El presidente electo de Estados Unidos, Donald Trump
El presidente electo de Estados Unidos, Donald Trump - REUTERS

Los muros entre civilizaciones: el fracaso histórico de las fronteras amuralladas

El nuevo presidente de los EEUU, Donald Trump, ratificó su promesa de reforzar la frontera sur con un muro. Esa decisión es otro eslabón más en una cadena ya milenaria de intentos para controlar las fronteras, que inevitablemente terminaron en un fracaso

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En el año 122 el emperador Adriano ordenó levantar un muro en el norte de los dominios romanos en las islas británicas. Del otro lado, habitaban las tribus de los Pictos, que regularmente lanzaban sus incursiones contra las colonias romanas. Durante una década, los ingenieros del imperio trazaron una muralla de 117 kilómetros entre Solway y el estuario del río Tyne. Años más tarde, el emperador Antonio construyó una nueva muralla más al norte.

Sin embargo, el valor militar de aquelos muros era despreciable. Las legiones romanas nunca fueron suficientes para vigilar toda la extensión de la muralla, que en algunos tramos tenía apenas metro y medio de altura. Aquello no representaba ningún obstáculo para los Pictos. Las empalizadas de madera levantadas en esos años a lo largo del río Rin por el mismo emperador tampoco fueron un obstáculo para las hordas de germanos y sus familias que las atravesaron en busca de nuevas tierras para asentarse.

Los muros de Adriano y los que construyeron sus sucesores, eran en realidad un límite comercial y cultural. Salvo que los visitantes viniesen armados y en gran número, los muros no eran un freno para los hombres y mercancías que venían del otro lado de la frontera, siempre y cuando pagaran los correspondientes tributos al imperio. Esa tasa era denominada precisamente «portoria», por tratarse de la llave para atravesar las puertas de las murallas.

Las paredes marcaron con éxito el límite de la cultura romana e impidieron que otros pueblos sostuvieran su influencia en los territorios controlados por el imperio. De un lado, estaba la lengua, las costumbres y el sistema político románico. Del otro, quedaban los dioses y la vida nómade de las tribus de los «bárbaros« que no aceptaban el sistema político, cultural y económico imperial. Y, tanto podía denominarse «bárbaros» a los germánicos y suevos del norte, a los nubios de África, a los francos e hispanos del Este o a los alanos de oriente.

Algo similar sucedía con la Gran Muralla China, la más célebre fortificación fronteriza de la antigüedad. El primer tramo comenzó a construirse bajo el gobierno del emperador Qin Shihuang que gobernó entre los años 221 y 210 AC. Se la proyectó como un freno a las incursiones de las tribus mongoles del norte. Lejos de frenar las invasiones, los siguientes gobernantes descubrieron que era más sencillo sobornar a los jefes mongoles para que no cruzaran la frontera en misiones de pillaje, que llenarla de murallas, torres y soldados armados. Aun así, las dinastías posteriores siguieron construyendo nuevos tramos de la Gran Muralla hasta alcanzar una extensión total de 8.850 kilómetros.

Sucede que para los gobernantes de las dinastías que construyeron las sucesivas partes de la Gran Muralla, se trataba de marcar un hito entre su desarrollo como civilización y aquellos que consideraban pueblos en estado de barbarie.

Incluso cuando los manchúes entraron en China y derrocaron al último emperador de la dinastía Ming, la magnífica muralla no fue un problema; bastó un poco de dinero para convencer a una guarnición para que abriera las puertas y dejar pasar al ejército invasor.

Al mismo tiempo, como sucedía con el Muro de Adriano, aquellas paredes controlaban el paso de las mercancías que abastecían a su economía. Los poderosos fuertes que protegían la entrada a China, funcionaron la mayor parte del tiempo como aduanas para regular el paso de las caravanas de comerciantes. Por ejemplo, el diseño de la Puerta de Jade en el paso de Gensú, muestra que, además de cuarteles y murallas, existían espacios diseñados para que los comerciantes fueran registrados y pagaran el correspondiente tributo antes de que se les permitiera seguir su camino hacia el interior de China.

La invasión de los mongoles al mando de Genghis Kan en el siglo XIII mostró que en realidad, aquella interminable y magnifica pared que atravesaba la frontera norte no representaba ninguna protección para el imperio. Y fue una rebelión de granjeros chinos sucedida en 1378 la que terminó con la dinsatia Yuan - establecida por los mongoles desde 1271 - sin que la muralla pudiera hacer algo para defenderlos de la furia de los campesinos cansados de los tributos excesivos impuestos por los sucesores del Kan.

Más cerca del presente, hubo otras murallas que intentaron separar civilizaciones. El muro de Berlín, comenzó a construirse casi furtivamente en la noche del 12 de agosto de 1961. No tardó en revlearse como un intento, bastante costoso en vidas humanas, para frenar la huida de ciudadanos del oriente comunista hacia el occidente capitalista. Basta ver los detalles de su construcción para adivinar que las torres, los campos minados, los guardias armados y los perros feroces apuntaban a disuadir el escape de los ciudadanos del supuesto paraíso socialista alemán.

