La Manzanilla se remonta al 1900, aunque la actual familia lo gestionó a partir de 1942.
La Manzanilla se remonta al 1900, aunque la actual familia lo gestionó a partir de 1942.
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Diez de los mostradores con más historia de Cádiz

Bares, restaurantes, tabernas, un estanco e incluso una cuchillería forman parte del patrimonio etnográfico de la ciudad

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El hedonista 'carpe diem' siempre tuvo en el gaditano un giro de tuerca más. Una vocación por vivir al día, por no mirar al pasado y al futuro, que en el Cádiz asediado por los franceses quedó bien patente. Hoy comamos y bebamos que mañana no sabremos si estaremos vivos, venían a decir esos gaditanos, inmunes a las bombas que tiraban los fanfarrones. Algo se nos quedó de aquello en una casta de comerciantes que nacían pobres, vivían como ricos y morían como pobres.

Al calor de la vida social, el gaditano olvida sus penas y su trascendencia vital. Sin embargo, no está de más recordar el famoso «memento mori», apoyado en la barra de un bar o de diez establecimientos centenarios imprescindibles.

Ese mismo por el que miles de gaditanos que fueron y ya no son bebieron, brindaron, comieron y fumaron con ese mismo sentimiento de «la vida es corta, aprovéchala», sin pensar en el mañana.

Ventorrillo El Chato

Lo más bello de las leyendas es que resultan tan deliciosamente atractivas que todos quieren creer en su veracidad. Y algo así le pasa al establecimiento más antiguo de Cádiz, la Venta El Chato, de 1780. De ella se cuenta que era punto habitual de asueto y desfogue del rey Fernando VII, durante su cautiverio en la ciudad en 1823. Iba acompañado por un tal 'Fray Manzanilla' (poco que añadir al porqué del nombre) que le seleccionaba a las más bellas mozas. «Se dice que la venta fue fundada por autorización de Conde O'Reilly, para Chano García, a quien apodaban 'El Chato' a causa de su gran nariz», como cuentan desde el Restaurante El Faro, su actual propietario.

Ventorillo El Chato
Ventorillo El Chato

Estanco 17

Vitrinas coloniales hasta el techo, una barra de mármol tan gastada que parece hablar, solerías hidráulicas, ganchos metálicos de embutidos; el estanco de la calle Hospital de Mujeres, 23 enamora con solo mirarlo desde la calle. Manuel Puente, actual propietario, se muestra decidido a averiguar todo lo posible de un estanco que antes también era ultramarinos. Su importancia radica en que su decoración clásica, a medio camino entre lo colonial y el Art Decó, es la única que subsiste en la ciudad. Por ello, se puede decir sin lugar a dudas que «es el estanco más antiguo de Cádiz». A través de las Guías Rosetti, Puente ha encontrado referencias a su establecimiento en 1918. Pero tiene seguro que es más antiguo. De hecho, la prensa local habla de un atraco en un estanco en el mismo lugar en 1903.

El actual propietario se muestra encantado de tener tan noble establecimiento aunque reconoce que hay días que se siente «el cuidador de un museo, más que el dueño de un estanco». Casi nada.

Estanco 17
Estanco 17

Cuchillería Serafín

A punto estuvo el gallego Serafín Gabriel Estévez de continuar el plan establecido y marcharse a Buenos Aires. Pero vio que le iban tan bien las cosas que decidió quedarse en la ciudad y abrir Cuchillería Casa Serafín. Fue en 1897 y en la calle Arbolí, cerca de donde hoy sigue su actividad comercial el mítico establecimiento gestionado ya por la cuarta generación.

Su rótulo de madera pintada de verde y cristal de principios de siglo, sus míticas vitrinas y mostrador de la misma época, hacen que sea objeto de codiciado deseo para turistas y amantes del patrimonio industrial. Serafín Gabriel Camacho, actual propietario, cuida con mimo tanto del negocio como de su singular decoración. Lo hace vendiendo las marcas más clásicas y difíciles de encontrar y con su antigua rueda de afilador que incluso cautivó a Pérez Reverte hasta citarle en su novela 'El Asedio' y al cine con su aparición en 'Besos para todos'.

Cuchillería Serafín
Cuchillería Serafín

Café Brim

Probablemente tenga el mejor café de la ciudad, pero el Brim hay que idolatrarlo por mucho más que eso. Surgió en el espacio que dejó la aventura empresarial de los Serafín Gabriel, después de que decidieran cerrar la relojería que abrieron junto a su cuchillería. En 1956, Antonio Díaz González concibió un café sencillo y austero, pero genial. Con los años, su fama se ha ido acrecentando y hoy presume casi por lo que no tiene. De él no se pueden esperar ni mesas ni sillas, ni terraza; por no tener, no tiene ni teléfono. Tan solo una lustrosa barra y unas paredes blanqueadas con decoración de marcas de café.

Pero es que a su actual propietario, Antonio Díaz Orcerno, no le hace falta más para lograr la excelencia. En un vaso de Duralex se sirve el elixir negro, desde hace relativamente poco tiempo, también en su versión descafeinada. Lo importante es quedarse con los pequeños detalles que se ven y con los que son volátiles: el ir y venir de la calle Compañía, la clientela habitual y sus conversaciones, el trato cercano y cariñoso de su dueño y familia.

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Café Royalty

En 1915, José Gómez Dorée no dudaba en mostrar al Café Royalty como un espacio distinguido con «conciertos todas las noches», «exquisito café» y «servicio esmerado». O al menos así lo aseguraba una publicidad de ese año en la prensa local que en el rehabilitado Royalty cuidan con mimo. Hoy, reabierto como restaurante, se erige en la plaza de la Candelaria como un testimonio vivo de esos lujosos cafés gaditanos, centros de la vida social y política de Cádiz. El Royalty reabrió en 2012, tras una intensa restauración de tres años que se empeñó en recuperar el esplendor perdido.

