Ascenso y caída de los personajes más excéntricos del trumpismo

Como en sus «realities» antes de ser presidente, la Casa Blanca de Trump crea y destruye figuras estrambóticas, impensables en otras administraciones

Omarosa Manigault, junto a Donald Trump en un acto con líderes religiosos afroamericanos en 2015 Afp

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«Me voy a rodear solo de la gente mejor y más seria», aseguró Donald Trump antes de ser elegido presidente de EE.UU. «Queremos profesionales de primera línea». La promesa se recuerda cada vez que un nuevo miembro de su Gobierno se va por peteneras. El ejemplo más fresco es el de Omarosa Manigault-Newman , la estrella de su programa de televisión « El aprendiz », convertida en asesora de la Casa Blanca y ahora azote del presidente , con un libro de memorias explosivo y grabaciones secretas de la Casa Blanca.

Hubo otros antes: personajes lenguaraces, excéntricos, de reputación dudosa o ahogados en problemas éticos. La razón de que llegaran a altos cargos de la primera potencia mundial solo se explica en la caótica, personal, intuitiva gestión de Trump, nunca vista en EE.UU. Él los coloca y los quema. Algunos le sirven para cubrir una necesidad concreta o para distraer con el ruido de declaraciones estrambóticas. Todos serían divertidos, si Trump siguiera siendo un personaje televisivo.

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Omarosa Manigault posa durante una entrevista con motivo de la publicación de su libro Reuters

Omarosa Manigault-Newman: la aprendiz se rebela

A Trump le interesaban dos características de Omarosa Manigaul-Newman : su lealtad y el color de su piel. Apenas había minorías en su equipo de campaña, y Trump fichó a quien fue uno de sus mejores descubrimientos en «El aprendiz» -inteligente, agresiva, maquiavélica- para congraciarse con el votante negro. Solo la segunda de aquellas características ha resistido al tiempo.

A pesar de las decenas de despidos y las guerras intestinas en la Casa Blanca, nadie había reaccionado con ataques. Omarosa fue la primera en tomar el camino pedregoso y revolverse contra su exjefe.

Una estrella de los «realities» vive de la atención, y Omarosa entendió que tendría mucha más si atacaba al presidente. Como demostró en «El aprendiz», donde está cómoda es en el papel de «mala».Este año participó en la versión de famosos de «Gran Hermano» en EE.UU., donde ya anticipó que contaría su experiencia con Trump en un libro y dejó pistas de que no sería un retrato amable.

El libro se publicó la semana pasada y, si no fuera porque se trata del presidente de EE.UU., sería una novela estupenda para la playa: rumorea con sus romances, le acusa de utilizar términos racistas, cuestiona su salud mental, atiza a casi todo su equipo -en especial al jefe de gabinete, el general John Kelly, que decidió su despido en un intento de poner disciplina- y pinta una Casa Blanca disfuncional, caótica.

La publicación ha venido acompañada de un aluvión de entrevistas, en las que Omarosa no ha parado de lanzar bombas contra el presidente y de cintas secretas. Al parecer, grabó todo lo que se le ponía delante en la Casa Blanca, y ahora lo está soltando con cuentagotas: el momento de su despido; una conversación sobre ello con Trump, que asegura no saber nada; dos miembros de la campaña que dicen que el presidente pronunció la palabra «negrata», un asunto grave en EE.UU.; la última, una oferta de Lara Trump, la mujer de uno de los hijos del presidente, después de su despido para que trabajara para la campaña de 2020 y no contara su historia. La reacción de Donald Trump ha sido furibunda: ha llamado a Omarosa «chiflada» y «escoria». Una opinión muy diferente a cuando la fichó para su equipo.

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Anthony Scaramucci, cuando era director de Comunicación de la Casa Blanca Efe

Anthony Scaramucci: el hortera que duró diez días

Uno de los episodios más rocambolescos lo protagonizó Anthony Scaramucci . En EE.UU. se le conoce como «The Mooch», pero si su carrera en el Gobierno la hubiera realizado en España, sin duda le habría caído el apelativo de «Anthony el Breve». Diez días duró como director de comunicación de la Casa Blanca , en el agitado mes de julio del año pasado.

Scaramucci es una caricatura de algo caricaturesco como el trumpismo. Comparte rasgos con el presidente: lenguaraz, echado para adelante, criado en los suburbios de Nueva York (aunque en una familia modesta, al contrario que Trump), tiburón en los negocios y un tanto hortera. A Trump le conocía de siempre, de los círculos financieros de Manhattan.

Cuando ganó las elecciones, el ahora presidente le hizo una propuesta inspirada en Jesús y los apóstoles: «Deja ese negocio estúpido tuyo y ven a trabajar conmigo». The Mooch soltó las redes y se fue a Washington. Allí descubrió que los tiburones de Wall Street son sardinas comparados con los que nadan entre el Capitolio y la Casa Blanca. Labró una enemistad acérrima con los entonces jefe de gabinete, Reince Priebus, y estratega jefe de la Casa Blanca, Steve Bannon (ambos también caerían ese verano). Scaramucci los considera poco «trumpistas», mucho menos que él. Pero lograron que Scaramucci se quedara con cargos menores, fuera del entorno del presidente.

