David Rockefeller, en el años 2004 en Madrid, en la presentación de sus memorias
David Rockefeller, en el años 2004 en Madrid, en la presentación de sus memorias - ABC

La importancia de ser un Rockefeller en el siglo XXI

Tras la muerte del último nieto de John D., se cierra la etapa dorada de la egregia dinastía. Ninguno de los seis hijos de David ha aspirado a ejercer el poder y la influencia que ostentaron sus ancestros

MADRID Actualizado: Guardar
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Finales de mayo de 1954. Los hombres más poderosos del mundo se dan cita en el Hotel Bilderberg en Oosterbeek, una pequeña localidad enclavada en el centro de Holanda. El Príncipe Bernardo de los Países Bajos, padre de la princesa Beatriz y muy vinculado a los altos círculos financieros y políticos occidentales, ejerce como anfitrión con el apoyo de otros colaboradores como el polaco Joseph Retinger. Pero a la sombra, el que mueve los hilos de esta cumbre al más alto nivel donde se ponen sobre la mesa los intereses de EE.UU. y Europa es el multimillonario financiero David Rockefeller (Nueva York, 1915). Sin su dinero y ambición, el apodado como Club Bilderberg no se habría perpetuado a lo largo de su más de medio siglo de existencia.

Sólo Rockefeller, junto a Henry Kissinger, ha acudido religiosamente a este cita año tras año hasta el último encuentro celebrado en la ciudad alemana de Dresde, el pasado mes de junio.

El nombre de David Rockefeller sobresalía por encima de su abultado patrimonio y sus labores filantrópicas, pero estos han eclipsado su influencia dentro de los círculos que marcan el paso del mundo. Quizá esta ha sido su faceta menos explorada. Además de fundar el club Bilderberg, en 1973 puso en marcha la Comisión Trilateral una de las organizaciones privadas más influyentes del mundo. Con su muerte, el pasado lunes a los 101 años, se cierra una era. Aunque le sobreviven cinco hijos (fruto de su matrimonio con Peggy McGrath, que falleció en 1996) y una legión de primos, nietos y sobrinos, él era el último miembro de la saga que fundó su abuelo, John D. Rockefeller, considerado todavía el estadounidense más rico de todos los tiempos.

La fortuna y sobre todo, el poder, que concentró David en sus manos dista mucho del que actualmente poseen sus vástagos. Ninguno ha aspirado nunca a desempeñar el poderoso papel que ejercieron sus ancestros en la dinastía familiar.

El mayor, David Rockefeller Jr, de 75 años, también conocido como el «Señor de los mares», se declara como un apasionado de la navegación que ejerce como filántropo y activista medioambiental. Su mayor cruzada pasa por terminar con la contaminación. Actualmente, se encuentra volcado en expandir su fundación Sailors for the Seas (Marineros por los Mares), que busca educar y comprometer a la comunidad de navegantes en la protección de los océanos. El perfil de la segunda del clan familiar, Abby, de 74 años, resulta quizá el más chocante por abrazar fervientemente la ideología marxista y confesarse una gran admiradora de Fidel Castro. Como el resto de la familia, también sigue la rama ecologista y durante una época estuvo infiltrada como agente del FBI.

Neva, de 72 años, cansada de llevar un apellido con tanto lustre, decidió cambiárselo hace dos décadas pasando a presentarse como Neva Goodwin. Economista de profesión, ejerce como codirectora de Global Development And Environment Institute (GDAE) de la Universidad de Tufts (Massachusetts), en Estados Unidos. Margaret, de 70 años, profesora y activista de causas humanitarias en lugares de pobreza. El quinto de los hijos de David, Richard, murió en junio de 2014 a los 65 años en un accidente de avioneta que el mismo pilotaba poco después de despegar de un aeródromo a unos 55 kilómetros de Nueva York. Regresaba a su casa en Maine tras haber celebrado con el resto de su extensa familia el casi centenario de su padre.

«Ser un Rockefeller»

La más joven del clan ya ha cumplido las 64 primaveras. Se trata de Eileen Rockefeller, una filántropa que centró su vida en los avances de la ciencia para la salud. En 2013, publicó el controvertido libro «Being a Rockefeller» (Ser un Rockefeller), donde desgranaba las dificultades que entraña vivir bajo un apellido tan poderoso e ilustre como el suyo. Sí, los ricos también lloran. «No importa si tenemos dinero o no, sufrimos a nuestra propia manera. Y el valor neto de nuestra cuenta bancaria no es ni mucho menos tan importante como el valor propio», declaraba apesadumbrada en una entrevista con la cadena CBS sobre su novela.

Y por mucho que ella se empeñe en que el valor neto de la cuenta no es el reflejo de la felicidad, durante los próximos días tanto ella como sus hermanos recibirán un pellizco más en sus ahorros. Los bienes y patrimonio de David Rockefeller, valorados por la revista «Forbes» en 3.300 millones de dólares (3.054 millones de euros), se repartirán en seis partes. Cada uno de sus cinco hijos heredará 550 millones de euros y la sexta parte va destinada a las instituciones con las que el magnate se comprometió en los últimos años. Pero lo que nunca heredarán ni David, ni Abby, ni Neva, ni Margaret, ni Eileen es la ambición y la sed de poder que llevó a sus antepasados a levantar la mayor fortuna de EE.UU. y a consagrar el apellido Rockefeller como sinónimo éxito empresarial.

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