Por años florecieron más puestos de control y muros cada vez más altos que separaban el mundo monocromático y marcial del socialismo alemán, del pujante y por momentos caótico mundo cultural del Berlín occidental. Y en la jornada histórica del 9 de noviembre de 1989, cuando el gobierno de Alemania Oriental anunció que ya no existían restricciones fronterizas, la imagen de cientos de miles de personas que cruzaron la frontera para visitar las tiendas occidentales, develó hasta qué punto se había trazado una muralla divisoria entre dos modelos de economía por completo opuestos.

Un mundo amurallado

En 2003, el gobierno de Botsuana decidió erigir una cerca recargada de alambres de púa y tramos electrificados de 500 kilómetros de extensión en su frontera con Zimbawe. La excusa fue un brote de aftosa en el ganado del país vecino, pero pronto quedó claro que se trataba de una medida extrema para frenar la llegada de inmigrantes que buscaba ser parte del desarrollo económico logrado por Botsuana. De lado de Zimbawe, dejaban una economía en ruinas con un 100.000% de inflación y una tasa de desempleo del 90%. Sudáfrica erigió en la década de 1980 un muro similar en su frontera con Mozambique y Suazilandia; sus motivos fueron similares a los de Botsuana.

Grecia está haciendo lo mismo en la frontera con Turquía para frenar a los refugiados sirios, el perímetro de la zona española de Ceuta ya está alambrado para frenar el paso de ilegales hacia Europa y México ha tendido una formidable red de obstáculos en su frontera sur para evitar el paso de inmigrantes provenientes de Centroamérica.

En Irlanda del Norte, sobreviven los «Peace Lines», que es el eufemismo usado para describir al muro de siete metros de altura que divide los distritos de Belfast, Derry y Portadown. India, está terminando la barrera más impresionante y extensa del planeta sobre los 3218 kilómetros de su frontera con Bangladesh. Se trata de tramos de cemento y alambrados de 3 metros de alto para frenar el contrabando y la inmigración desde uno de los países más pobres del mundo, habitada por una mayoría musulmana enfrentada históricamente con la etnia hindú que prevalece en la India

En Gaza, el perímetro fortificado por Israel separa a un estado judío que se aproxima a los estándares económicos del Primer Mundo, de una franja de pobreza arrinconada contra el Mediterráneo. El muro judío, pese a su tecnología, nunca pudo frenar las ofensivas de cohetes lanzados por los grupos islámicos más radicalizados que operan en Gaza. Sus puestos de control, tampoco pueden con el ingenio de los que pasan el contrabando por encima, por debajo y a través de los muros para abastecer a la desesperada economía palestina.

Es que los muros, a corto o largo plazo, no fueron un desafío imposible para aquellos que quedaron fuera. Ninguna muralla fue eterna y los muros más antiguos son hoy piezas de exclusivo valor arqueológico. Los romanos tuvieron que irse de Bretaña y los bárbaros llegaron a las puertas de Roma en el año 410. Genghis Kan y los manchúes se apoderaron de todo lo que encontraron detrás la Gran Muralla. Los berlineses derribaron el muro en 1989 y cada día los inmigrantes africanos, latinos, palestinos, bengalíes o sirios atraviesan mares y desiertos para burlar las cercas, patrullas y todo aquello que se les interponga con su destino.

La Gran Muralla Norteamericana

Ahora es el turno de Estados Unidos y de su nuevo presidente. Donald Trump, promete terminar con la tarea emprendida por sus antecesores y que el costo de unos 8.000 millones de pesos que demandará será cubierto por el freno al envío de remesas a México por parte de los inmigrantes ilegales en su país.

Porque aunque en una primera mirada pareciera que el magnate devenido en jefe deEstado quiere blindar la frontera, lo cierto es que el muro que divide a EE.UU. de México comenzó a construirse en 1994, cuando el presidente era el demócrata Bill Clinton. En la actualidad, el muro fronterizo cubre unos 1120 Km de los 3200 Km que tiene el borde entre ambos países

En rigor, el muro con México lleva ya 22 años de existencia y Trump solo se propone elevar los muros ya existentes y terminar con una obra que siempre despertó en las fantasías de un amplio sector de los votantes norteamericanos que ve en la inmigración la explicación a muchos de sus padecimientos.

Como sucedió en la antigua China, el Muro norteamericano será una obra de sucesivos hombres en el poder que pretenden frenar el tráfico ilegal de personas, mercancías y divisas a través de sus fronteras y darle a sus ciudadanos una sensación de seguridad frente a las invasiones bárbaras procedentes de los pueblos que viven más allá de su cultura.

Los muros entre civilizaciones proliferan en el mundo mientras, paradójicamente, la tecnología achica la distancia entre las diferentes culturas. En ambos lados de cada muralla, se desarrolla un juego constante entre los vigías y los que pretenden burlarse de ellos.

Existe una diferencia crucial entre las obras que llevaron adelante los millones de obreros chinos o los legionarios romanos en el norte de Gran Bretaña y las formidables tecnologías que despliegan los actuales constructores de muros. En la antigüedad no existían los medios de transporte ni los recursos de comunicación del presente. La sociedad global es una realidad que atraviesa muros, vallados y aduanas culturales.

Las paredes de concreto finalmente pueden resultar apenas un recurso simbólico para marcar, otro vez, los límites de una sociedad que se siente en riesgo, mientras las personas y las mercancías se cuelan por otros sitios en los que las murallas nunca van a ser lo suficientemente poderosas como para detener la historia.

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