Francisco de Andrés

Una esposa para media hora en Irán

El auge de los «matrimonios temporales» en el régimen de los ayatolás equivale a legalizar la prostitución

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La celebración, el pasado domingo, del día mundial que recuerda la lacra de la explotación sexual ha servido munición para que clérigos y líderes musulmanes hayan vuelto a centrar sus críticas en la «corrupción moral de Occidente», donde la pornografía y una cultura hedonista agresiva campean con frecuencia de modo impune. El clima puritano de las sociedades islámicas esconde, sin embargo, realidades turbias poco conocidas -y menos aún publicitadas- que revelan un alto nivel de hipocresía

Como botón de muestra entre muchos basta pensar en la difusión de los llamados «matrimonios temporales» («mutah» en árabe), una fórmula bendecida por la ley islámica que conduce a situaciones de prostitución legal por la vía de los hechos. Los «mutah», prohibidos hoy en el mundo suní, se han multiplicado en la primera potencia chií, Irán, desde la llegada del régimen fundamentalista de Jomeini hace casi 39 años.

Su lectura del Corán es simple. Para un musulmán, la fórmula ideal es el matrimonio permanente, pero si el hombre no se siente capaz de vivir las obligaciones que aquel comporta hacia su mujer y los hijos, puede optar por el «matrimonio temporal». Su duración depende de la voluntad de los contrayentes: un año o más, un mes...o media hora. Lo normal es que el hombre ofrezca a la mujer -o muchas veces a sus padres indigentes- dinero o un hogar a cambio de relaciones sexuales. La doctrina del «mutah» y la prostitución legal se parecen tanto como un huevo a otro huevo, y sirve tanto para justificar la vida libertina de muchos enriquecidos bajo el régimen de los ayatolás, como para alimentar la picaresca de quienes rechazan el puritanismo farisaico de las leyes. Cuando la policía religiosa descubre relaciones prematrimoniales, prohibidas, muchas veces los jóvenes de Teherán pretextan haber contraído «matrimonio temporal» para eludir los castigos de la ley.

La hipocresía, que La Rochefoucauld definió como el homenaje que el vicio tributa a la virtud, vende tan bien en Oriente como en Occidente. Basta fijarse en quién tira la primera piedra.

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