En plena crisis de filtraciones, Trump le colocó como director de comunicación el 21 de julio del año pasado. Esto provocó la dimisión de Sean Spicer, entonces secretario de Prensa y aliado de Priebus. El busto de Scaramucci -moreno de playa, sonrisa angulosa, dentadura blanquísima, corbata chillona- se coló de manera ubicua en las televisiones. No había charco en el que no se metiera.

Se pasó de frenada en una conversación telefónica informal con un periodista de la revista «New Yorker». A Priebus le llamó «jodido esquizofrénico paranoico» y se refirió a Bannon con un lenguaje grosero. Le grabaron la llamada y se publicó la historia. Si antes The Mooch estaba en los informativos, ahora los abría. Pocos días después, Priebus caía fulminado, y le sustituía el general John Kelly, que venía a poner orden en una Casa Blanca agitada. Tardó pocas horas en llamar a Scaramucci y comunicarle su despido.

The Mooch ha seguido hablando en las televisiones, estirando su sonrisa, defendiendo a Trump y despedazando a los que le rodean. Quizá sueña, todavía, con volver a la Casa Blanca.

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El primer portavoz del presidente estadounidense, en las inmediaciones del despacho Oval Efe

Sean Spicer: mentiras desde el primer día

A finales de diciembre de 2016, cuando Trump le nombró secretario de Prensa, Sean Spicer era un profesional de la comunicación muy respetado en Washington, después de casi dos décadas de experiencia en el ejército, el partido republicano y organismos conservadores.

El prestigio no duró ni 24 horas de presidencia. Al día siguiente de la investidura, Trump le mandó a la sala de prensa a negar que el número de asistentes había sido mucho menor al de Obama, como resultaba evidente. Spicer tuvo que elegir entre ser leal al presidente o decir la verdad. Optó por mentir como un bellaco: «Es la mayor audiencia en una investidura de la historia, y punto. Tanto en persona como en todo el mundo».

Fue el comienzo de una relación tortuosa con los periodistas que siguen la Casa Blanca, con distorsiones frecuentes de los hechos y aderezada por las mofas que hacían de él en todo el país; en especial, la genial imitación de la actriz Melissa McCarthy en «Saturday Night Live».

Spicer duró poco más de medio año, consumido por la presión de defender la gestión de Trump. La puntilla fue la llegada de Scaramucci como director de comunicación. Ha acabado riéndose de sí mismo, con un cameo en los premios Emmy: «Esta es la mayor audiencia en una gala de los Emmy, y punto».

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Pruitt responde a los periodistas cuando era director de la Agencia de Medio Ambiente Reuters

Scott Pruitt: acosado por los conflictos éticos

El fichaje de Scott Pruitt por parte de Trump fue por sí solo excéntrico: ponía al frente de la Agencia para la Protección del Medioambiente (EPA) a una persona que había dedicado buena parte de su carrera política a combatir al organismo.

Pero eso no fue lo que motivó su salida del Gobierno a comienzos del mes pasado. Pruitt había acumulado hasta catorce investigaciones por irregularidades éticas en su gestión: se gastaba millonadas en volar en primera, utilizaba a su equipo para recados personales, exigió que se usaran las sirenas de su personal de seguridad para llegar a tiempo a un restaurante caro de Washington, trató de colocar a conocidos en la EPA y alquiló una habitación en Washington a la mujer de un «lobbista» del sector del carbón por debajo del precio de mercado.

Se fue con loas exageradas a Trump: «Es una bendición haberle servido», le escribió en una carta. «Creo que usted es presidente por la providencia de Dios».

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El almirante de la Marina estadounidense y exmédico de Trump Ronny Jackson Efe

Ronny Jackson: el doctor que cautivó a Trump

Donald Trump quedó encantando cuando en enero de este año Ronny Jackson , el doctor del presidente, ofreció una evaluación médica inmejorable de su salud: «Tiene genes increíblemente buenos, Dios le ha hecho así» y una salud cardiaca «excelente», a pesar de que el presidente no hace deporte -cuando juega al golf se mueve con carrito-, adora la comida basura y es un consumidor desatado de Coca-Cola Light (en su favor, nunca ha bebido alcohol ni fumado).

Tan bien le cayó el médico -también había sido el doctor de Barack Obama-, que decidió nombrarle secretario de Asuntos de los Veteranos, lo que daba a Jackson responsabilidad sobre la cobertura médica y otros servicios a nueve millones de personas y una plantilla de cerca de 370.000 empleados.

Saltaron las alarmas, porque el doctor no tenía nada parecido a la experiencia necesaria para gestionar una maquinaria burocrática de semejante tamaño.

Lo peor de su caso es que eso no fue lo que le dejó sin el puesto. Empezaron a ventilarse acusaciones contra el doctor: repartía opiáceos con ligereza entre la Casa Blanca para dormir en viajes largos -le valió el apodo de «Hombre golosina»-, se emborrachaba con frecuencia durante viajes oficiales y mantenía un ambiente tóxico en su oficina médica. Trump acabó por echarse atrás. Ya ni siquiera es el médico del presidente .

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