Carmen de Carlos

El derecho a existir de Venezuela

El descaro con el que el régimen de Caracas disfrazó el asesinato del concejal desembocó en que la oposición, atomizada, cerrase filas en un frente común de protesta

Imagen del cortejo fúnebre por la muerte del concejal Fernando Albán el pasado 10 de octubre Reuters

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Demasiadas noticias, malas, para Venezuela. La peor y más reciente sigue siendo la muerte del concejal opositor, Fernando Albán. El SEBIN, lo más parecido a la DINA de Pinochet, insiste todavía en que sus detenidos (o secuestrados) se le tiran por la ventana. Lo hace con el mismo cuajo con el que el Gobierno de Arabia Saudí mantiene que nunca tuvo noticias del paradero (desconocido) de Jamal Khashoggi, el periodista que entró por una puerta en su Consulado y presumiblemente, salió troceado por otra para embarcar en vuelo privado con dirección a Riad.

La caída a plomo de Albán sobre el cemento, un suicidio según Maduro, se suma a las balas en el pecho de manifestantes, a los suplicios a la luz del sol -o entre tinieblas- de hombres, mujeres y jóvenes que pretenden vivir libremente y en paz desde hace dos décadas, el tiempo que permanecen bajo el yugo chavista/madurista.

El descaro con el que el régimen de Caracas disfrazó el asesinato del concejal desembocó en que la oposición, atomizada, cerrase filas en un frente común de protesta. Pero la tragedia, la última de centenares registradas, no sirve para rearmar una plataforma política que pueda tumbar un régimen sangriento y despiadado. La represión de Maduro, en apenas cinco años, se ha cobrado la vida de más de setecientas personas y sin embargo, Pablo Iglesias y el resto de la cúpula de Podemos ponen su Gobierno como ejemplo.

La intervención del ministro de Asuntos Exteriores español, José Borrell, en Bruselas y la tentación de Federica Mogherini de resucitar e intervenir en un diálogo entre oposición y Gobierno, que nació muerto, ahonda en la desesperación de los venezolanos. La posibilidad de que se levanten las sanciones a los gerifaltes que se han enriquecido a costa del esfuerzo y la sangre de otros les hunde, más si cabe, en la miseria. España es sinónimo de esperanza para los venezolanos y lo es, pese a la presencia intermitente del expresidente José Luis Rodríguez Zapatero, al que consideran un asalariado del régimen cuya misión verdadera, advierten, sería insuflar oxígeno a una dictadura modelo siglo XXI.

Europa es la puerta grande del viejo continente con vistas al resto del mundo, una ventana más a la de Estados Unidos, con fuerza para sancionar y poner límites al terrorismo de Estado de Venezuela y a la miseria y penurias de sus habitantes. Amagar con hacer borrón y cuenta nueva, desde el Madrid que habita Pedro Sánchez es otro golpe o portazo renovado a la esperanza de un pueblo que tiene derecho a existir.

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