La desconocida historia del niño demoníaco que dio impulso a la ley seca en EE.UU.

En 1913, un inmigrante italiano de Chicago llegó un día a casa borracho y violó a su esposa embarazada. Cuando el bebé nació con malformaciones como consecuencia de las complicaciones del parto, la opinión pública clamó por prohibir las bebidas alcohólicas

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Las consecuencias de la Ley Seca, derogada en 1932, resultaron catastróficas: la criminalidad se disparó, la delincuencia callejera se transformó en crimen organizado, la corrupción política y policial alcanzó su techo histórico en EE.UU; y para más inri, el consumo de alcohol siguió igual de alto, con la salvedad de que se registraron 30.000 muertes por ingerir alcohol metílico y otras 100.000 lesiones como ceguera o parálisis a causa de la mala calidad de los licores ilegales.

Lo que poca gente recordaba para entonces es que la ley Volsted había empezado por razones que iban más allá de problemas médicos o sociales generados por el alcohol. O al menos el detonante no había sido ese, sino de carácter mucho más profano, casi supersticioso.

Un niño demoniaco nacido a consecuencia, según el rumor amarillista, de los pecados de un borracho italiano.

Una cruzada religiosa contra el alcohol

Desde la fundación de EE.UU. existieron importantes grupos de presión contrarios al abuso del alcohol y a la moderación en todos los ámbitos de la vida, también en el sexo. A lo largo del siglo XIX diversos líderes religiosos de iglesias protestantes iniciaron cruzadas personales contra la lacra del abuso del alcohol, encarnado mejor que nadie –a ojos de la masa de anglosajones americanos– en los inmigrantes llegados al país a partir de 1850. Los inmigrantes irlandeses, alemanes y de Europa Oriental no compartían esta filosofía de moderación, sino todo lo contrario, y terminaron convirtiéndose en los cabezas de turco de todo un movimiento.

Esta corriente consideraba que la prohibición de las bebidas alcohólicas tenía incluso base bíblica y en la doctrina protestante (es falso, puesto que el mismo Lutero creía que beber ocasionalmente era un placer entregado por Dios al ser humano); siendo que el verdadero origen de la doctrina de la moderación había que buscarlo más bien en el Gran avivamiento metodista del siglo XVIII.

A esta corriente conservadora y puritana se unieron pronto diversos intelectuales progresistas y liberales, así como líderes sindicales de izquierda, que condenaban el consumo de alcohol como elemento provocador de atraso y pobreza entre las masas de obreros que empezaban a llenar las ciudades de EE.UU. Razones religiosas, raciales y progresistas trabajaban codo con codo para que esta extraña alianza desembocara en la prohibición total en todos los estados.

En este terreno sembrado, se conoció la noticia de que un inmigrante italiano de Chicago llegó un día a casa borracho y violó a su esposa embarazada. Como resultado de la violación, el niño habría nacido con malformaciones y, según la prensa más sensacionalista, el bebé tenía el aspecto de un demonio. Esto es, piel escamosa, cuernos, pezuñas y una cola. Algunos de los rumores hablaban de que el niño volaba e incluso un testigo le contó a un periódico que «era idéntico a Satán».

El niño, que fue abandonado a su suerte y llevado a un centro para huérfanos llamado Hull House, se convirtió en un símbolo del daño que estaba provocando el alcohol a la sociedad americana. Los testimonios de mujeres maltratadas por sus maridos ebrios y de los perjuicios provocados por esta adicción a nivel familiar llenó las páginas de los periódicos aquellos días.

El fracaso de prohibir

El Movimiento por la Templanza, con miembros capaces de asaltar por la fuerza las tabernas, logró sacar a adelante la prohibición en pequeñas ciudades. Aquellas medidas sentaron las bases para que, en 1917, el Congreso aprobara una resolución a favor de prohibir la venta, importación, exportación, fabricación y el transporte de bebidas alcohólicas en todo el territorio de Estados Unidos. En enero de 1919 la enmienda fue ratificada por 36 de los 48 estados de la Unión, siendo susceptible de imponerse como ley federal (aplicable a todos los Estados).

En octubre del mismo año, se aprobó finalmente la ley Volstead, que implementaba la prohibición. «El demonio de la bebida hace testamento. Se inicia una era de ideas claras y limpios modales. Los barrios bajos serán pronto cosa del pasado. Las cárceles y correccionales quedarán vacíos; los transformaremos en graneros y fábricas. Todos los hombres volverán a caminar erguidos, sonreirán todas las mujeres y reirán todos los niños. Se cerraron para siempre las puertas del infierno», afirmó el día que entraba en vigor la ley el senador Andrew Volstead, impulsor de la nueva norma.

La ley seca, en todo caso, no prohibía directamente el consumo de alcohol, pero lo hacía muy difícil acceder a él para las masas trabajadoras porque prohibía la manufactura y la venta. Quedaban exentos el vinagre, la sidra y el vino para «la santa misa», y se autorizaba el uso farmacológico de las demás bebidas prohibidas.

Por supuesto, la Ley Seca resultó pronto un desastre y la demostración de que a veces es peor el remedio que la enfermedad, sobre todo cuando la solución se basa solo en políticas restrictivas. El grave aumento de la violencia y el refinamiento del crimen organizado puso en el objetivo de la opinión pública a la Ley Seca. Lucky Luciano, Al Capone, Dutch Schultz y otros mafiosos de su calaña parecían, a esas alturas, los únicos verdaderos beneficiados de la prohibición.

Asimismo, la crisis del 29 hizo al Gobierno calcular que la derogación de la ley podía suponer un importante fuente de ingresos dada la demanda de alcohol. Por esta y otras razones, el 21 de marzo de 1933 Franklin D. Roosevelt firmó el Acta Cullen-Harrison que legalizaba la venta de cerveza que tuviera hasta 3,2 % de alcohol y la venta de vino, siendo aplicable a partir del 7 de abril de ese mismo año. El resto del muro terminó cayendo en los siguientes años.

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