Lulu Figueroa posa para ABC en el bar Cock junto a sus obras
Lulu Figueroa posa para ABC en el bar Cock junto a sus obras - MAYA BALANYA

Lulu Figueroa, una artista entre los nietos de la condesa viuda de Romanones

La aristócrata expone sus acuarelas, en las que refleja sus pasiones: las flores y los perros

MADRID Actualizado: Guardar
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Han pasado 96 años desde que el madrileño bar Cock abriera sus puertas en el número 16 de la calle Reina, que da la espalda a la Gran Vía. A día de hoy, conserva el mismo estilo de los clubs ingleses de aquella época, con sofás de cuero, bouseries de caoba, una chimenea de mármol y vidrieras de colores. Entrar en este clásico de Madrid supone volver a las tertulias literarias que durante décadas tuvieron lugar en su interior y recordar el largo listado de personajes que han cerrado sus noches, como Ava Gardner, Pedro Almodóvar, George Clooney o Elena Anaya. También, Francis Bacon. El pintor británico pasó en la capital los últimos años de su vida

y, antes de cenar, siempre se tomaba un par de dry martini aquí.

A las seis de la tarde del pasado miércoles llegaba al Cock Lucila Figueroa Domecq, la cuarta de los cinco hijos de Álvaro Figueroa y Griffith –IV conde de Romanones, VIII conde de la Dehesa de Velayos y XI conde de Quintanilla– y Lucila Domecq Williams. Dos horas más tarde se inauguraba la exposición de sus acuarelas, que permanecerá hasta el 27 de mayo. «Lo que ves aquí es el trabajo que he hecho a lo largo de los últimos meses. En ellas se muestran las estaciones del año y varias etapas que he experimentado: cuando retomé las flores, mis perros sobre las mantas escocesas y retratos de mis sobrinos», cuenta. Desde pequeña, Lulu –como se la conoce– sabía que la pintura era su gran pasión, por eso estudió bachillerato artístico. «Después quería hacer Bellas Artes, pero me dio miedo y me decidí por Historia del Arte, al tiempo que pintaba».

Acudió al estudio de Pablo Echevarría, donde pintaba al óleo. La técnica de la acuarela la aprendió en casa, por su cuenta. « Mi especialidad son los perros y las flores. El retrato es muy difícil, me cuesta mucho y creo que lo voy a dejar». Las obras están valoradas entre los 300 y los 600 euros. ¿Le da para vivir de la pintura? «Es muy difícil. Esta es solo una selección, no lo he podido traer todo porque enmarcar cada pintura es carísimo».

Aniversario de su abuela

Hoy, 20 de mayo, es el cumpleaños de su abuela, Aline Griffith, la condesa viuda de Romanones. Aunque no se ha sabido nunca la edad real de la que fuera espía para la Office of Strategic Services americana –antecesora de la CIA–, desde 1943 en España, Lulu cree que cumple 97 años. «Está fenomenal, mi abuela es increíble», apostilla mientras se le ilumina el rostro al hablar de ella. «Es verdad que se cansa al hablar y no oye mucho, pero está muy bien –señala–. Siempre se ha dicho que yo tengo una relación más especial con ella, pero no es así. Todos los nietos (suman 15) tenemos una relación muy cercana con mi abuela, pues la admiramos y queremos mucho». Durante la entrevista, Lulu pregunta a su interlocura por las sortijas que lleva, la mayoría recuerdos familiares, y reconoce que ella también siente predilección por la ropa de su abuela: «Cuando voy a verla siempre le meto mano a su armario». ¿Le anima su abuela a pintar? «Al principio no. Ahora lo acepta, porque ve que la pintura es un complemento para mí. También hago otras cosas, como editoriales de moda y dibujos por encargo».

El pasado 3 de septiembre, Lulu contrajo matrimonio con Andrés Saavedra en Jerez de la Frontera. «Fue un día muy bonito, mi vida no ha cambiado nada desde entonces. Las bodas son una fiesta para celebrar por todo lo alto que amas a otra persona», comenta. Los grandes ausentes aquel día fueron la condesa viuda de Romanones –que no asistió debido a su avanzada edad–, y su progenitor, convaleciente de un ictus. «Mi padre está regular. Últimamente está más animado, pero la recuperación es larga. Lo malo es que no ha vuelto a caminar. Una de mis hermanas vive con él y, como somos cinco, siempre está con alguno de nosotros».

Pese a pertencer a una familia de gran linaje en España, Lulu no se siente muy identificada con el apelativo de «aristócrata». «Hay gente que cree que por llevar un apellido determinado eres aristócrata, nosotros nunca lo hemos visto así. Me gustan los títulos y me parecen bonitos por el arraigo familiar que suponen, pero ya no es igual que antes», reconoce. Y argumenta: «La gente y el mundo en el que he crecido es normal. He recibido una educación normal, he ido a la universidad y he trabajado en mil cosas».

Y es que, a día de hoy son pocos los que tienen título y viven de administrar sus bienes: «El patrimonio yo creo que dura hasta la tercera generación, y ya han pasado».

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