La derecha portuguesa salva al socialista Costa de una crisis de gobierno

Los conservadores apoyan en un voto crucial al PS, acosado por la extrema izquierda

El primer ministro portugués, Antonio Costa AFP

Francisco Chacón

El anunciado terremoto político en Portugal ha quedado en un amago que solo prueba el innecesario alarmismo efímero al que se ha abonado Portugal en los últimos meses. En efecto, la votación final en el Parlamento sobre la reposición de los nueve años congelados en la antigüedad de los profesores se saldó este 10 de mayo con un cambio de posición de los dos partidos conservadores mayoritarios : el PSD de Rui Rio y el CDS de Assunçao Cristas.

Resultado: ni se aprobó el desembolso de 800 millones de euros anuales ni se descabalgaron las cuentas públicas ni, sobre todo, llegó a dimitir el Gobierno socialista de António Costa , tal como el propio primer ministro había anunciado en una maniobra desconcertante a solo unas semanas de las elecciones europeas y a cinco meses de las legislativas.

Lo que sucedió inicialmente es que PSD y CDS se alinearon extrañamente con la extrema izquierda (comunistas y Bloco de Esquerda) para aprobar tal medida en la comisión parlamentaria de Educación.

Como António Costa pasó al ataque y los presionó con una fulminante amenaza de dimisión, ambas formaciones recularon en aplicación del “sentido de Estado”.

El primer ministro lo tiene claro, de acuerdo con sus declaraciones: “Es el triunfo de la responsabilidad”. Y es que PSD y CDS no calibraron suficientemente que el signo de su voto iba a desatar la ira de los socialistas y la sorpresa del presidente de la cohabitación, Marcelo Rebelo de Sousa.

Tanto es así que Costa llegó a dirigirse a la nación para comunicar públicamente que la opción de dimitir se encontraba realmente sobre la mesa. Mucho más teniendo en cuenta que otros colectivos, como policías o la función pública, reclamaban una reposición de su antigüedad completa en los mismos términos. Habría sido descuadrar totalmente los Presupuestos del Estado portugués, ya autorizados por Bruselas. De ahí la cascada de reacciones.

Eso sí, la incógnita planea sobre el panorama político del país vecino: ¿es realmente serio todo el teatro urdido alrededor del asunto? ¿Llegaron demasiado lejos las estrategias del dramatismo forzado? Los portugueses comienzan a hartarse de semejante actitud.

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