Aeropuerto de Tempelhof: de símbolo de Berlín a campo de refugiado

La oficina de Oficina Federal de Migración y Refugiados de Bremen aprobó unas 1.200 solicitudes de asilo injustificadas entre 2013 y 2016 a cambio de sobornos

Refugiados sirios frente a los cubículos dispuestos en la pista de aterrizaje AFP
Rosalía Sánchez

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Niñas sonrientes aprendiendo a patinar, adolescentes pilotando sus drones y padres que hacen volar cometas junto a sus hijos. Esta es la idílica estampa que ofrecen las antiguas pistas del aeropuerto de Tempelhof en este verano adelantado que vive la capital alemana. En el interior del edificio, nos adentramos en un universo paralelo en el que los niños juegan a dispararse con metralletas imaginarias y entonan canciones tradicionales de países que dejaron atrás. «¡Oh, Siria! Vivo por mi patria. Amarga es la distancia. Dulce es la victoria», se escucha una vez traspasados los muros, levantados en 1927 y que, hasta 1941, cuando se construyó el Pentágono en Washington, constituían el mayor edificio del mundo. Sorab Alizadeh, de 22 años y procedente de Fariab, en el norte de Afganistán, conoce al milímetro el centro para 7.000 refugiados improvisado en el antiguo aeropuerto y en los que ha vivido casi tres años. Los dos primeros meses durmió en cama de campaña, una de las naves principales, en un espacio compartido con otros 70 hombres. Después logró pasar a uno delos hangares en los que se han instalado contenedores, donde le fue adjudicada la compañía de otros tres jóvenes aproximadamente de su edad. «Mira, mi dirección en las cartas que enviaba mi familia», muestra orgulloso, «Aeropuerto Tempelhof, Hangar 6, Cabina G10. Berlín».

Estos días, muchos de los refugiados que han aceptado ya ésta como su casa están preocupados. El Ministerio de Interior ha anunciado que comprobará miles de decisiones de la Oficina Federal de Migración y Refugiados (BAMF), tras desvelarse que la oficina de Bremen aprobó unas 1.200 solicitudes de asilo injustificadas entre 2013 y 2016 a cambio de sobornos. «Muchos de ellos saben de lo que se está hablando, quizá no ellos, pero amigos suyos o familiares consiguieron los papeles de esa forma o comprando pasaportes sirios en el mercado negro», reconoce un exvecino desde una de las 76 cabinas distribuidas a los lados del pasillo, «yo no, yo estoy legal, pero muchos compraron pasaporte y tienen miedo de que los deporten, se han acostumbrado a esto».

Cubículos para refugiados AFP

Veinte metros cuadrados en un contenedor compartido no parecen gran cosa, pero en esas cabinas llegaron a dormir 12 adultos, en los peores momentos, y Sorab está contento. Ya tiene plaza para mudarse a un piso compartido. Entrena fútbol dos tardes al a semana con la asociación Türkiyemspor. Va a la mezquita «porque es bueno para llevarse bien con todos», está tomando clases de guitarra y quiere terminar sus estudios de personal de ventas.

Tempelhof, como acogida improvisada de refugiados, acumula ya todo un historial. De la aglomeración inicial se pasó a compartimentos divididos. Mujeres y niños aparte para evitar violaciones. Después se dejó atrás el hacinamiento y con los meses hubo que luchar contra ataques entre razas y tentativas de suicidio. Sorab no quiere hablar de reclutamiento islámico ni de persecuciones a judíos por las calles de Berlín, pero sabe de qué va el tema. «Yo no hablo de eso», rechaza, «y así va bien».

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