Fotografía de archivo, de 2003, de Fidel Castro
Fotografía de archivo, de 2003, de Fidel Castro - ABC

Un puro explosivo y otros 599 planes disparatados de EE.UU. para eliminar a Fidel Castro

La propaganda castrista asegura que el exdirigente cubano sufrió más de medio millar de atentados por parte de los servicios de espionaje americanos. Un puro explosivo y un traje envenenado fueron algunos de los supuestos métodos empleados por la CIA

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«El asesinato jamás ha cambiado la historia del mundo», afirmó a finales del siglo XIX el político inglés Benjamin Disraeli. Ignorando esta lección histórica, los servicios de espionaje de EE.UU. se pusieron en el siglo XX el objetivo de eliminar a su enemigo más mediático: Fidel Castro. Buscaban la solución fácil de un conflicto a las puertas de su país –tras auspiciar una fallida invasión de la isla y otros métodos para derrumbar el régimen comunista–, y se encontraron con una sucesión de fracasos que, según los encargados de la seguridad del exdirigente de Cuba, alcanzó el medio millar de intentos. La CIA no pudo asesinar a Castro, pese a probar métodos tan intrincados como envenenar un traje de buzo o introducir explosivos en un puro.

Hoy que ha fallecido Castro, y ya están restablecidas las relaciones entre Cuba y EE.UU, las crónicas históricas podrán dar fe de que uno de los personajes más célebres del conflicto sobrevivió a la Guerra Fría. Una apuesta que parecía arriesgada cuando la CIA le convirtió en su enemigo número uno. Fabián Escalante, jefe de seguridad del dirigente durante la mayor parte de su mandato, se atrevió a poner una cifra a la obsesión de la Agencia: 600 intentos de asesinato.

«Deseo ver a la CIA destruida en mil pedazos», afirmó públicamente John F. Kennedy al conocer el destino de la misión

Los planes para hacer desaparecer a Fidel Castro comenzaron ya en la legislatura de Dwight Eisenhower, el presidente que observó impotente como la isla caía en manos del bloque comunista. Esta situación llevó a la ruptura de toda clase de relaciones políticas y económicas entre los dos países a principios de 1961, y a que la CIA presentase un plan de invasión que partía de Bahía de Cochinos. Sin tiempo para meditarlo, el recién nombrado presidente John F. Kennedy aprobó el desembarco de una fuerza compuesta por 1.400 exiliados cubanos en la playa Girón, en la costa sur de la isla, con la intención de acabar con el régimen. La operación estaba dirigida por los agentes Richard Bissell y Howard Hunt y se saldó con un rotundo fracaso.

«Deseo ver a la CIA destruida en mil pedazos», afirmó públicamente John F. Kennedy al conocer el destino de la misión. Así, el presidente demócrata ordenó al nuevo Director de la Agencia Central de Inteligencia, John McCone, que, ante el varapalo sufrido en Bahía Cochinos, recurriera a técnicas más sutiles. Operaciones encubiertas para desestabilizar al régimen.

La denominada operación «Mangosta», que incluía la creación de un grupo guerrillero en el país vecino, tenía como punto central el asesinato del dirigente cubano usando un virus letal. Según explica el periodista Eric Frattini en su libro «CIA: Historia de la compañía», este agente tóxico podía ser disuelto en agua puesto que era inodoro, incoloro e insípido. Cuando Castro tomarara un sorbo estaría muerto es cuestión de segundos.

Fue Robert McNamara, el famoso secretario de Defensa que encabezó la primera fase de la guerra de Vietnam, a quien se le atribuye en una reunión con el presidente el 10 de agosto de 1961 plantear abiertamente asesinar al líder cubano. Sin embargo, oficialmente la operación fue suspendida un año y 716 sabotajes económicos después de ponerse en marcha, cuando surgió la crisis de los misiles de octubre de 1962.

