un año del huracán yolanda

Vivir desafiando a los tifones de Filipinas en una chabola

Un año después del ciclón Yolanda, los afectados levantan de nuevo sus casas junto al mar, pese a estar prohibido

Actualizado: Guardar
Enviar noticia por correo electrónico

En medio de la furia del viento y el mar con la que llegó el tifón Yolanda a la costa de Filipinas, el 8 de noviembre de 2013, el «Eva Jocelyn» fue uno de los buques que, empujados por la tempestad, aterrizó entre las casas de la ciudad de Tacloban. Un año después, ahí sigue esa mole de unos 60 metros mientras una decena de operarios lo desguazan poco a poco a punta de soplete. La estampa se reproduce con otros barcos arrastrados en la misma zona.

Para abrirse camino, el «Eva Jocelyn» destrozó numerosas viviendas con el casco. Pero muchas han sido ya reconstruidas y rodean el buque ofreciendo una imagen casi irreal. A los vecinos no parece importarles el riesgo.

Filipinas sigue siendo el segundo país del mundo –por detrás de Bangladesh– más propenso a las catástrofes naturales y sufre más de una veintena de tifones al año.

Muchos de los 14 millones de afectados ya viven en el mismo sitio

Ante la posibilidad de otro «supertifón», las autoridades locales han anunciado una zona de exclusión urbanística que obliga a retranquear cuarenta metros las edificaciones. Pero casi nadie hace caso, básicamente porque no tienen alternativa. «Se trata de una medida bienintencionada pero imposible de aplicar», comenta Eduardo de Francisco, jefe de la respuesta al Yolanda de la ONG Acción Contra el Hambre (ACH).

Muchos de los catorce millones de afectados, de los que cuatro millones perdieron sus casas, ya viven en el mismo sitio en el que fueron azotados por el tifón y en las mismas viviendas sin cimientos vueltas a levantar con materiales que apenas oponen resistencia.

El Gobierno ha presentado un plan para construir medio millón de viviendas pero solo cuenta con financiación para hacer 60.000 de aquí a 2016. «¿Y las otras 440.000?» se pregunta De Francisco. «La respuesta a la emergencia fue buena. Entre las organizaciones humanitarias y las autoridades se hizo frente a las necesidades más acuciantes, pero lo que resta ya le corresponde al Gobierno», añade refiriéndose a la reconstrucción de infraestructuras y viviendas.

Óscar Villarmenta, uno de esos vecinos cuya vivienda desapareció bajo el «Eva Jocelyn», no estaba entre las más de 6.000 víctimas mortales del tifón. Pero un paro cardíaco ha dejado a este hombre de 35 años sin celebrar lo que muchos en Tacloban han festejado este fin de semana: haber sobrevivido al Yolanda. Su mujer vela el féretro blanco que contiene su cuerpo en una humilde construcción de madera levantada sobre el mar a modo de peligroso «resort de tablones». «No tenemos otra opción. Por eso seguimos aquí», afirma Ginalyn, de 37 años.

Todavía en refugios temporales

Un millón de filipinos siguen acogidos en refugios temporales. Algunos son casitas de malla de bambú levantadas sobre vigas de madera, como la que ocupa Sergio Dolibio con su familia. Otros son barracones de madera sin apenas espacio, como el que, decorado ya con motivos navideños, tiene Nila Dacuno, de 58 años, que perdió en el tifón a su marido, su hijo, su nuera, dos nietos y un hermano. «No he vuelto a San José», dice mordiéndose los labios para no llorar al referirse a la población pesquera en la que vivía.

Un poco más hacia la costa, en el «barangay» (barrio) Magallanes, una zona de pescadores y pescaderos delante del mar, las cuadrillas de obreros se afanan para reconstruir el edificio del mercado. Lo hacen en el mismo solar que estaba. Eso supone, según los vecinos, una contradicción si es que las autoridades quieren que se alejen del mar.

«Aprendemos a convivir con el miedo»

«Esta gente no se puede ir a la montaña. Les hemos propuesto construir casas más resistentes aquí, pero han hecho oídos sordos», se queja indignado Noel Martínez, de 52 años, jefe de Magallanes. Junto a él asienten un grupo de habitantes del barrio. «Aprendemos a convivir con el miedo», reconoce Ernesto, uno de ellos.

Mientras, varias familias salen ya adelante con sus puestos de venta de pescado en la carretera principal. Son algunas de las 13.000 familias vulnerables beneficiarias de un proyecto desarrollado por Acción Contra el Hambre, que les ha entregado 12.500 pesos (unos 220 euros) en cupones y efectivo como ayuda directa para salir adelante.

Solo en una de las zonas visitadas por este reportero en los últimos días parece haberse respetado la orden de no levantar de nuevo las casas en primera línea del mar. Es en el «barangay» Burayán, en San José. Todavía se ven los restos de pilares de obra por donde corretean, se bañan o hacen batallas de fango decenas de niños. Basta retroceder desde ese lugar, que permanece arrasado desde hace un año, para que el conglomerado de casas y chabolas recupere su ritmo habitual.

Otro Yolanda es posible

«Quiero que la gente viva segura», pero de la noche a la mañana «los pescadores no pueden convertirse en granjeros», entiende María Resthia, la jefa del barrio, de 48 años. «Esta zona no es segura», apostilla Resthia. Tierra adentro, la situación tampoco es sencilla. El Yolanda acabó con 33 millones de cocoteros que no han tenido tiempo de volver a crecer. Y las estadísticas, con esa veintena de tifones al año, son una seria amenaza para Filipinas. Otro Yolanda es posible y podría pillar a muchos de nuevo indefensos en los mismos sitios.

Ver los comentarios