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«Ni tontas, ni locas»: contra cuatro mil años de «bullying» a las mujeres

Javier Sanz y Rafael Ballesteros proponen un ameno repaso por las pequeñas biografías de mujeres ocultas por la Historia pero que hicieron algo que merece ser rescatado

Nieves Mira

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Si hay algún movimiento mundial que ha hecho despertar y «tomar conciencia» a la mujer de su situación social, ese ha sido el #MeToo , cuando las actrices de Hollywood se rebelaron contra la industria que las oprime solo por el hecho de ser mujeres. A España llegó acompañado de sonados casos mediáticos que evidenciaban el desamparo de la mujer, como la violación en grupo de La Manada a una joven madrileña durante los Sanfermines de 2015. Desde entonces, a la par que las empresas e incluso los partidos políticos tratan de luchar contra la desigualdad del hombre y la mujer , en las librerías han aparecido cada vez más, libros (más o menos reivindicativos) dedicados a este cincuenta por ciento de la población que son las mujeres. Es el caso de «Ni tontas, ni locas» (Oberon, 2018), en el que el historiador Javier Sanz y el periodista Rafael Ballesteros repasan la biografía de más de doscientas mujeres apenas conocidas pero difuminadas por la historia, tradicionalmente escrita, también, por hombres.

En su portada, encabezando a un nutrido grupo de mujeres, aparecen Cleopatra , Juana de Arco y Marie Curie , representantes de los tres ámbitos que tratan en el libro: las que se tuvieron que hacer pasar por hombres, otras que no dudaron en recurrir a las armas o pioneras, científicas y artistas. Un recorrido por las pequeñas historias ocultas de la Historia del mundo: desde Safo hasta Clara Campoamor, Fernán Caballero o La Malinche.

Dos hombres escribiendo un libro sobre mujeres que hicieron grandes hazañas pero no han pasado a la historia. ¿Por qué este proyecto?

Creemos que lo importante no es quién lo haya escrito, lo importante es el objetivo del libro: reivindicar y dar a conocer el papel que las mujeres han tenido a lo largo de la historia. Y una vez rescatadas del olvido, es papel de todos mantener viva su memoria. ¿Sorprende que los autores de un libro de este tipo sean dos hombres? Seguramente eso también tenía que cambiar.

¿Cómo pueden ayudar los hombres en esta causa que busca la igualdad entre mujeres y hombres? ¿Qué podemos hacer entre todos?

La expresión «ayudar» resulta un tanto comprometida porque puede transmitir la impresión de que la responsabilidad de la lucha por la igualdad recae en manos femeninas y aspira a que los hombres simplemente echemos una mano, o, por lo menos, no la dificultemos. Los grandes movimientos necesitan de pequeños pasos; esos pequeños pasos son los que tenemos que ir dando entre todos y empiezan con predicar con el ejemplo desde las familias, los centros de enseñanza, los medios de comunicación y las instituciones. Queda mucho por hacer pero, qué duda cabe, estamos mejor que nunca.

En la introducción del libro, Elisenda Roca habla de un «bullying histórico» hacia las mujeres. ¿A qué creéis que se debe este boicot?

Lo explica perfectamente Virginia Woolf, así que a sus palabras nos remitimos: «Durante todos estos siglos, las mujeres han sido espejos dotados del mágico y delicioso poder de reflejar una silueta del hombre de tamaño doble del natural (…) Por eso, tanto Napoleón como Mussolini insisten tan marcadamente en la inferioridad de las mujeres, ya que si ellas no fueran inferiores, ellos cesarían de agrandarse».

Rosa María Calaf habla también de la visión parcial y sesgada del papel de la mujer en los medios de comunicación. ¿Qué estamos haciendo mal desde los medios?

Creemos que una sociedad no alcanza la mayoría de edad hasta que no se consigue la igualdad de derechos y de oportunidades entre todos sus miembros, y eso sólo se consigue cuando reman en la misma dirección tres pilares fundamentales: la legislación, la educación y los medios de comunicación. Todos, y decimos todos, están en la adolescencia en este tema.

¿De dónde viene ese «ni tontas, ni locas»?

El título tiene su origen en una anécdota que tiene a Jacinto Benavente como protagonista. La Residencia de Estudiantes tuvo su equivalente femenino en la Residencia de Señoritas. De ella surge el Lyceum Club Femenino, a inspiración del Lyceum londinense. Se trataba de un club con objetivos políticos, como la promoción de la lucha por los derechos de la mujer y su defensa, pero que también tenía unos claros objetivos culturales y educativos, además de servir de lugar de encuentro para el debate y el intercambio de ideas y de iniciativas culturales, científicas y artísticas; en definitiva, un espacio propio para la promoción femenina. A este Lycem Club pertenecieron mujeres tan ineludibles de la cultura del siglo XX como María de Maeztu, Victoria Kent, Zenobia Camprubí, María Lejárraga, Carmen Baroja, Elena Fortún, Clara Campoamor, Concha Méndez, Ernestina de Champourcín o María Teresa León, entre otras.

