Rosa de Fuego en Cataluña

Profanación de cadáveres y quema de conventos: la barbarie de 1909 que enorgullece al independentismo

Los anarquistas llamaron a Barcelona la «Rosa de fuego», término con el que el secesionismo más extremista califica estos días los disturbios de la Ciudad Condal durante la Semana Trágica

Barcelona,, durante la Semana Trágica de Barcelona ABC
Manuel P. Villatoro

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La idea del fuego purificador puede ser filosófica sobre el papel, pero cuando lo que prende es el contenedor de una sociedad democrática la emotividad se esfuma. Estas jornadas, el independentismo más exacerbado ha recuperado un concepto utilizado por los anarquistas de los siglos XIX y XX, la «Rosa de fuego» , para rememorar los días en los que la Ciudad Condal literalmente ardió durante la Semana Trágica de 1909 . Un evento que pretendía evitar, entre otras cosas, que los más jóvenes partieran hacia la Guerra de África y que provocó 78 muertos , medio millar de heridos, decenas de profanaciones de cadáveres del clero y la destrucción de 112 edificios (80 de ellos, religosos).

Lo peligroso no es cometer un error, es repetirlo. Y España aprendió de la Semana Trágica hace ya más de un siglo. La misma prensa de la época dejó testimonio de las barbaridades que se cometieron aquellos tristes siete días y que, ojalá, jamás volvieran a sucederse. «Ahora, y ante el esfuerzo de los que combaten y mueren en Melilla , ante las angustias que siente España, lo que han hecho los locos rabiosos de Barcelona , de Sabadell y de otros lugares de Cataluña es una infame traición», escribía «El liberal» en sus páginas. El diario, a su vez, añadía que «cuando se conozcan los trágicos detalles de esa oleada de locura que pesa sobre la Ciudad Condal, estallará en toda la nación un grito de indignación y de ira».

Antonio Maura

Hoy, el independentismo habla de la «Rosa de fuego» en recuerdo de aquellas jornadas. Un término que, según el historiador británico Eric Hobsbawm , fue utilizado en su origen por los «anarquistas de otros países» para recalcar que «Barcelona había sido la ciudad europea que más luchas obreras y rebeliones populares había vivido» en los últimos dos siglos y que se hizo famoso aquella Semana Trágica , entre el 25 de julio y el 2 de agosto de 1909, por evocar el fuego en el que quedó sumida la Ciudad Condal después de que un sin fin de edificios públicos fueran quemados.

A la postre, y tal y como explica Juan Cristoball Marinello en «Los atentados sociales y el surgimiento de la violencia individualizada en los conflictos laborales de Barcelona, 1902-1917» , el concepto terminó abarcando sucesos como el terrorismo de principios de siglo o las huelgas generales de 1902, 1907 y 1919.

Hacia la revuelta

En todo caso, es necesario ubicar todo en su contexto. A principios del siglo XX, España andaba sumida en la desesperación tras haber perdido, a finales de la década de los noventa, sus últimas colonias al otro lado del Atlántico. El Imperio se resquebrajaba y poco quedaba ya de la Península en la que no se ponía el sol. En mitad de ese agrio ambiente, el presidente Antonio Maura elevó la presencia de nuestro país en Marruecos al grado de necesidad nacional. En primer lugar, para aumentar la moral de un país sumido en el desánimo (como así demostró la Generación del 98 ), pero también para no abandonar en la zona a Francia y para mantener la seguridad estratégica del Estrecho de Gibraltar .

Fue entonces cuando, en la segunda semana de julio de 1909 , llegó hasta la Península la triste noticia de que varios trabajadores españoles habían sido asesinados por las tribus locales mientras trabajaban en las cercanías de Melilla . De esta forma lo desveló El Heraldo en su edición vespertina: «A las siete de la mañana, trece obreros españoles de la Compañía española de las minas del Riff han sido atacados traidoramente por los moros. Hicieron un descargo sobre los obreros y ocasionaron la muerte de tres de ellos». A pesar de todo, en la jornada siguiente el mismo diario insistió en que se respiraba normalidad en la zona: «La noche del domingo ha transcurrido con absoluta. Ni en el campamento de nuestras tropas, que defienden las posiciones ganadas, ni en el campo moro vecino ha ocurrido el menor incidente».

Guardias Civiles y arrestados

A pesar de ello, Maura decidió enviar refuerzos militares al Rif. Para evitar posibles contrariedades, como cabe suponer, pero también azuzado por la necesidad de mantener el maltrecho prestigio hispano. Según explica Francisco Javier Paredes Alonso en «Historia contemporánea de España: Siglo XX» , el problema fue que, en lugar de valerse de una división creada de forma específica para combatir en la zona, se lamó a la tercera brigada, en la que figuraban reservistas catalanes. En principio, los embarques de Barcelona a Melilla se vivieron con total normalidad. Pero, según pasaron las jornadas, la situación se enrareció debido al problema de las « quintas » y la posibilidad de « redimirse » acoquinando una cuantiosa suma.

