Muere Liliane Bettencourt, la mujer más rica del mundo

Encarnó una ya pretérita «grandeur» imperial: sin los devaneos de la familia Bettencourt, de la que era la gran matriarca, no puede entenderse ni el ascenso a los cielos del gran imperio de los cosméticos ni las políticas económicas del Hexágono en los últimos 50 años

Liliane Bettencourt AFP
F.J. Calero

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A falta de monarquía, Liliane Bettencourt , que murió ayer a los 94 años, fue la eterna heredera de una Francia que recela de los ricos. Se resistió a tomar el relevo de su padre como jefa del imperio L’Oréal pero manejó desde las bambalinas como la accionista principal. Liliane Bettencourt encarnó una ya pretérita «grandeur» imperial: sin los devaneos de la familia Bettencourt, de la que era la gran matriarca, no puede entenderse ni el ascenso a los cielos del gran imperio de los cosméticos ni las políticas económicas del Hexágono en los últimos 50 años.

Con una fortuna de 33.000 millones de euros, durante los dos últimos años la revista «Forbes» la reconoció como la mujer más rica del mundo. Pudiera suponerse entonces una vida predestinada a las altas esferas al calor del legado de su padre, pero Liliane Henriette Charlotte Schueller -su nombre de soltera-, nacida el 21 de octubre de 1922 en París y huérfana de madre a los cinco años, empezó desde los catorce como una becaria más antes de su ascenso a los cielos. Su padre, el ambivalente fundador de L’Oréal, se afanó en proteger a sus trabajadores judíos durante el capítulo más negro de la historia reciente de Francia mientras abrazaba apasionado el nacional-socialismo alemán y se codeaba con el poliédrico François Mitterrand. « Mi padre nunca estuvo en el barco correcto », se escudó la eterna heredera en el libro de «François Mitterrand: una vida», según destacó ayer «Le Monde».

Tras la muerte en 1957 de su padre, Eugene Schueller, una treintañera Liliane dejó la dirección de L’Oréal en François Dalle, delfín del fundador, y su marido André Bettencourt, uno de los gentilhombres que primero se entusiasmaron por la extrema derecha en los años treinta y luego ejercieron bajo los gobiernos conservadores de posguerra: él incluso alcanzó la cota de ministro bajo el liderazgo de los históricos Charles de Gaulle y Georges Pompidou . Como principal accionista de L’Oréal, Liliane se erigió más tarde en la guardiana de las esencias .

Fue a partir de 2007, con la muerte de su marido y el estallido de la crisis económica, cuando la discreta Liliane pasó a protagonizar los principales escándalos de su familia que salpicaron incluso al hiperactivo expresidente Nicolas Sarkozy, a quien se le acusó de financiar ilegalmente su campaña. Envuelta en una batalla legal contra su ex confidente y fotógrafo, Francois-Marie Banier , la leyenda de los cosméticos se sumió en un imparable ocaso que culminó en 2011 cuando un tribunal dictaminó que la gran matriarca padecía de demencia. Además, ese mismo año fue condenada a pagar casi 108 millones de euros por evasión fiscal, cuentas no declaradas y la propiedad de una isla en las Seychelles. Aprovechando la decadencia de Liliane, a la heredera del imperio L’Oréal le intentaron estafar, presuntamente, un político y nueve empresarios, denunció su hija Françoise Bettencourt-Meyers, a lo que replicó su fastidiada madre: «Mi hija podría haber esperado pacientemente mi muerte en lugar de hacer todo lo posible para precipitarla». Aquejada de Alzheimer , su hija Françoise, pese a todo, ha controlado los últimos años la decimocuarta fortuna del mundo y llegó a un acuerdo con Banier tras siete años de disputas legales.

Más allá de los escándalos familiares, Liliane Bettencourt siempre será recordada por el amor eterno que le profesó a su padre resumido en una frase: «Yo solo soy la hija de un padre».

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