Una de las actividades habituales del Lyceum Club era organizar conferencias por las que pasaron las más relevantes luminarias del panorama cultural e intelectual del momento: Lorca, Alberti, Unamuno, Azaña, Gregorio Marañón, Américo Castro, Gómez de la Serna, Pedro Salinas, Edgar Neville… Uno de los invitados fue Jacinto Benavente, que rechazó la invitación alegando falta de tiempo porque a él no le gustaba «hablar a tontas y a locas».

Algo que se desconoce es, por ejemplo, que el Monopoly lo inventó una mujer (Elizabeth Magie) aunque luego un hombre robara su idea. ¿Con cuánta frecuencia han pasado estas cosas a lo largo de la historia?

«Una sociedad no alcanza la mayoría de edad hasta que no se consigue la igualdad de derechos y de oportunidades entre todos sus miembros»

En EE.UU. hasta la aprobación de la Ley de Patentes de 1790 las mujeres no podían registrar patentes a su nombre. Al considerarse el registro de una patente una propiedad intelectual, y las mujeres tener prohibido ser titulares de propiedades, directamente los inventos o no se registraban o se registraban con el nombre, por ejemplo, de sus maridos. Y en otras ocasiones, directamente te la robaban. Si ya es terrible que te roben la patente de un invento, todavía lo es más que el invento, tal y como se popularizó, nada tenga que ver con el porqué de su invención. Y eso ocurrió con el Monopoly , el juego de mesa inventado por Elizabeth Magie en 1904 como The Landlord's Game (Juego de los Terratenientes). Elizabeth, una activista de izquierdas, buscaba una herramienta de enseñanza destinada a demostrar que las leyes antimonopolistas creaban sociedades más justas y moralmente superiores que las monopolistas. Tal y como el juego ha llegado a nuestros días, el espíritu pedagógico del juego y la versión de una sociedad antimonopolista se han perdido -de hecho, gana el que más posesiones y dinero tiene (el capitalismo más salvaje)-. ¿Qué ocurrió? Pues que Charles Darrow, un comercial en paro, le robó la patente y la cambió el nombre al juego.

¿Hay algún personaje que hayáis descubierto a lo largo de vuestra investigación y que os haya cautivado especialmente?

Son muchas, pero quizás la historia de la pintora checa Friedl Dicker Brandeis sea una de las más conmovedoras. Junto a su marido Pavel, ambos judíos, fueron llevados al campo Theresienstadt donde se ocupó de los niños. Con los escasos medios que tenía a su disposición, montó una especie de escuela de pintura a modo de terapia para que los niños olvidasen dónde estaban, que tuviesen un medio para expresar lo que no podían con palabras, algo a lo que aferrarse que les permitiese lidiar con sus sentimientos, estimular su imaginación para hacerlos volar fuera de aquel horror... Aun así, ella siempre fue consciente de su destino y del de sus más de seiscientos alumnos, más aún cuando en septiembre de 1944 su esposo fue enviado a Auschwitz.

Mientras Pavel estaba a su lado, Friedl se sentía fuerte para seguir adelante, pero su ausencia la dejó sin fuerzas y se presentó voluntaria para el siguiente traslado. Pero antes debía hacer algo: recogió casi cinco mil de aquellos dibujos, pidió a los niños que los firmasen con su nombre y edad -como testimonio de su identidad y existencia-, los metió en un par de maletas y los escondió con la esperanza de que algún día el mundo los pudiese conocer. En 1944 Friedl y 60 de sus estudiantes fueron enviados a Auschwitz. A los pocos días de su llegada, varios de los niños y Friedl morían en las cámaras de gas. Gracias a su marido, que logró sobrevivir, y a los dibujos escondidos en las maletas, su legado y el de aquellos niños no se perdió. De hecho, esta colección de estampas de la barbarie, el horror y, también, de la esperanza, que se pueden contemplar hoy en día en el Museo Judío de Praga, se utilizaron como prueba en los juicios de Núremberg .

¿Lo han tenido más difícil si cabe las mujeres que han intentado (intentan) dedicarse al deporte de manera profesional?

