HORIZONTE

El empuje de Europa de valores

Criticar los fallos de la UE no es ser euroescéptico, es ser un verdadero europeísta

Ramón Pérez-Maura

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Quienes celebran pompas fúnebres por la muerte de Europa harían bien en repasar con más cuidado la situación. Las políticas que se han aplicado en Europa viven malos momentos. Pero a quien debe afectar eso es a quienes han aplicado esas políticas, no a Europa. En cualquier democracia, cuando uno promueve las políticas equivocadas, lo que hay que hacer es cambiar las políticas, no finiquitar la democracia e instaurar una dictadura. La alternativa a la Europa que estamos viviendo en el momento presente es más Europa diferente, no el desmantelamiento de nuestra estructura política. Que sin duda necesita ajustes, porque tiene 61 años de vida. Y los elementos actuales son muy diferentes de los que dieron lugar a la firma del Tratado de Roma en 1957. A lo largo de los años se han ido haciendo nuevos tratados, pero el complejo puzle que representa la unión política de los europeos sigue siendo un rompecabezas sin precedentes históricos de comparación válida.

Ésta es la Europa de las libertades. Y desde esa libertad, los europeos están buscando una regeneración democrática. Una renovación que asusta enormemente a quienes han marcado la pauta ideológica de Europa a lo largo de las últimas décadas. Los padres de esta Europa fueron tres democristianos ilustres, Konrad Adenauer, Robert Schuman y Alcide De Gasperi. Con el paso de los años y en el proceso de construcción política, las ideas socialdemócratas se han ido apoderando de la política de la Unión. A lo que, sin duda, ha contribuido la falta de liderazgo ideológico en la derecha europea, que a lo largo de décadas se ha dejado subsumir por la socialdemocracia hasta hacer verdad aquella dedicatoria que Friedrich von Hayek puso a su obra maestra, «The Road to Serfdom» (Routledge Press. Londres 1944): «A los socialistas de todos los partidos».

Precisamente por intentar desmontar ese poder de la socialdemocracia y por dar respuesta a los problemas que están surgiendo en Europa y que algunos de los partidos tradicionales no han sabido contener, están surgiendo partidos que representan una alternativa que gana (y pierde) elecciones en las urnas. Y lo hacen desde el corazón de Europa y de su viejo Imperio Austrohúngaro: Austria, Polonia, Hungría… Lo más interesante es que hay dos casos especialmente notorios en los que esa regeneración, propulsora de una nueva derecha, se está produciendo desde dentro del Partido Popular Europeo: el Partido Popular Austriaco y el Fidesz húngaro. Esto ha llevado a los socialdemócratas de todos los partidos a denunciar el auge de una extrema derecha que no es tal. Criticar los fallos de la UE no es ser euroescéptico, es ser un verdadero europeísta.

El pasado martes Hungría -no Víctor Orban- fue sometida a un auto de fe en el Parlamento Europeo. Orban terminó su discurso de defensa de Hungría con un duro alegato: «Hablemos con claridad: quieren denunciar a Hungría porque el pueblo húngaro ha decidido que nuestra patria no será un país de inmigración. Con el debido respeto, pero con la mayor firmeza, rechazo las amenazas, el chantaje, la difamación y las acusaciones fraudulentas contra Hungría y los húngaros por las fuerzas pro inmigración del PE. Les informo respetuosamente de que, cualquiera que sea su decisión, Hungría no cederá al chantaje: continuará defendiendo sus fronteras, parará la inmigración ilegal y defenderá sus derechos, contra ustedes si es necesario. Los húngaros estamos listos para las elecciones [europeas] del próximo mayo, cuando el pueblo tendrá finalmente que decidir el futuro de Europa y tendrá la oportunidad de restaurar la democracia en la política europea».

Defender la democracia en Europa es ser europeísta.

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