Su actual dueño, Cayetano de la Serna se empeñó en restaurar la fastuosa decoración de yeserías, espejos y pinturas murales de aires neobarrocos. Lo que se había perdido se completó con piezas de la misma época: la barra y la estantería proceden de un desaparecido estanco de Cádiz; el suelo de mármol genovés, de una antigua casa palacio; la caja registradora (aún en uso), de Nueva York; la máquina de café (también en uso) data de los años 30; las vitrinas son de Buenos Aires; los cristales al ácido de una cervecería antigua centroeuropea y los tiradores de un hotel inglés. Solo así se ha completado un conjunto que traslada al visitante al pasado español de los cafés románticos históricos.

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Taberna La Manzanilla

Es un templo, aunque no es de esperar imágenes religiosas. Sí se puede encontrar un altar y una sacristía, pero consagrada a los mejores vinos del Marco de Jerez. Pepe García, cuarta generación al frente del establecimiento se asegura que La Manzanilla avance con los tiempos pero, a la vez, se mantenga inalterable. Con él, llegó el salto a la web, el diseño de una imagen de marca o las catas de vinos. Pero La Manzanilla se mantiene, en el resto, inalterable: decoración clásica dominada por las botas y el centenario y lustroso mostrador, sus vitrinas con una admirable colección de botellas de vino y de recuerdos y su sacristía, morada de los mejores y longevos caldos. Hasta Pepe recibe al visitante con su chaquetilla fulgurosamente blanca. Para acompañar a la mejor manzanilla o fino, dos aceitunas por cabeza, no más. Y no es casual, está estudiado que es la cantidad necesaria que al parroquiano ni le falta ni le sobra. Su origen se remonta a principios de 1900, cuando un bodeguero de Sanlúcar decide establecer un despacho de vinos en Cádiz. Al igual que otras firmas de antaño, lo ideó para servir manzanilla al público de la ciudad y también para surtir a los barcos y, con ello, al comercio nacional y extranjero. En 1942 José García Harana se hace cargo del negocio y, tras su fallecimiento, pasa a manos de su hijo en 1948, padre de Pepe, el actual propietario.

Taberna Casa Manteca

La Taberna Casa Manteca, no tiene paredes, sino vivencias. No hay centímetro de sus muros que no esté cuajado de cuadros de visitantes, recortes de prensa o carteles de toros. Tampoco falta el devocionario particular de estampas, todo tan taurino como su anterior dueño, Pepe Ruiz, amante de la fiesta. Conserva ese aire de almacén y ultramarinos con el que abrió en 1953. La diferencia radica en que ya no es ultramarinos, sino parada esencial para una copa de vino y chicharrones. Ambos serán servidos en una clásica barra de tapa de mármol que recorre el establecimiento que aún conserva la división de despacho de comida y de taberna. Es un sitio donde lo patrimonial, más que en la evidencia estética, está en el paisaje de parroquianos que entran y salen, a caballo entre el flamenco y el carnaval.

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Heladería Salón Italiano

Cuando Arturo Campo e Iole Mosena renovaron el Salón Italiano, allá por los años 60, la heladería era el último grito en decoración. Abierta en 1940, se hizo tan moderna y contemporánea como clásica y atractiva puede resultar hoy. Su decoración de azulejos vidriados amarillo mostaza y sus paredes oscuras contrastan con su colorida vitrina de helados. Sin embargo, su mayor creación es el helado topolino que su actual propietario, Gianni Campo, defiende con cariño. Es tan santo y seña de la ciudad y marca tanto sus tiempos (abre de primavera a otoño) que está incluido incluso como uno de los establecimientos protegidos por el PGOU de Cádiz debido a su valor etnológico.

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Bar Liba

Lo de Liba viene por libar, beber, paladear vinos. Ya tiene 77 primaveras, y las que le quedan por venir, desde que Jose María López Ruiz arrendó lo que era una antigua joyería y convirtió la esquina en punto de parada esencial para un buen café o un 'pelotazo'. Hoy es su nieto el que sigue al pie del cañón, atento del mejor servicio en un establecimiento en el que una horquilla convive con un capote torero o fotos antiguas de la calle Ancha. Su decoración es clásica, aunque renovada y, junto a Los Italianos, conforman la esquina con más encanto de la calle Ancha. Ambos son establecimientos protegidos por el PGOU, ambos son palcos de excepción para ver la vida gaditana pasar en un sinfín de anécdotas, historias y conversaciones al calor de la buena barra como la del Liba.

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Café-churrería La Marina

Cuando moje los churros en el chocolate caliente (sí, aunque sea verano es necesario) piense que ese mismo punto ya era churrería en el siglo XVIII. Si le da vértigo, podemos remontarnos más al presente, lo que se aprecia hoy en día es fruto de la remodelación como cafetería que realizó Antonio Campo Cossio en 1970. Hoy lo gestiona su esposa y presume de churros de calidad y de un ambiente digno de ser declarado de interés etnológico por el Ayuntamiento. Porque lo importante de La Marina, más que su decoración marinera de maderas, barcos y faroles de bronce, es quedarse con sus gentes, clientes habituales de la Plaza que toman fuerzas equipados con carros y bolsas antes de internarse en el Mercado.

Churrería La Marina
Churrería La Marina

Porque todos los sitios citados tienen, ante todo, un atractivo: estar bien vivos. Y eso es lo más importante para ser patrimonio de una ciudad y testimonio de una Cádiz trimilenaria con muchas historias por contar.

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