Una monja, una aristócrata gallega y una republicana repudiada: así es la otra historia del feminismo español

Como ocurre con todos los avances en los derechos humanos, también desde el mundo católico hubo personas que clamaron por un cambio

Retrato de Emilia Pardo Bazán, del pintor coruñés Joaquín Vaamonde Cornide.
César Cervera

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La Declaración de Independencia de los EE.UU, y pocos años después la Revolución francesa, dio el pistoletazo de salida a la lucha feminista por enmendar la frase «todos los hombres son creados iguales». ¿Qué pasaba con las mujeres?

Lo que se suele obviar es que, mucho antes de que Thomas Jefferson redactara desde su plantación de esclavos aquella frase contradictoria, un religioso católico, el jesuita Francisco Suárez , había escrito algo muy parecido en el siglo XVI: «Todos los hombres nacen libres por naturaleza, de forma que ninguno tiene poder político sobre el otro».

El feminismo nunca ha sido monopolio de la izquierda, ni del mundo protestante. Como ocurre con todos los avances en los derechos humanos, también desde el mundo católico hubo personas que clamaron por un cambio. La escritora y religiosa Sor Juana Inés de la Cruz abogó en sus textos por la igualdad de los sexos y por el derecho de la mujer a adquirir conocimientos: «Hombres necios que acusáis a la mujer sin razón, sin ver que sois la ocasión de lo mismo que culpáis», protestaba desde su celda la novohispana. Por no hablar del valor de mujeres pioneras en sus respectivos campos, como lo fue la Reina Isabel «La Católica» ; las renacentistas Beatriz Galindo y Luisa de Medrano, ilustres figuras de la Universidad de Salamanca cuando las mujeres tenían prohibido el acceso; o Isabel Barreto, primera Almirante de la Armada que lideró una expedición por el Pacífico.

La guerra de Campoamor

No fue tampoco una feminista al uso Concepción Arenal . Esta católica de ideas liberales no discutía el papel del hombre en la sociedad que le tocó vivir, pero eso no le frenó a la hora de reivindicar un papel más igualitario y respetuoso con las mujeres. Desafiando las restricciones, esta gallega acudió como oyente, disfrazada de hombre, a clases de Derecho penal y jurídico en la Universidad de Madrid entre 1841 y 1846. «En cuanto a los privilegios del sexo, renuncio solamente a ellos por haber notado que cuestan más que valen», decidió.

Nunca dudó en colarse por puertas traseras en puestos y concursos, como uno de la Academia de las Ciencias Morales y Políticas sobre los conceptos de beneficencia y caridad. que estaban reservados hasta entonces solo a los hombres. una organización caritativa católica laica dirigida por voluntarios. Defendió la labor llevada a cabo por las comunidades religiosas en España y, en su obra «La mujer del porvenir» (1869), argumentó que puede que el hombre tuviera más fuerza física, pero no más superioridad moral que ellas.

Rechoncha, adinerada y con moño, cualquier parecido de Emilia Pardo Bazán con el estereotipo de las sufragistas de la era victoriana, con banda morada y sombrero de ala, es pura coincidencia. Y, sin embargo, su vida y obra fueron determinantes para conquistar nuevos espacios. En su opinión, la liberación de la mujer solo podría llegar a través de la educación. Por eso, como consejera de Instrucción Pública , la gallega promovió que todas las mujeres pudieran matricularse libremente en la universidad. Ella mismo vio cómo el mundo intelectual le cerraba muchas puertas por ser mujer. Hasta en tres ocasiones la RAE rechazó su candidatura, con crueles ataques por parte de eruditos como Menéndez Pelayo o Clarín , a los que no dejó de contestarles con argumentos.

En la batalla final para que se reconociese su derecho al voto, las mujeres de izquierda y de derecha tuvieron en Clara Campoamor a la mejor aliada. Para lograr, en 1931, que se autorizara el sufragio femenino, esta madrileña del Partido Radical Republicano tuvo que enfrentarse con la derecha y la izquierda, e incluso con otras mujeres y miembros de su formación. Fue tras un virulento debate parlamentario entre Campoamor y Victoria Kent cuando se abrieron las puertas para que, en octubre de ese año, se aprobara este derecho con el apoyo de casi todo el Partido Socialista (Indalecio Prieto y muchos votaron en contra), buena parte de la derecha y pequeños grupos republicanos. Ni su partido ni la izquierda, que perdió las siguientes elecciones, perdonó jamás a Campoamor su desafío.

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