Hoy en día, el simple hecho de que haya diferencias en la cuantía de los premios deportivos , dependiendo de si es en categoría masculina o femenina, demuestra que, en el mercado del esfuerzo, el sudor masculino es más caro que el femenino. Eso sí, nada comparable a la Antigüedad donde las mujeres tenían prohibido participar y asistir a los Juegos. De hecho, Calipatira, hija, hermana y madre de campeones olímpicos, estaba tan segura del triunfo de uno de sus hijos que decidió jugársela y vivir en directo aquel día. Se vistió con las ropas de los entrenadores y consiguió colarse. Tal y como ella había soñado, su hijo consiguió hacerse con la victoria. Estaba tan eufórica que saltó la valla para felicitar a su hijo, con la mala suerte de que la ropa se quedó enganchada… Calipatira se quedó desnuda frente a todos. Según las reglas que regían los Juegos, el castigo para las mujeres que infringiesen la ley sería ser despeñadas por el monte Tipeo. En honor a su padre, hermanos e hijo, campeones olímpicos, los jueces le perdonaron la vida, y desde aquel momento se promulgó una nueva norma que obligaba a los entrenadores a ir desnudos, igual que los atletas, para que no volviese a ocurrir.

¿Cómo de importantes han sido para la historia, en general, de la humanidad, esas «figuras ocultas» que, como en la NASA, han trabajado tanto por el avance científico?

La ciencia, palabra femenina por cierto, también ha tenido que sortear la hostilidad de determinados poderes políticos y religiosos que históricamente han visto amenazada su influencia. Ser mujer, además, era un obstáculo añadido porque el acceso a la formación y la práctica científicas les han estado vetadas hace cuatro días, como quien dice. Agnodice, Hipatia de Alejandría o Hidelgarda de Bingen no fueron sino las gigantes a cuyos hombros se han podido subir todas las que les siguieron. Los casos de las mujeres «computadoras de Harvard» o las «calculadoras de la NASA» tienen el mérito añadido a sus logros científicos el haber conseguido el reconocimiento, aunque sea tardío, de su labor social. Una de aquellas mujeres de Harvard, Henrietta Swan Leavitt, recibió una carta en su casa cuatro años después de su muerte. La carta le proponía la nominación al Premio Nobel; el mundo científico no se había enterado de su fallecimiento.

A veces resultan totalmente ridículas las excusas que se les pone a las mujeres para impedirles avanzar: las de Emilia Pardo Bazán, por ejemplo, para no entrar a la RAE son hasta hirientes. ¿Cuántas trabas encuentra Pardo Bazán pese a sus demostrados méritos?

Doña Emilia fue una gran mujer, en todos los sentidos, tanto literales como figurados: basta ver una fotografía de ella o leer alguna de sus obras para confirmarlo. Y sus méritos literarios, muy superiores a los de la gran mayoría de los miembros de la RAE. Que no fuese aceptada en la Real Academia no es más que la muestra de la contradicción social de aquellos años: muchas mujeres formando parte activa de la vanguardia intelectual y social de la época pero poco reconocidas oficialmente. Sin ir más lejos, el propio Jacinto Benavente, al que hemos visto antes como autor del agravio que da título al libro, fue uno de los defensores de la candidatura de la Pardo Bazán.

«En el mercado del esfuerzo, el sudor masculino es más caro que el femenino»

La RAE no era sino una institución anclada en unos usos y costumbres bastante vetustos y apolillados. Darío Villanueva, actual director, explica muy bien la situación:

«La Academia Española es una organismo donde la entrada se produce por cooptación de sus miembros y entre los miembros de la Academia probablemente no había en aquel momento la percepción de que la mujer debía incorporarse a ella, (…) y también entre esos miembros de la Academia yo no descarto que hubiese algunos casos de rechazo hacia la figura de Emilia Pardo Bazán por su brillantez, la enorme presencia social que tenía y también por una obra extraordinariamente significativa».

Hay testimonios de los escritores de aquel momento, cuando se escriben cartas entre ellos, de una cierta ironía hacia lo que Emilia Pardo Bazán significaba, pero una ironía que en el fondo descubre inquietud al ver la enorme pujanza y la fuerza que esta escritora representaba ya. El caso de Emilia Pardo Bazán sirve además para ilustrar los casos de Gertrudis Gómez de Avellaneda, Rosalía de Castro y María Moliner, también excluidas de la docta institución a pesar de sus más que sobrados méritos.

Sin parar a pensarlo mucho… ¿hay alguna mujer o institución reciente o actual que creáis que tiene posibilidades de entrar en un libro como el vuestro pero que se escriba dentro de 200 años?

Es complicado hacer previsiones aunque está claro que la historia acaba por poner a cada uno en su sitio; estamos en un momento en el que empieza a ser cierto, aunque la pérdida anterior sea incalculable. Está por escribir el libro que hable de todas las mujeres actuales, reales, ciertas, protagonistas, que tenemos a nuestro alrededor y que día a día se enfrentan no solo a sus propios retos como profesionales, como madres, como personas… sino que tienen que mantenerse fuertes en un mundo de hombres que todavía tiene que quitarse muchas telarañas.

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