La «extraña» y olvidada visita a Barcelona del verdadero Buffalo Bill, el último mito del lejano Oeste

La prensa de la época se hizo eco de su llegada a la Ciudad Condal en 1889, la cual generó una gran expectación. Los periódicos le describieron como a un hombre de «elevada estatura y musculatura de acero»

Buffalo Bill, en la década de los 80 del siglo XIX

Israel Viana

«Buffalo Bill (o sea Guillermo el Búfalo, sobrenombre que se le dio a causa del número considerable de búfalos que mató durante su accidentada existencia de cazador y de jefe de exploradores) es de elevada estatura, musculatura de acero, mirada franca, rostro bondadoso, cabellera larga flotando sobre sus espaldas, gracioso, esbelto y elegante: en suma, un cumplido caballero». Así describía « La Ilustración Artística » al gran William «Buffalo Bill» Cody el 30 de diciembre de 1889. El famoso vaquero continuaba construyendo su leyenda allende las fronteras de Estados Unidos aún en vida. Y ahora, el último mito del lejano Oeste, el valiente coronel e intrépido explorador que llegó a cazar más de 4.000 bisontes para dar de comer a los trabajadores del ferrocarril de Kansas Pacific Railway, llegaba a Barcelona hace ahora 130 años.

Otros muchos diarios españoles como « El Barcelonés », « El Diario de Cataluña », « El Liberal », « El Día » o « La Época » fueron alimentando la expectación creada por la llegada de este gran personaje a España. Un héroe entre la población infantil y no tan infantil que había cruzado el Atlántico para exhibir en Europa las habilidades que le habían convertido en una leyenda. Por eso durante días cubrieron cada uno de sus pasos mientras daban a conocer retazos de una vida que parecía de tebeo.

William Frederick, como se llamaba en realidad, había alcanzado gran parte de su fama en sus años como explorador y soldado del Ejército estadounidense, tanto durante como después de la guerra civil americana. «Allí se cubrió de gloria en sus épicas luchas con los indios y con las fieras», podía leerse en ABC el día de su muerte, acaecida el 10 de enero de 1917, a los 70 años, de una enfermedad renal durante una visita a la casa de su hermana en Denver. El titular de la necrológica decía: « El fin de un héroe romántico »

Amigo de Mark Twain

A pesar de las reclamaciones de los ciudadanos de Cody, la ciudad que él mismo fundó en Wyoming, fue enterrado en la montaña Lookout , muy cerca de la capital del Estado de Colorado. Era el lugar que él mismo había elegido, según su esposa Louisa, con espectaculares vistas a esas montañas y llanuras donde pasó los momentos más felices de su vida, que le llevaron a convertise en una celebridad en todo el mundo. No había presidente que no le consultara sobre asuntos que afectaran al oeste de EE.UU., contaba entre sus amigos con artistas y escritores como Mark Twain, era admirado por los militares, agasajado por los magnates de los negocios y honrado por la realeza.

Con esa fama de cazador de búfalos y pieles rojas llegó a Barcelona. Bill supo sacarle partido a todo lo que había aprendido en esa vida precoz como aventurero, que comenzó antes de cumplir los 14 años, cuando se alistó en el Ejército estadounidense como miembro no oficial de los exploradores. Su misión: guiar a los soldados hacia Utah antes de cumplir la mayoría de edad. Después, continuó como soldado y combatió del lado de la Unión en lo que restaba de guerra, realizando incursiones en territorio indio.

Recién cumplidos los 20 y ya en la vida civil, la habilidad de Buffalo Bill como cazador de bisontes le hizo merecedor de una Medalla de Honor, que más tarde le fue retirada en varias ocasiones por su condición de civil. Justo antes de su llegada a la Ciudad Condal con el espectáculo con el que recorrió el mundo entero le fue repuesta.

Cowboys y pieles rojas

Fue en 1889 cuando dio el salto a Londres para recorrer las principales capitales del viejo continente. Antes de cruzar los Pirineos triunfó en la Exposición Universal de París. A España entró con una compañía de cientos de trabajadores entre los que figuraban, como contaba «La Ilustración Ibérica», «los últimos restos que quedan de aquellos terribles cowboys y de aquellos no menos terribles pieles rojas que durante muchos años se habían disputado a muerte el “Far West”».

Bill se había convertido en una especie de extravagante estrella itinerante a la que la prensa dedicaba páginas y páginas, subrayando episodios de su vida y del «extraño» viaje que realizaba con su «original» circo hasta que atracó en el puerto de Barcelona el 18 de diciembre de 1889. «Componen la comitiva 200 pieles rojas y otros tantos vaqueros mexicanos, así como 200 animales, entre caballos, búfalos y bisontes», describía « La Época ».

Cualquier detalle de la compañía de Buffalo Bill era digno de interés para los periódicos: la contratación del vapor que les traería, los permisos al Ayuntamiento, sus enormes gastos en publicidad –superiores a los de muchas corridas de toros–, la cabalgata que recorrería el centro de Barcelona antes de empezar las funciones en el hipódromo de la calle Montaner, los precios de las entradas, las miles de personas que se hacían con una y las que se quedaban sin ella. También los servicios especiales del ferrocarril para ver el espectáculo, los enormes campamentos en los que se alojaban los indios y vaqueros –siempre por separado «para evitar una nueva guerra»– y las tiendas de campaña en las que se alojaban los indios, «a los cuales no se les permite salir a no ser que vayan acompañados de personas de confianza de la compañía, pues son temibles y cometen toda clase de desmanes al probar las bebidas alcohólicas», contaba « La Iberia » el 22 de diciembre de 1889.

La quiebra

Era tal la expectación alcanzada por Buffalo Bill en España, que otros diarios recogieron en sus páginas ciertos sucesos increíbles. «Un niño de ocho años golpeaba a un hermanito suyo de uno y medio sin que la madre de ambos se apercibiera del llanto del pequeño. En ese momento, un enorme perro de la compañía de Buffalo Hill se abalanzó contra el hermano mayor, obligándole a huir, para después coger al pequeñuelo por la ropilla con los dientes, al que condujo en presencia de la atónita madre, la cual todavía no ha vuelto de su asombro».

A pesar del incontestable éxito alcanzado en Barcelona y en el resto de Europa, « La Correspondencia de España » recogía en 1913 la noticia de la quiebra de la compañía de Buffalo Bill y de la salida a subasta de todas sus pertenencias en Nueva York: «El pobre coronel Cody estuvo en Denver para ver por última vez a Isham, su caballo blanco, el mismo que montaba desde hacía 25 años», contaba el diario, que recogía a su vez las palabras de uno de los que pujaban: «No puedo ofrecer más, porque no tengo dinero. Pero si el que se quede con la bestia no se lo devuelve al coronel Cody, yo se lo robaré al nuevo dueño para entregársela al antiguo». Pero no hizo falta, porque el que la compró tenía la misma intención. «Cuando Bill se enteró de que el caballo volvía a su poder, rompió a llorar», añadía.

Cuatro años después, lejos ya de toda fama, el coronel Cody moría. Hoy la disputada tumba de este mito del lejano Oeste es uno de los principales destinos turísticos de Denver.

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