Unidad de cuidados intensivos del Hospital infantil Holtz, en Miami (Florida)
Unidad de cuidados intensivos del Hospital infantil Holtz, en Miami (Florida) - REUTERS

El alto gasto sanitario en EE.UU. se traduce en pobres resultados

Dedica a la salud más del doble de recursos que la media de los países de la OCDE

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Cualquiera que haya tenido una atención médica en EE.UU. conoce la sensación de sorpresa e indignación cuando recibe la factura. Una visita a urgencias por un esguince de tobillo o una fractura leve pueden suponer mil dólares. Si una apendicitis sorprende en territorio estadounidense, el coste medio es de 15.000 dólares.

La apuesta de Barack Obama por avanzar hacia una cobertura sanitaria universal con su reforma sanitaria de 2010, la oposición furibunda de los republicanos a ella y sus intentos frustrados por encontrarle un remplazo no atajan el gran problema: el coste hiperinflado de la sanidad en EE.UU. Muy pocos legisladores hablan del elefante que se pasea por las cámaras del Capitolio: EE.UU. es uno de los países que más gasta en sanidad, pero cosecha uno de los peores resultados.

Dedica alrededor de dos veces y media más de recursos a sanidad que la media de los países de la OCDE, pero su esperanza de vida está por debajo de esa media y ha crecido mucho menos desde la década de los ochenta que en el resto de países desarrollados.

El gasto en este ámbito viene tanto de los impuestos como directamente del bolsillo de los ciudadanos y las empresas. El sistema sanitario de EE.UU. es privado, pero hay programas estatales para proporcionar cobertura a la población con menos recursos (Medicaid) y a los jubilados (Medicare).

¿Por qué EE.UU. gasta tanto y tiene una sanidad mediocre? Obtener una respuesta es meterse en un laberinto de intereses de aseguradoras, farmacéuticas, profesionales de la medicina e incapacidad política para regular el mercado. Para Elisabeth Rosenthal, autora de «Una enfermedad americana. Cómo la sanidad se convirtió en un gran negocio y cómo puedes recuperarla», el problema esencial es que «los incentivos de negocio se han convertido en el principal motor» de la industria. «El beneficio debería conseguirse por hacer cosas buenas para los pacientes», explica en una entrevista con «Knowledge Wharton». «En su lugar, lo que vemos muchas veces es que se busca el beneficio con independencia de que haya beneficio médico».

Seguros y farmacéuticas

Rosenthal retrata un mercado de seguros disfuncional en el que los precios se han disparado sin sentido. En las últimas décadas, los estadounidenses se convirtieron en «insensibles al precio», mientras sus pólizas -muchas veces pagadas por su empleador- subían cada vez más. Las farmacéuticas y los proveedores de servicios médicos podían subir los precios porque las aseguradoras también los subían. Pero cada vez hay más individuos y empresas que ya no se pueden permitir los seguros, o solo coberturas de peor calidad. También afectan al precio la mayor litigiosidad en EE.UU. contra los médicos, los salarios altos de los profesionales y las malas prácticas en las farmacéuticas, que favorecen la comercialización de productos más rentables, no los más beneficiosos .

Otra clave es que no hay un sistema de un solo pagador, como en España y en la mayoría de países desarrollados, en los que un actor -el sistema público de sanidad- tiene mucho poder para negociar precios y la calidad de la cobertura y los medicamentos. En EE.UU. la negociación la tiene que hacer cada aseguradora. En los últimos años ha ganado posiciones la idea de un sistema público de un solo pagador, algo impensable hace no tanto en EE.UU. El Senado de California ha impulsado una ley al respecto y, en Washington, legisladores de izquierda como Bernie Sanders están aprovechando las frustraciones en la revocación de Obamacare para colocarlo en la agenda política.

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