Javier Urra: «Hay padres que son agredidos por sus hijos de tan solo ocho años»

Asegura que la vergüenza de reconocerlo motiva que el problema no se consulte, no se resuelva y empeore

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Mi hijo no me hace caso en nada. Es muy desobediente... Cuando le regaño, se acerca a mí y me da un empujón o una patada. Solo tiene ocho años. Me inquieta este comportamiento pensando en cuando sea más mayor. Lo he intentado todo. No sé qué hacer».

Preocupaciones como la de estos padres, desgraciadamente, no son casos aislados. Lo que ocurre, es que la vergüenza o el sentimiento de culpa de no saber educar correctamente a un niño y que a tan corta edad agreda a sus padres impide a muchos progenitores confesarlo abiertamente, lo que limita la búsqueda de soluciones.

Según Javier Urra, doctor en Psicología y director de Urrainfancia, explica que lo primero que hay que hacer es analizar la situación para saber si este comportamiento desafiante lo realiza en todo tipo de ámbitos: colegio, actividades deportivas, campamentos, parques, familia...

o si, por el contrario, se limita a manifestar su actitud oposicionista sólo con la familia. Explica que si fuera en todos los ámbitos es conveniente que un neurólogo estudie la posibilidad de que tenga un transtorno de déficit de atención o, en casos más extremos, pudiera tener una mínima lesión cerebral «algo que sólo se detecta en el 1% de los casos a través de un TAC y que se soluciona con fármacos», asegura.

Cuestión de apego

Si solo se muestra agresivo con sus padres, mientras que en otros entornos cumple las normas e, incluso, se muestra muy respetuoso con la autoridad de sus profesores, con sus compañeros... quiere decir que «el problema es claramente de vínculo o apego a sus padres –asegura Javier Urra–, lo que no quiere decir que no les quiera, sino que no sabe cómo establecer la relación con ellos».

El problema es que cuando a los 6 años da un empujón a sus padres no se le da transcendencia porque «bueno, es un niño». «Pero si no se cortan estas reacciones, el empujón a los 18 años puede mandar al hospital a uno de los padres», explica Urra.

Castigos, imposición de consecuencias, reforzamiento positivo... Los padres intentan a la desesperada todo tipo de métodos. ¿Qué pueden hacer si todas estas herramientas fallan? «Acudir a un especialista», responde Urra con rotundidad. «Los ocho años no es una edad temprana, al contrario es un buen momento para corregir malos hábitos».

Explica que los especialistas en la materia hablan con los padres por separado porque cada uno tiene una interpretación de la convivencia con su hijo. También hay citas del niño con los especialistas a solas. «Se establece con él una conversación muy tranquila para saber lo que hace, lo que no, cómo se siente, qué le provoca. Es habitual que el niño viva en su propio mundo sin ser real como, por ejemplo, sentir que sus padres no le quieren porque estuvo ingresado en el hospital y no fueron a verle, cuando en realidad estaba en la UCI y allí no podían pasar... Detrás de cada conducta hay un pensamiento profundo. Es importante saber la causa».

Eso sí, advierte que los especialistas darán una serie de pautas a los padres que no gustarán nada al pequeño, «por lo que al principio la situación parecerá que va a peor –porque pierde su dictadura en casa–, pero es que de lo que se trata es de limitar sus desafíos, algo a lo que se enfrentará con desagrado hasta que vea que sus padres se mantienen firmes y no le queda otro remedio que cambiar».

Cuando «no es cosa de niños»

Javier Urra anima a los padres a no dejar pasar el tiempo pensando que la agresividad es «cosa de niños». Cuando sus acciones violentas no son efecto de una rabieta puntual y se alargan en el tiempo y a cualquier situación, aconseja que busquen asesoramiento. «Máxime si hay más hermanos porque si son pequeños, les servirá de mal ejemplo y, si son mayores, verán que toda la atención está centrada en el rebelde y tendrá celos y generarán conflictos», concluye.

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