que este español es uno de los pioneros en el trato a los refugiados, palabra tan de moda en Europa en el último año. Cerca de dos millones de minas fueron sembradas en Camboya entre los años 70 y principios de los años 90 por las distintas partes del conflicto, según datos de la ONG escocesa The Halo Trust. Miles de camboyanos han muerto o han perdido algún miembro por estos «soldados», «siempre alerta y que nunca duermen». Un estudio inacabado de la Autoridad Camboyana para la Acción de Minas y la Asistencia a Víctimas (CMAA) cree que casi 2.000 kilómetros cuadrados del territorio nacional siguen contaminados.

—¿Se ha sentido lo suficientemente arropado en estos años? ¿Qué le parece el Papa Francisco?

«A veces me siento solo. Nos han dicho que si "hemos hecho de la Iglesia una ONG"»
Kike Figaredo

—Kike Figaredo: No he sentido que me faltara apoyo. Si miramos a la trayectoria general, no. En algún momento si me hubiera gustado tener una palmadita más, pero en general, no. A veces me siento solo. Por ejemplo cuando he sido criticado por la Iglesia: porque “hemos hecho de la Iglesia una ONG. Este tío solo piensa en la ayuda humanitaria y no en las labores tradicionales de la iglesia”. No es verdad. Cuando el Papa habla, lo que dice nos toca. Me siento mucho más acompañado. Nos habla a la Iglesia de la periferia. Nunca seguí tanto a un Papa como a este, nos instruye de una manera muy sencilla todos los días.

—¿Con él «mola» ahora creer en Dios?

—KF: No, no es que se lleve ahora creer en Dios. Los que creemos lo tenemos un poco mal en Occidente. "Ah, ¿pero tú todavía crees?". Como si fuera una fase de la vida y parte del pasado. Una rémora. Eso es una visión muy negativa. No me parece correcta. Lo que sí, el Papa Francisco da mucha más credibilidad a los creyentes. Habla para todos. Descubre los gazapos hacia los que están en contra de muchas cosas. En contra de la mayoría de los seres humanos, que los miran mal como retrasado por ser creyentes. En Camboya todo el mundo cree pero de manera diferente. Para mí, ser líder religioso en Camboya es importante, aunque seamos pocos (en torno a 15.000 cristianos de 15 millones de personas en un país de mayoría budista), pero hay consideración. En España, creer en Dios es casi ser como de una secta. Aquí se cree que por tener fe se es una persona intransigente. Y no es verdad.

«El voluntariado no son 8 horas y luego me voy de copas»

«¿Que si soy pionero cuidando refugiados? Sí y no. Aquí esto ya existía. Me presenté como voluntario al servicio jesuita de refugiados, aquí yo sería pionero pero esto existía ya allí. Yo entré en el equipo y me dieron una aspiración. Ha sido una pequeña escuela. Ese modelo de acompañamiento se está repitiendo en el Centro Arrupe y en la construcción de la Iglesia», apunta. En los últimos años ha aumentado el número de voluntarios en la causa de Figaredo y tantos otros en Camboya. «Ha habido una evolución a más, ahora tengo que hacer una selección. Psicológicamente las personas tienen que estar equilibradas, son servicios 24 horas. No puedo meter en casa a gente que no tenga una vida más redonda. El voluntariado no son 8 horas y luego me voy de copas. Es entregarse. Hay un proceso de que la gente es cada vez más adulta. Antes entre 24 y 28 y ahora entre 35 y 40».

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—¿Tener discapacitados en la familia sigue siendo una maldición en Camboya?

—KF: En zonas rurales piensan que es el karma, una reencarnación primera. Hoy en día hay de todo. Lo que hay es un conocimiento muy acientífico, a contrario que aquí. Que puedes luchar poco para hacer que la realidad cambie.

Si preguntan en España qué ocurre en Camboya, pocos pueden siquiera situar al país en el mapa. Algunos se acordarán del genocidio de los jemeres rojos y de Pol Pot. Y poco más. Figaredo ha vivido ocho golpes de estado: «Siete en Tailandia y uno en Camboya». Y uno nada más aterrizar en 1985.

—¿Ha cambiado Camboya en estos treinta años?

—KF: Ha mejorado superficialmente muchísimo. Mejores infraestructuras, no ves armas en las calles, la situación de la sociedad civil es más normal... Se nota cuando hablas con la gente y ves que la dinámica de la gente va cambiando con las generaciones y los años, pero las heridas de la guerra siguen muy vivas. Hábitos violentos, de no diálogo, ahí siguen. El hábito de imponerte por el poder, por las armas, por la intimidación, está a la orden del día en la calle.

