Llanto por una Infanta de España

La Infanta Alicia de Borbón-Parma se casó con el infante Alfonso, heredero de la Corona hasta que nació el primer hijo de Alfonso XIII

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Ayer, después del mediodía, cuando el sol conseguía desembarazarse de las nubes, fallecía Alicia de Borbón y Habsburgo-Lorena, Infanta de España, Duquesa Vda. de Calabria, Princesa de Parma. A sus noventa y nueve años, todo en ella era nostalgia e historia viva.

Su padre, Elías de Borbón, Duque de Parma, era descendiente directo de la rama primogénita de la casa de Francia y había vivido siempre bajo su amparo como sobrino de Enrique V, Conde de Chambord. En 1903 se casó con la Archiduquesa María Anna de Austria, hija del Archiduque Federico (cabeza de la rama imperial del vencedor de Napoleón) y en 1911 celebró en el palacio familiar de Schwartzau la boda de su hermana Zita con el Archiduque Carlos, quien cinco años más tarde se convertiría en el último Emperador reinante de Austrohungría.

Cuando se declaró la Gran Guerra, Elías no quiso abandonar a sus compañeros de armas y luchó con las tropas austríacas como coronel de Dragones, pero exigiendo hacerlo en el frente oriental para no enfrentarse nunca a Francia, de quien llevaba el apellido y la sangre de sus reyes. Pero la República Francesa no agradeció su gesto y en 1928 le expropió el bosque y el palacio de Chambord, perdiendo un valioso bien histórico y artístico, pero también el arraigo sentimental con su linaje.

Doña Alicia nació en Viena en 1917, durante la Gran Guerra, y fue inscrita como española en el consulado de la capital austriaca, anticipando la decisión que el Duque de Parma hubo de tomar más tarde ante la negativa del nuevo Gobierno austríaco de seguir reconociéndole la extraterritorialidad como soberano en el exilio, privilegio que el Imperio le había otorgado. Se acogió, por tanto, a los orígenes de su dinastía y solicitó de Alfonso XIII la nacionalidad española, que le fue concedida con reconocimiento de Alteza Real por Real decreto de 18 de agosto de 1920. Con anterioridad, este descendiente de Felipe V había ingresado en la muy española Orden de Santiago.

La Princesa parmesana Alicia disfrutó una infancia feliz entre Schwartzau, cerca de Viena, y la gran propiedad de Belje, en Hungría, donde el abuelo Federico condujo sus primeros pasos en el arte de la caza. La naturaleza, la cacería, los perros y los caballos fueron también su horizonte en los bosques paternos de Buchberg, Gshöder y Glashütte.

Con 18 años abandonó el colegio del Sagrado Corazón en Viena para casarse (1936) con el Infante Alfonso de Borbón, que había sido heredero de la Corona española hasta el nacimiento del primer hijo de Alfonso XIII. Miembro de la tercera rama de la Casa Real española, española de nacimiento, lo confirmaba con su matrimonio, aunque todavía no hablaba la lengua de Cervantes.

El matrimonio se estableció primero en Prépinson, al sur de París, y luego en Lausana, donde nacieron sus tres hijos. A su regreso del exilio, en 1941, el Infante Don Alfonso adquiere a la cervecera Mahou la finca La Toledana, en los Montes de Toledo, y allí arraiga la familia.

Fuera de reuniones de sociedad, entre pardas encinas y cerros ásperos, Doña Alicia empieza a conocer la España suya, y con ella un modo especial de caza: la montería, en la que los perros –uno de sus amores– son fundamentales. Sus amigos se llamarán Alburquerque, Valdueza, Yebes, Mayalde y también De Juan, Morales, Lalanda… En su recuerdo, las manchas de caza en los cotos más emblemáticos de los Montes de Toledo conservan "el puesto de la Infanta" como homenaje a una gran aficionada. Apasionada de los perros, Doña Alicia tenía a gala haber traído a nuestra patria el primer sabueso de Baviera y ser la introductora de los drathar y teckel de pelo duro, que crió hasta el final de sus días y con los que triunfó en numerosos campeonatos. Como seguidora de San Huberto, era una de las cuatro únicas personas que consiguiron todas las especies españolas de caza mayor, entre ellas un oso, dos lobos y seis linces, como privilegio de un tiempo en que se podía cazarlos. Reconociendo su autoridad cinegética, el Real Club de Monteros la distinguió en 1993 con el premio a la Personalidad Venatoria.

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Una vida larga es una vida llena, Doña Alicia sufrió el exilio, las guerras europeas y española, vio caer reyes que eran parientes queridos, asistió al nacimiento de nuevos países y, al regreso de la Monarquía más señera, tuvo alegrías con matrimonios y bautizos y duelos familiares de esposo, padres, hermanos y nietos. Hace algo más de un año, casi sin movilidad, tuvo el ánimo suficiente para acompañar en la capilla ardiente a Carlos, el único hijo varón, bajo los claustros severos de El Escorial.

Quedan sus dos hijas Teresa e Inés y dieciséis nietos con el sentimiento herido y la ausencia viva; lejos en el horizonte, las sierras, las pedrizas, las rañas interminables guardan la añoranza de una Infanta de España.

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