George Osborne (c), llega con su equipo a la sede del reciente congreso de los conservadores en Manchester
George Osborne (c), llega con su equipo a la sede del reciente congreso de los conservadores en Manchester - afp

El ministro de Hacienda y el alcalde de Londres pugnan por «la herencia»

El carismático Boris Johnson y el poderoso George Osborne inician su pelea por la sucesión de Cameron

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A los ingleses les encanta el toque excéntrico. La pequeña pincelada inesperada que pone una nota de color en el orden gris. George Osborne, el ministro de Hacienda con cara de palo, el recio liberal-conservador que dirigió el duro ajuste tras el descalabro del 2008, se ha desmarcado esta semana como un fervoroso admirador del «gangsta-rap». Ha contado que fue a ver a N. W. A., una banda surgida de las algaradas callejeras de Los Ángeles, y que le parecieron «lo más cool que he visto en mi vida». Incluso eligió una canción favorita: «Empieza por F, pero creo que no debo seguir…». Se refería a «Fuck the police». También ha revelado que ha invitado al productor Dr.

Dree a tomar el té en el número 11 de Downing Street, la residencia del jefe de la economía británica.

Boris Johnson también es un político atípico, y no solo por su atrabiliaria personalidad: ciclista callejero, maestro del humor, dialéctico que no elude la bronca y adúltero multirreincidente, con un vástago extra conyugal incluido. Ejerce de columnista de fuste en el «Telegraph» y es un escritor de éxito. El año pasado escribió una biografía multiventas de Churchill, en un claro intento de abrillantar su propia figura asociándola a la del viejo león. Ahora le han encargado una de Shakespeare, que debe salir en 2016, al hilo del 400 aniversario de su muerte, y por la que ha recibido un adelanto de casi 700.000 euros.

Pero ni el rap ni las biografías son lo que ocupa el pensamiento de Boris & George. Ambos tienen una pulsión mayor: el poder, suceder a Cameron como líder del Partido Conservador y muy probable primer ministro, visto que Corbyn llevará a los laboristas a una estratosfera izquierdista muy alejada de los graneros de votos del centro.

Johnson es más popular en los sondeos, pero Osborne tiene el apoyo del partido

¿Quién tiene a día de hoy más posibilidades? La última gran encuesta de Ipsos-Mori, una compañía respetada (si se puede decir eso tras el batacazo épico de todas ellas en las generales), sostiene que para el conjunto del público británico Boris es el preferido, con un 27% de apoyos, seguido por Theresa May, la ministra del Interior, con el 17%, y Osborne, con un 15%. Pero si se pregunta solo a los delegados conservadores, que son quienes al final eligen al líder, el cielo se abre para Osborne: 32% de apoyo frente a un 29% para Johnson.

El Congreso del Partido Conservador, que se celebró esta semana en Manchester, tenía el morbo de escenificar los primeros mandobles de la batalla por la sucesión. Osborne cuajó un gran discurso, hablando con tono de primer ministro. Pero Boris, escritor al fin y soberbio dialéctico, lo derrotó en el aplausómetro con sus humoradas, sus guiños euroescépticos y su apelación a que «debemos hacer una reforma del Estado del bienestar que proteja a los pobres y a los peor pagados». Todo un puyazo social a Osborne, que acaba de aprobar un recorte de ayudas a las familias que ha merecido incluso críticas en el seno de la parroquia conservadora por despiadado.

Pero la foto del Congreso es engañosa. Boris divierte, pero George manda. El alcalde de Londres está ya de salida y acaba de llegar al Parlamento como diputado, su inmediata ocupación política. Para distinguirlo, Cameron lo ha invitado a los consejos de su gabinete como una especie de ministro sin cartera. Pero al margen de sus espectaculares llegadas en bici a Downing Street, entrando a veces con el casco fosforito todavía calado sobre su distintivo pelo albino estudiadamente revuelto, lo cierto es que Boris ha trabajado poco. Se cuenta que su aportación ha sido nula.

La «patata caliente» de la UE

Por el contrario, Osborne, íntimo amigo de Cameron hasta de cenitas de parejas, ha sido distinguido como el primer secretario del gabinete. Amén de llevar –con gran éxito– la economía, el primer ministro le ha encomendado el tema político más candente en curso: la negociación con la Unión Europea de cara al referéndum de permanencia que se celebrará antes de 2017. Osborne, tal vez porque vive en el mundo real de los números y trata cada día con un empresariado que no quiere salir de la UE, es el más europeísta de los ministros de Cameron. Su rival, Boris, va en cambio de euroescéptico, lo que conecta con el instinto básico del «tory» típico. El resultado del referéndum podría decantar la sucesión, pues si Osborne logra la permanencia será muy difícil que Johnson lo descabalgue.

