Sue Klebold, madre de uno de los autores de la matanza de Columbine
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Matanza de Columbine

Cuando tu hijo adolescente asesina a 13 personas

Sue Klebold ha vivido enterrada en culpa desde que su hijo fuera uno de los dos autores de la masacre de Columbine, y ahora cuenta la experiencia en un libro

CORRESPONSAL EN NUEVA YORK Actualizado: Guardar
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El 20 de abril de 1999 era un día normal para Sue Klebold. Salió de casa en un suburbio de Denver (Colorado) para conducir cuarenta kilómetros hasta su trabajo, una oficina de asistencia a universitarios con discapacidades. Apenas pasadas las doce de la mañana, sonó el teléfono. Era su marido, Tom, que trabajaba desde casa, como geofísico. « Algo horrible está sucediendo en el colegio», dijo sin aliento.

Casi al mismo tiempo que esa llamada, el hijo de ambos, Dylan, se suicidaba con un disparo en su sien izquierda en ese colegio, el instituto de Columbine. Lo hacía después de intentar explotar una bomba en la cafetería y de matar a 12 estudiantes y un profesor junto a su amigo Eric Harris.

Ahora, casi 17 años después, Sue Klebold publica un libro en el que trata de enfrentarse al sentimiento de culpa que arrastra desde entonces. «Una madre rinde cuentas: la vida después de la tragedia» llega después de años de silencio, y deja un mensaje claro: Sue no conocía a su hijo. El drama para ella fue no poder sospechar que algo así podría venir del niño de sus ojos.

«Es muy difícil interiorizar que la persona a la que has criado y amas haya matado a gente salvajemente, de una forma tan horrible», dijo hace unos días en una entrevista con la presentadora Diane Sawyer, de la ABC.

No tiene palabras para expresar lo que le duele la tragedia que causó su hijo. «Lo siento mucho por ellos», dijo sobre las familias de las víctimas. «Pero sé que es una respuesta inadecuada a todo su sufrimiento. No hay un solo día en el que no piense en toda la gente a la que hizo daño. Para mí es más fácil decir 'hacer daño' que 'matar'».

Aunque Sue insiste en que no podía llegara a sospechar la matanza de Columbine, no niego que hubo señales en el camino. Con la llegada de la adolescencia, el niño tímido y dulce, al que su madre llamaba «sunshine boy» —algo así como «rayo de sol», en inglés— por su melena rubia y su amabilidad, cambió. Empezó a traer peores notas, su mal humor era habitual. Se encerraba en su cuarto, pasaba horas con el ordenador, se convirtió en una persona distante y callada en el ámbito familiar. Otros signos fueron más evidentes de que algo pasaba por su cabeza: pidió comprar una pistola, escribió un relate para clase sobre un hombre que mataba a tiros a un grupo de universitarios. Tenía amigos, pero sobre todo andaba con Eric Harris. Con él se metió en problemas, dentro del colegio y fuera de él: rompieron el cristal de una furgoneta para robar, por lo que Dylan tuvo que hacer servicios sociales. También tuvo un encontronazo con su madre en casa, una discusión en la que él le acabó diciendo: «Mamá, no me empujes. No sé si puedo controlarme».

El día de la matanza, Sue también notó algo raro. Esa mañana Dylan salió a toda prisa de casa y solo dijo un rápido «adiós» de despedida, entrecortado. Sue lo escuchó desde la cama y le dijo a su marido: «Me preocupa Dylan». Pero todo eso no fue suficiente para despertar alarmas graves. EE.UU. todavía no había sufrido un «Columbia» ni las otras masacres en centros educativos que han ocurrido desde entonces. La idea de dos adolescentes de un suburbio tranquilo armados hasta los dientes disparando en los pasillos del instituto no parecía real.

Sue tuvo que digerir el daño que hizo su hijo y el hecho de que era muy diferente de la persona que ella creía. Tras la matanza se descubrieron los diarios de Dylan, cargados de voluntad suicida. Los expertos determinaron que sufría depresión y que Harris era un psicópata. Un cóctel que acabó en un baño de sangre.

Sue desapareció del mapa, se encerró en sus propios ataques de pánico. Perdió once kilos cuando se trató un cáncer de mama con radiación; estaba demasiado débil para la quimioterapia.

El libro —cuyas ventas irán destinadas al estudio de enfermedades mentales— ha sido una terapia para ella, para comunicarse con las víctimas, para sudar su culpa. Mucha gente le ha preguntado si ha perdonado a su hijo. «¿Perdonar a Dylan?», escribe en el libro. «Mi trabajo es perdonarme a mí misma».

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