La URSS había desplegado de forma secreta en Cuba más de 40.000 soldados y 134 misiles con cabezas nucleares. Durante la crisis, Robert Kennedy instó a John McCone que detuviera las acciones encubiertas en contra de Cuba. A cambio de retirar el armamento nuclear, EE.UU. se comprometió con Nikita Khrushchev a poner fin a «todas las operaciones de sabotaje».

En unos documentos de la CIA desclasificados en junio del año 2007 por presión de cientos de historiadores y periodistas, se narra con todo detalle uno de esos intentos de asesinar a Fidel Castro. La CIA buscó en esta operación la cooperación de la mafia italiana, también perjudicada por la llegada de Castro al poder, y persuadió a Santo Trafficante, la mayor figura de la Mafia en EE.UU., a unirse a la conspiración. El gánster Johnny Roselli fue el designado para llevar a cabo el envenenamiento. Recibió dos píldoras de veneno y 10.000 dólares de manos de la Agencia, pero nunca ejecutó su cometido.

Con la operación Mangosta desbaratada, el recurso del magnicidio fue guardado pero nunca desapareció de los cajones de la Agencia. Bajo el análisis del exjefe de los servicios secretos cubanos, los intentos para asesinar a Castro continuaron con todos los presidentes hasta Bill Clinton. En las legislaturas de Richard Nixon y Ronald Reagan se contabilizaron el mayor número de acometidas con 184 y 197, respectivamente. No en vano, muchas de las intentonas se quedaron en la fase de planificación o fueron llevadas a cabo por la oposición sin el apoyo de EE.UU. Y la propia cifra dada por los servicios cubanos es puesta en duda por los analistas internacionales que la consideran una exageración para reforzar el mito del comandante esquivando una y otra vez los pisotones de un gigante. Ni la CIA tiene capacidad para organizar tantas operaciones sucesivas, ni acostumbra a llevarlas a cabo sin un largo proceso de preparación.

Más de 600 intentos denunciados

En algunos casos sí se ha podido documentar posteriormente la implicación de la CIA en operaciones sobre todo de envenenamiento. Entre las intentonas, algunas casi rocambolescas, destaca el plan para colocar una píldora de cianuro en un batido de chocolate que el líder cubano tenía por costumbre tomar en el Hotel Habana Libre. La operación debía ser ejecutada por un camarero al servicio de la mafia cubana, que en el último momento no fue capaz de arrojar la píldora.

Otras tentativas denunciadas por el régimen cubano rozan lo absurdo. En una de ellas, aprovechando la afición al buceo del líder cubano, la CIA habría colocado esporas y bacterias en el traje de buzo, pero evitó su muerte porque le acababan de regalar uno nuevo. Otro de los métodos más publicitados fue el empleo de puros habanos, tanto venenosos (con una toxina botulínica) como explosivos, que hubieran causado su fallecimiento al instante.

Junto a estos supuestos planes de asesinato, la CIA trazó una estrategia para afectar a su imagen ante el pueblo, como una intoxicación para que se le cayese la barba

Pero sin duda el conato con tintes más novelescos fue el reclutamiento de Marita Lorenz, una amante de Fidel, por parte de la CIA para que envenenara a su pareja. La agente reclutada introdujo unas pastillas de veneno en el dormitorio de Fidel, pero acabó guardándolas en su tarro de crema hidratante en el último momento. Supuestamente cuando Castro se percató de sus intenciones le dio una pistola para que lo hiciera; ella se mostró incapaz de apretar el gatillo.

Junto a estos supuestos planes de asesinato, la CIA trazó una estrategia para afectar a su imagen ante el pueblo, como una intoxicación para que se le cayese la barba a través de sal de talio (un producto químico que se usa en productos depilatorios) o rociar un estudio de televisión con LSD para que perdiera la compostura mientras hablaba.

Frente a este canto al magnicidio, Fidel Castro explicó, al ser preguntado en el documental «Comandante» de Oliver Stone, que la causa de su supervivencia es que los terroristas eran mercenarios con miedo a morir si ejecutaban el asesinato sin disfrutar la recompensa.

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