Atentados en Sri Lanka

Huérfano antes de nacer

Stevan Fernando, un humilde pescadero que cayó en San Antonio, deja a su viuda embarazada de siete meses

Funeral por Stevan Fernando, un joven y humilde pescadero asesinado en el santuario de San Antonio, entre desgarradoras muestras de dolor PABLO M. DÍEZ
Pablo M. Díez

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Sri Lanka entierra a sus muertos entre llantos y gritos desgarradores. Un día más, ayer se vivieron momentos que partían el corazón en los funerales por las víctimas de los atentados islamistas durante el Domingo de Resurrección . Uno de ellos era el de Stevan Fernando , un humilde pescadero de 28 años asesinado en la iglesia de San Antonio, junto al puerto de Colombo.

El joven deja a su viuda, Sherin Therese , embarazada de siete meses y en estado de «shock» desde el domingo, cuando sobrevivió a la explosión en este bonito santuario del siglo XIX al sentarse en los primeros bancos. A su marido, que se quedó en la parte de atrás, le pilló de lleno la bomba que detonó un terrorista suicida, cuya metralla se le incrustó en el pecho. Atravesando un escenario dantesco de cuerpos mutilados y charcos de sangre, su esposa volvió como una zombi a su casa, que está a unos cientos de metros, para pedir ayuda porque no podía encontrarlo.

«Durante los dos últimos días, he tenido que recorrer cinco o seis hospitales y ver hasta cincuenta cadáveres, e incluso restos humanos, hasta que finalmente pudimos localizarlo el martes por la noche», contaba ayer a ABC su primo, Anthony Trevor. Con solo 17 años, se ha enfrentado a tan dolorosa búsqueda hasta identificar a Stevan. Pero no viendo su cuerpo, que estaba destrozado por la explosión, sino a través de una foto de su mano derecha que mostraba su anillo de casado. Con una entereza apabullante, nos enseña también una imagen del rostro de Stevan, que aparece con los ojos abiertos de par en par y una mueca de asombro en la boca. Como no podía ser de otra manera a su edad, la muerte le pilló por sorpresa, pero su expresión no es de miedo, sino de sosiego. «T1153», reza en la etiqueta identificativa que la Policía le colocó al cuello, del que cuelgan una cadena de oro y un rosario de su madre.

Con la mirada perdida

«Contaba los días hasta el 25 de junio, cuando su mujer saldrá de cuentas, y se había gastado 20.000 rupias (100 euros) en ropa y juguetes para el bebé, que será niño», relata su primo a las puertas de la destartalada vivienda de la familia, en un callejón tan estrecho que hubo que poner el ataúd de pie para que entrara. Cerrado para que no se vean los daños en el cuerpo del finado, es velado dentro de la diminuta casa por su esposa, su suegra y su abuela, las tres sentadas en el suelo en estado catatónico.

Como la viuda no puede hablar por la conmoción, y solo nos mira con la vista perdida cuando le damos el pésame, el primo Trevor y su madre, Krishna Kumari, siguen contándonos su triste historia. «Stevan trabajaba en una de las pescaderías que tiene mi esposo», dice la mujer, que es hinduista en esta familia católica. Su marido, Thomas Anthony Bran, dirige una empresa de exportación de marisco y había colocado a su sobrino Stevan en uno de sus establecimientos. «Ahora tendremos que seguir ayudando a las tres mujeres porque él era el único que traía un sueldo a esta casa y pronto habrá una boca más que alimentar», se resigna su tía, confiando al menos en que el bebé nazca bien. Esperado para finales de junio, el niño vendrá al mundo ya huérfano, otra de las tragedias que han dejado estos salvajes atentados.

Dentro de la iglesia de San Antonio , un equipo de la Policía Científica sigue tomando muestras bajo un insoportable hedor a muerte. En una pausa para tomar un refresco con el que combatir el sofocante calor, que te empapa la ropa de sudor, uno de sus agentes nos revela que el explosivo usado en el atentado podría ser «triacetono triperóxido», empleado en otros atentados reivindicados por Daesh. Para ayudarles en la investigación y capturar a los terroristas que se sospecha han huido, ayer llegaron dos equipos del FBI y la Interpol.

Más difícil será acabar con el miedo y recuperar la confianza entre las distintas religiones de la isla. Entre lágrimas y alaridos, Sri Lanka entierra a sus muertos y ofrece un futuro muy oscuro a niños que, como el hijo de Stevan, son huérfanos antes de nacer.

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