Rodríguez Olaizola pasó siete semanas en Camboya junto al sacerdote que lleva a cabo un proyecto que principalmente ayuda a los afectados por las minas antipersona. «Si con este libro ayudo a que conozcan más este país hermoso, me doy por satisfecho», dice Figaredo. Tanto él como Olaizola insisten en no diferenciar blancos y negros, malos y buenos. «Sería una tentación inmediata asociar los campos de refugiados a las víctimas de los Jemeres Rojos y convertirlos en nuestra imaginación, en lugar de exilio forzado de los más golpeados y un lugar de compasión pura. Eso haría más inmediata, más fácil, más inexcusable la ayuda humanitaria. Nos cuesta más justificar la relación con los culpables», reza el libro. «Parece que siempre hay que dividir el mundo en buenos y malos, verdugos y víctimas, sin darnos cuenta de que el poder -y la violencia- se mueven por ciclos. Que al final los pacíficos se llevan la peor parte, sean del grupo que sean», añade.

—¿Los bandos siguen? ¿Le han metido en alguno?

—KF: Sí y no. Te pueden clasificar desde fuera, creo que no me han obligado a posicionarme. En un campo de refugiados estás en una parte del conflicto luego en la otra. Hay gente politizada que te encasilla y te intenta obligar a estar encasillado. Al final se dan cuenta que estás ahí por las personas no por una opción política. Yo trataba a refugiados de la parte de la derecha y jemeres rojos y luego también con los vietnamitas. Yo me dedicaba a la labor humanitaria y solucionar problemas básicos. En cambio, sí he ido a los líderes a hablar con ellos. En Camboya tenemos un problema con la ecología por las empresas. Vinieron a verme el gobernador y un senador muy cercano al primer ministro. Y en casa tengo un cartel de “el bosque de Prey Long es de todos, no dejes que lo destrocen”. Lo vieron. Con la campaña contra las bombas de racimo, que no se ha firmado aún, les decimos siempre lo mismo, que se vote por esa medida internacional. Hay que decirlo con la autoridad de la gente. No tengo ningún partido, tengo apego a la gente, la gente está sufriendo esas cosas. Les digo: "Por favor, muévanse. Si quieren que la gente os quiera, movéos por ellos".

Dos de cada tres camboyanos tienen menos de 30 años. Sin embargo, la clase política sigue nutriéndose de las rencillas del pasado. Hun Sen es el líder del Partido Popular de Camboya que ha estado en el poder desde que Vietnam invadió el país en 1979 y derrocó el régimen de la Kampuchea Democrática. «The NY Times» se refiere a él como un primer ministro que ha liderado una suerte de autoritarismo electoral cleptocrático durante las tres décadas que lleva en el poder, recurriendo a la violencia, la intimidación y al acoso judicial. En dos años afronta las siguientes elecciones generales. Transparencia Internacional sitúa a Camboya en el puesto 150, de 167 países, en materia de corrupción.

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«El obispo de la silla de ruedas» no es realmente obispo, sino prefecto apostólico de Battambang (Camboya). Monseñor Enrique Figaredo Alvargonzález (primo de Rodrigo Rato) llegó al país en 1985 después del genocidio que sufrió bajo la dictadura de Pol Pot. Desde entonces, han repartido «unas 30.000 sillas de ruedas a unas 15.000 personas. Hay reposiciones: muchos han recibido unas tres sillas de rueda en su vida». Con el proyecto Outreach (llegar fuera, llegar más allá, en inglés), este jesuita asturiano atiende a más de 700 familias con algún miembro discapacitado. Figaredo compró nueve hectáreas de tierra que no hace mucho estaban plagada de minas cerca de la frontera con Tailandia. El Centro Arrupe es la base para el proyecto de ayuda a familias con discapacidad: «Es una casa de acogida de chicos discapacitados, a los que ayuda a salir adelante. Llevamos la educación a puntos muy remotos, en plena selva».

—¿Encuentra paralelismos con la crisis de refugiados en Europa?

—KF: Para mí, hay unos paralelismos totales, con los sirios y muchos países de África, como ocurre en Congo o Sudán, que tienen problemas permanentes. Son conflictos bélicos alimentados desde fuera, a los que han administrado armas, formación violenta, creando al final un caos en los países que hace que haya unas guerras que no se sabe quién es quién; donde no hay frentes y los civiles no saben dónde cobijarse y salen corriendo. Vayan donde vayan, no están protegidos en ningún lugar. No tienen donde ir. El sustrato humano y el problema político es muy paralelo.

—¿Es el islam culpable de las guerras en Oriente Medio?

—KF: Yo creo que la religión es un componente, pero no es el problema. El problema es más bien político, el tener una visión militarista del control del mundo. Hay una utilización clara del islam y de los musulmanes. Nos están engañando diciéndonos que el problema es el islam. El problema no es el islam, entre los islamistas hay gente buenísima, en Camboya los tenemos y son gente muy buena. El problema es más bien político, no dialogante, sino militarista. Habría que analizar intereses en venta de armas, control de recursos naturales, como el agua, geopolíticos, influencias...

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