La pareja impar

Fue un beso imprevisto, efímero, casi a traición, y se ha logrado como un beso eterno

El triunfo de la selección española en el Mudial de Sudáfrica, en 2010, también dejó estas imágenes icónicas de Íker y Sara Telecinco

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Íker ha sido una época de oro, o varias, en el fútbol, y en todo. Se trata de un zagal histórico que sólo pillaba cabreo cuando estaba en el campo, y a veces ni eso. Íker fue el chico del primer Mundial de la Roja, el chico que besó a Sara Carbonero al resultar campeonísimo. Lo difundió una cámara a pie de campo para el mundo entero. Dejó Iker a Sara despeinada de sorpresa, con aquel beso ante la afición, porque ella iba a hacerle un entrevista al mejor portero del panorama y se le apareció el novio.

Fue un beso imprevisto , efímero, casi a traición, y se ha logrado como un beso eterno. Sara se había convertido, entonces, en una novia cruzada de periodista, o al contrario, y había llevado al auge la tarea, aún en curso, de maravillosa del fútbol, que luego han seguido tantas, entre las gogós de pichichis y las monadas de dar titulares de promoción de perfumería.

Ausentes muy presentes

Con el tiempo, ambos se han aupado como una pareja impar, como unos amantes ilustres que se han ido a Oporto, pero pasan en Madrid mucho rato, porque son un tema local, o sea, internacional. Cuando Íker dejó el Real Madrid, pareció que fichaban por el Madrid los dos, al día siguiente, de tanta popularidad común, y por separado, que reunían. No hemos tenido ausentes más presentes.

Con el tiempo, Sara es Iker, solo que al revés, pero Iker de cuando era Íker, y juega ella el balompié de poner de moda un fular mientras se pasea por Oporto o por la Gran Vía. En ella, se reinventa el cruce definitivo de lámina y opulencia, de belleza y estilo. Tiene una fotogenia total, y así cada retrato suyo es un negocio, porque la moda es imitación y hay tribus de chavalas que quieren ser Sara Carbonero.

Maneja una belleza apabullante y sus ojos son de una oceánica joyería. Por ahí ya es más difícil que la imiten. Pasea algo de sultana de plató cuyo esplendor resulta imbatible, o casi imbatible.

Videojuego

Íker no entra en la tribu de los tatuados y ha hecho entrenamiento de sonajeros, cuando le tocó ser padre. Les hicieron, en su día, un videojuego de animación que recreaba, desde la fantasía, la vida de novios en medio de la felicidad del verano. El videojuego tuvo mucho éxito y en él salían momentos de Iker en la ducha, o en la piscina, o bien Sara bailando o mirando un predictor. Tuvieron un gancho único , y admirado, y envidiado, incluso, un gancho único que no han perdido. Antes, te convertías en estatua, si te aupaba la fama en vida. Ahora, te hacen un videojuego.

Íker es Casillas, y no hay otro. Sara cumple a diario un spot de sí misma. Igual vende una pulsera de abalorio que un reloj de alhaja. Funciona tanto , y tan bien, que hasta sale en esas encuestas periódicas de las mujeres más deseadas, o más seguidas, cuando ella es chavala de ánimo tímido y armario de ajuar largo. Desde que se fueron Íker y Sara a Portugal no hemos parado de ficharlos para el telediario nacional de las peluquerías del cariño.

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