Esas cosas buenas... (del verano)

El abanico

De Egipto a Roma y de Corea al Sur de Europa

Abanico de Palosanto, 80 euros, de venta en el Museo del Prado ABC

En el cuadro costumbrista de John Bagnold Burgess «El vendedor de abanicos», se muestra a un comerciante ambulante paseando por una ciudad española con una cesta llena de abanicos. Pero el abanico, al que España ha dado tanto significado e importancia, no nació en la Península Ibérica.

Utensilio manual para refrescarse, fue i nicialmente concebido en el Antiguo Egipto como una especie de ventilador que consistía en un juego de plumas atadas a un largo palo. Con este artilugio los sirvientes abanicaban exclusivamente al faraón y su familia, ya que por aquel entonces el abanico era de uso restringido y símbolo de altísima posición social. Con las mismas connotaciones y diseño, pasó al Imperio Romano.

Casa de Diego, en Madrid, desde 1823 ABC

Con un nombre que proviene del latín vannus, la historia del abanico plegable con varillas se remonta a hace tan solo 5 siglos. Se estima que entorno al siglo XV el abanico llegó a China desde Corea. Y desde allí los aventureros europeos lo trajeron a España, Italia y Portugal. Catalina de Médicis lo llevó a Francia al convertirse en reina y allí se hicieron parte indispensable del atuendo femenino, fabricandose con piedras preciosas, seda, cristal y marfil.

En la actualidad considerado un complemento de moda que únicamente se usa en verano -y si realmente hace calor-, el abanico ha perdido su sofisticado lenguaje y su importancia pero sigue siendo, ahora más que nunca, un accesorio muy español.

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