El chiringuito se hizo mayorEl chiringuito se hizo mayor

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Hay ciudades que tienen la fortuna de poder disfrutar de la playa todo el año. Incluso lejos del verano, cuando es un lujo elegante y sereno, ajeno a las multitudes, la suciedad y el ruido. A los seres humanos en cantidades elevadas. En noviembre, en invierno, en abril o mayo, sin festivos ni puentes, pasear, pensar, oler, mirar, hacer deporte, jugar o simplemente estar supone, directamente y sin escalas, sentirse afortunado.

Si a ese paso se le añade un café cuidado, un vermú, quizás una buena comida, o una copa pausada, algo de música o una puesta de sol sin público ni aplausos, sobra decir que el paraíso está cerca y no hay que esperar a mejor vida.

En los últimos años, los chiringuitos bien se han convertido en parte esencial del paisaje playero en la provincia de Cádiz. Prolongan, en ocasiones y de forma muy discutida, su presencia más allá de la temporada estival pero han aportado un servicio añadido del que este local, su grupo, fue pionero.

Es de los que lo hace sin polémicas –ocupa un local estable construido en la estructura del Paseo Marítimo y no sobre la arena– y provoca mucho deleite. Se trata de Bebo los Vientos. Allí está casi 24 horas los 365 días, como de guardia para alimentar alma y cuerpo. En sus seis años de vida ha conseguido una clientela fiel que lo mismo almuerza, cena, pasa una tarde con música en directo o disfruta un insólito desayuno (por el paisaje atlántico). Su carta es larga, divertida pero basada en la cocina de mercado. De hecho presume de proveedores de la provincia. Aunque afortunadamente conserva un punto disfrutón –entre hippie y sencillo– fue de los primeros de la zona que llevó la idea de restaurante con rigor a la orilla, lejos del cutre chiringuito antiguo.

Es habitual poder elegir platos del día en una pizarra cambiante y móvil, llena de sugerencias que fallan muy poco. Especial tino para pescados y carnes. Se agradece que su oferta siempre incluya numerosas ensaladas y verduras, además de información pormenorizada de los ingredientes para aquellos clientes que puedan sufrir algún tipo de limitación o, simplemente, están cuidando mucho su nutrición. Para los afortunados que puedan y quieran comer de todo, aconsejable cualquier buen corte de atún de almadraba, o pescados frecuentes como pez espada y corvina. Es curioso probar chicharrones de atún, en vez de los habituales porcinos.

En temporada es imperdonable no disfrutar de las sardinas a la plancha. Plato de chiringuito por excelencia pero dignificado aquí, como el resto de recetario clásico, de chocos fritos a croquetas, por seguir la tendencia dominguera y playera. El local tiene el añadido de que se pueden pedir platos más elaborados y hasta exóticos, en los que juegan con tendencias asiáticas pero siempre con el producto y el gusto local como protagonistas. Las hamburguesas, para los del ‘carpe diem’, son memorables, con una carne jandeña excepcional.

Tiene el chiringuito el don de poder alargar el tiempo. De prolongar la jornada con un café, una copa, un cóctel o un postre –adictivo el sencillo batido de helado de vainilla con sirope de chocolate–. El ambiente está cuidado y el servicio joven se esmera en amabilidad y rapidez. Claro que en festivos, en verano y temporadas altas, hay que tener paciencia.

Ideal para ir con niños porque hay mucho en la carta pensado para ellos (tuna burger sin ir más lejos) y, sobre todo, tienen por delante el mayor parque de juegos que se pueda imaginar. Eso sí, en vez de piscina, hay un océano, y en vez de muchas bolas de colores, sólo podrán disfrutar de una. Pero es enorme, colgante, incandescente.

Dirección: Paseo Marítimo, 12. Playa Victoria.

Horario: Abierto todos los días. De 10 a 23 horas. Viernes, sábados y vísperas: de 10 a 03.00 horas.

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