El 19 de julio , El Imparcial dejó constancia de la tensión existente: «El gobernador civil estuvo en el muelle, desde primera hora, dedicado á la tarea de calmar á los parientes de los expedicionarios, que prodigaban frases alusivas á la desigualdad con que se presta el servicio militar y á los obstáculos con que tropezaban para despedir cerca del barco á los seres queridos. A las seis y cincuenta, sin recoger los cabos, zarpó el “ Cataluña ”. El público logró entonces derribar las vallas é invadió los muelles dando gritos. Prodújese en aquel instante la confusión consiguiente. Varias señoras sufrieron desmayos, de los que se repusieron en los rincones de los tinglados, auxiliadas por particulares que á ello se prestaron. La despedida ha sido muy patética».

Disturbios y tensión

La tensión terminó de estallar cuando las sociedades obreras catalanas, respaldadas por los partidos de izquierdas de toda España, convocaron una huelga general en respuesta a la marcha de sus reservistas. El 26 de julio comenzó la movilización en la Ciudad Condal y, con ella, la tristemente popular Semana Trágica de Barcelona . Todo ello, mientras diarios como La Publicidad extendían la idea de que España ya no tenía nada de actor internacional: «Las aventuras se imponen, la penetración pacífica y la expansión comercial son imposibles, cuando un Estado tan débil como el español bajo el punto de vista militar y financiero se empeña en mirar como cuestión nacional la sumisión del Riff».

Según Paredes, «la presencia del ejército en las calles y la declaración del estado de guerra » ante las movilizaciones, los tiroteos y la violencia general «activó la insurrección general». A partir de entonces comenzó la locura. De la noche a la mañana se atacaron los tranvías (cuyo gremio había tenido los primeros enfrentamientos armados con los huelguistas poco antes) y se levantaron barricadas en el centro (76 solo en el barrio de Gracia, tal y como se afirma en «La Semana Trágica de Barcelona a través de la prensa española y francesa» ). En las horas siguientes, las revueltas fueron masivas también en las localidades industriales próximas a la Ciudad Condal. Acababan de comenzar los siete días más negros del siglo en la urbe.

Tranvía volcado en la Semana Trágica

El 27 de julio la revuelta sacudió al clero con la que quema del un colegio religioso, perteneciente a los Escolapios de Sant Antoni. El primero de muchos. A su vez, y como criticó en un artículo publicado el 4 de noviembre de 1909 «El Universo», también se vivieron multitud de profanaciones de cadáveres: «¿Es que la Europa culta quiere que en España se toleren los asesinatos, los incendios, las violaciones, las profanaciones de cadáveres y la incitación a la indisciplina militar ante el enemigo, a título de libertad?». Paredes es partidario de esta teoría al añadir en su obra que «se profanaron tumbas y se cometieron todo tipo de excesos con los símbolos religiosos ». «Todo se redujo a una insurrección espontánea dirigida fundamentalmente contra la Iglesia», completa.

Con todo, hasta en este punto existe controversia, como bien explica el propio Paredes. Historiadores como J. Connelly Ullman afirman que la quema de los edificios se explica debido a que estaban menos protegidos que los ayuntamientos o los cuarteles. En sus libros, el historiador español Joaquín Romero Maura es partidario, sin embargo, de que se cargó contra la Iglesia por su influencia en la educación y, por tanto, también en la mentalidad de los políticos a la hora de tratar la guerra de Marruecos . En todo caso, en lo que sí coinciden la mayoría de los expertos es en que la revuelta, que en principio fue promovida para acabar por el gobierno por los grupos en la oposición, acabó volviéndose anticlerical.

Al menos así fue de forma general aunque, como explica Gemma Rubí (de la Universidad Autónoma de Barcelona) en «Protesta, desobediencia y violencia subversiva. La Semana Trágica de julio en Barcelina» , no fueron los únicos. En sus palabras, «esta insubordinación no se caracterizó única y exclusivamente por su talante indiscutiblemente anticlerical», sino que integró otros tantos elementos, «nuevos y tradicionales, de contestación y desobediencia al Estado». Entre ellos, la autora señala la «la quema de los fielatos o casillas de los consumos –una prueba fehaciente de desobediencia fiscal–, la resistencia a las quintas, o la destrucción de las vías del ferrocarril en multitud de poblaciones catalanas o en la misma Barcelona».

Siete días después del comienzo de las hostilidades, el ejército (reforzado desde diferentes regiones) hizo valer su superioridad y acabó con las revueltas. Barcelona volvió a la normalidad después de haber estado varios días incomunicada. Fue entonces cuando el gobierno movió ficha, arrestó a un millar de personas e inició una gran represión. A nivel político las consecuencias fueron letales para Maura y el grito de «Maura no» se hizo masivo.

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