La relación entre Cameron y Boris siempre ha estado tiznada por la rivalidad (sobre todo por parte del rubio). Coincidieron en Eton y Oxford, los centros de excelencia donde se entrena a la clase dirigente inglesa. Boris, dos años mayor que Cameron, no soporta que siendo él la estrella rutilante, el joven que asombraba con sus discursos espontáneos en las escaleras de Oxford con largas citas en griego incluidas, perdiese la carrera hacia Downing Street en favor de un compañero más mediocre.

En mayo, las elecciones parecían muy cuesta arriba; tanto, que Cameron ha confesado esta semana que encargó preparar la mudanza de Downing Street y había ya maletas listas. En aquella incertidumbre, Boris vio llegada su hora y empezó a postularse. Él –descendiente remoto del Rey Jorge II y también nieto de un turco– sería el conservador enamorado de lo inglés que saldría al rescate de las viejas esencias y devolvería al partido a las grandes mayorías. El cuento de la lechera se rompió con la mayoría absoluta de Cameron, que ha sido magnánimo en la victoria y esta semana en el congreso regaló efusivos encomios a Boris. También hubo alabanzas, por supuesto, para su mano derecha, Osborne, a quien saludó como nuestro «canciller de hierro». Elogios así de metálicos tienen una fuerte carga semántica en un partido cuyo último héroe fue «La Dama de Hierro».

Relación paterno-filial

Cameron tontea con Boris, lo trata bien, pero siempre con ese aire del padre indulgente con el hijo brillante, pero tan tarambana que siempre hay duda del alcance real de sus posibilidades. El futuro probablemente se llama Osborne. En primer lugar es más contemporáneo: siete años más joven que Boris. Tiene mayor conocimiento de lo que mueve el mundo, el dinero, y probablemente es más trabajador, aunque es conocida esta frase del alcalde de Londres: «Me levanto temprano, casi todos los días a las cinco de la mañana, y trabajo duro. La manera de encontrar tiempo durante la semana es cortar el zapeo con la televisión y no sentarte a surfear en internet mirando las diez cosas interesantes que no sabías acerca del culo de Rihanna. ¡Cortad con todo eso! Es una absoluta pérdida de tiempo». La cita es del mismo autor que también ha dicho que «un par de gin tonics me dan alas» y que fue despedido de «The Times» por inventarse citas (estupendas, por cierto, pero falsas).

Gideon Oliver es el pomposo nombre de pila de Osborne

George, hijo de un aristócrata anglo-irlandés que se hizo rico con una empresa de papel pintado, está llamado a mudarse del portal 11 al 10 de Downing Street y lo sabe desde hace mucho. A los 13 años se cambió su pomposo nombre de pila, Gideon Oliver, por el más homologable George. Compañeros de estudios aseguran que les explicó que es más fácil llegar a primer ministro como George que como Gideon. Él lo niega. Asegura que solo fue «mi gesto de rebeldía adolescente» y que lo hizo en honor a un abuelo héroe de guerra.

Londinense, estudió en caros colegios de pago y luego Historia Contemporánea en Oxford, todo completado con la guinda de un máster en California. Su primer empleo fue como periodista «freelance», picoteando en los grandes periódicos de derechas. Pero en 1994 se incorporó al gabinete de estudios del partido «tory» y trabajó con maestría en las cañerías del partido, hasta que en 2001 se convirtió en el diputado «tory» más joven de la historia.

Otro gesto elocuente de sus aspiraciones ha sido su cambio físico. Llegó al ministerio en 2010 como un joven entrado en peso y algo sonrosado, de pelazo alborotado sin estilo. En el verano de 2014 retornó de un veraneo con sus dos hijos y su mujer –la escritora Frances Victoria Howell, también de gran cuna– y resultó que medio George se había quedado por el camino. Un drástico adelgazamiento, que logró siguiendo la dieta del 5:2 (comer bien cinco días y cerrar el pico dos). Para completarlo, cambió también de corte de pelo, con uno nuevo de César romano, acorde a las crecientes ambiciones.

Parlamentario seco y rocoso, de firmes convicciones liberales y cabeza dotada y estable, George será duro de pelar para Boris. Pero dicen que la mejor cualidad del alcalde de Londres es «su optimismo», un estado de ánimo que ha transmitido a la metrópoli, donde firmó dos mandatos que lo alaban. El bufón también baja a la oficina. De hecho, su biógrafa Sonia Purnell echa un pequeño jarro de agua al indudable encanto de la espontaneidad marca Boris: «Lo tiene todo bajo control. Hasta sus bromas y su pelo están calculados. No hay nada espontáneo».

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