Martín Blaquier
Martín Blaquier - Archivo ABC

La muerte del rey del juego sacude a la alta sociedad argentina

Martín Blaquier se quitó la vida en un hotel bonaerense. Pertenencía a una de las familias más ricas y refinadas del país

CORRESPONSAL EN BUENOS AIRES Actualizado: Guardar
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El sábado 20 de febrero Mauricio Macri y su mujer, Juliana Awada, caminaban por uno de los senderos del cementerio Jardín de Paz. Esa tarde soleada del verano austral, la familia Blaquier despedía a uno de sus miembros más queridos e íntimo amigo del presidente de Argentina: Martín Blaquier. A los 57 años este empresario de gesto afable, propietario de bingos y salas de juego, padre de tres hijos, Sofía, Martín y Celina y abuelo de un niño bautizado Argentino, había terminado con su vida.

El jueves anterior Martín, como le conocían todos, le pidió prestada una escopeta a su primo Gastón, se dirigió al Hotel Sheraton Pilar, en las afueras de Buenos Aires, reservó una habitación y una vez dentro se disparó en el rostro.

Las causas o motivos que llevaron a un hombre que, aparentemente, lo tenía todo a suicidarse son, al menos por ahora, un misterio que abre múltiples interrogantes en la alta sociedad porteña y entre los consumidores de revistas donde se publican las historias –felices y trágicas– de ricos y famosos.

La muerte de Martín puso en las páginas de luto el apellido Blaquier, una saga identificada con éxito y fortuna. Su tío, Carlos Pedro Blaquier, es un multimillonario (coleccionista de arte, siete barcos de lujo, diez aviones privados) propietario del grupo Ledesma que posee azucareras y empresas hortofrutícolas. En estas comenzó Martín a trabajar de joven hasta que decidió probar suerte por su cuenta, se incorporó a la compañía de gas Camuzzi y de ahí dio el salto al mundo del juego. Propietario de un par de bingos en Argentina y de un casino en el balneario uruguayo de Punta del Este (la Marbella sudamericana) Martín era socio en algunos negocios de la multinacional de origen español Codere, principal operador de bingos en la provincia de Buenos Aires y con apuestas en Colombia, México, Panamá y Brasil.

«Parece que había perdido 25 millones de dólares en Uruguay y no encontró otra salida», observa una fuente cercana a la familia. «Tenía recursos suficientes para afrontar deudas. Si ese era el problema había solución», replica un hombre del círculo social del empresario. Una amiga de los Blaquier, presente en el entierro, lo único que se anima a decir es que «eran los Ingalls (de la serie ‘‘La Casa de la pradera’’). Todo amor, todo perfecto. Que yo sepa no tenía problemas pero hace unos años estuvo muy deprimido. Su primo Miguel era su confidente, debe ser el único que conocía su secreto», sugiere.

Cartas a su familia

Martín, antes de apretar el gatillo de la escopeta Penelli UAB 750, dejó escritas sus últimas voluntades de puño y letra, en mayúsculas y sin un signo de puntuación. A su primo Gastón, el propietario del arma calibre 12/70, le pidió perdón por mentirle y pedirle la escopeta con la excusa de que iba a cazar patos. A su otro primo, a Miguel, al que había mandado un mensaje de teléfono antes de disparar para decirle donde se encontraba, le rogaba que diera la noticia a su mujer, Josefina Carlés.

En el expediente judicial, citado por la revista «Caras», el primo Miguel afirma desconocer el «secreto» de Martín: «En ningún momento comentó tener problemas», testifica. El mismo día que se quitó la vida almorzó en el selecto Tenis Club Argentino de Buenos Aires, mantuvo reuniones de trabajo y habló con su mujer para decirle que no le esperase porque se iba a jugar al golf. Incluso, llevó la bolsa con los palos.

«El presidente está muy afectado. No sabe qué le pudo pasar», observa un hombre que le ve casi a diario. La noticia del suicidio debió recordarle a Mauricio Macri la muerte en circunstancias casi idénticas de Gregorio Centurión, «amigo del colegio y secretario de Comunicación Social de la ciudad de Buenos Aires cuando Macri era jefe de Gobierno», recuerda. Pero a Centurión, aclara otra fuente, «le agobiaban los problemas y había cometido demasiados errores de trabajo. Había una explicación».

En Jardín de Paz, un cementerio con extensas praderas en la periferia de Buenos Aires, en la misma carretera que conduce al Hotel Sheraton Pilar, se encontraron dando sepultura a Martín Blaquier el presidente y la primera dama, los padres de la Reina Máxima de Holanda, ministros y apellidos de una Argentina de alta alcurnia que despedía a uno de los suyos sin saber por qué había decidido abandonarles. Un secreto que, de momento, se llevó a la tumba.

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