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El Garbanzo NegroHomenaje al añorado menú del día en una estrecha buhardilla

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Hay frases que se repiten por inercia. Como si a fuerza de machacarlas, soltarlas y oírlas todos los días, los presuntos problemas, presumibles tristezas y el futuro venidero fueran a mejorar sin más. Ideas machaconas también aplicables a la gastronomía, lo que quiera que esto sea. Recordé una de esos latiguillos hace poco, cuando entré –después de años, lo reconozco– en uno de esos locales que se mantienen fieles a su cocina y a su oferta, pegados al menú –tan desprestigiado y tan necesario, tan honesto y necesario–, como parado en el tiempo. Me vino a la cabeza ese mantra gastado de «renovarse o morir», que si se aplicara en su literalidad habría acabado con media población mundial hace mucho.

En esa ocasión, me gustó que en este local, en la parte más alta del casco antiguo de Cádiz, arriba, pegado a la Torre Tavira, poco o nada se haya renovado.

Ni siquiera lo que debería ser objeto de revisión. Me alegró ver que siguiera allá en lo alto de sus cuatro grandes escalones (una de las partes que serían objeto de revisión, aunque reconozco lo difícil del cambio), para acceder al petisito comedor con unas apuradas seis mesas y otros dos escalones para poder acceder a la estrecha zona de barra. Me gusta que conserve ese traje apretado de taberna, con sus paredes ocres y su música de jazz de fondo. Sobre todo, que se mantenga fiel a su cocina casera, sin la menor floritura.

El Garbanzo Negro, es aún (abrió en 1999) el agradable rincón que recordaba con todo lo bueno y con lo mejorable. Su oferta de menú para los días laborables provoca que se llene a la hora del almuerzo. Es una apuesta segura para comer de verdad pero en la calle. Puede resultar aburrido lo del menú pero es un tesoro tener a mano uno bueno, doméstico, calentito y confortable como un pijama viejo. También hay opción de disfrutar el tapeo en una de las mesas altas que se encuentran junto a la barra. Zona que se ocupó en cuestión de minutos casi todos los días. Tampoco caben muchos. Otro sello de prestigio es que se mezclen, casi a medias, los lugareños y los turistas cumplidores de guía que acuden a la llamada de Tripadvisor en la confianza de que no se equivoque. Guiris y forastas nacionales, codo a codo con trabajadores de la zona y hasta alguna vecina en busca de un plato para llevar. Lagrimitas de pollo, por cierto, que ese día y a la hora que llegó –la pobre– ya se habían acabado.

Recomendable el atún en escabeche, como el solomillo a la mostaza. Sencillez y sabor. Producto y transparencia sin elaboración compleja. Tapas más que generosas con respecto al precio y servicio atento, sin aspavientos ni exageraciones pero vivo y con la sonrisa justa. Da su sitio a todo el que llega. Muy celebradas las croquetas de puchero, el cuscús de pollo y verduras, el revuelto de bacalao y, especialmente, el salmorejo.

La mayor mención, la mejor, y aparte, para los guisos que manejan con pericia maternal. Los eternos, también sin la menor sorpresa. Mejor. Ricos. Nada menos. Garbanzos con langostinos, the very best. Se nota que está a 50 metros del Mercado Central de Abastos. El menú diario parece a buen precio (11 euros) con dos platos (tamaño notable, nada de miserias modernas ni platos de pizarra), pan y bebida. Un detalle que la mayoría del menú también se pueda degustar por libre, por tapas más que generosas, como la simple hamburguesa de pollo son salsa de puerros y champiñones o la imprescindible (sobre todo aquí) ensaladilla, clásica a rabiar.

Cumple fielmente con su papel de taberna para comer, que gusta tanto a lugareños como foráneos. Es fiable. Aún. Como siempre.

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