Fallece el duque del Infantado, titular de una casa histórica y legendaria

Íñigo de Arteaga , XIX duque del Infantado, XX marqués de Santillana, XL Almirante de Aragón, cabeza de los Mendoza, llevaba el nombre de una de las casas que, en el siglo XV, fueron apoyo para que los Reyes católicos fundaran el primer Estado moderno de Europa y supo hacerlo con elegancia.

No le pesó el peso de la historia lejana ni la más cercana de un abuelo emprendedor que trajo agua y luz a Madrid educando al Manzanares, el aprendiz de río, a almacenar su escaso caudal para devolverlo a la capital convertido en energía. Íñigo también supo de técnicas y novedades. Comandante piloto de Iberia , quizás buscaba en los cielos el espíritu de los antepasados: del cardenal que fue conocido como tercer Rey de España o de su padre que trajo los endecasílabos a la península, o de la tía Cristina que desde la observancia jerónima también buscaba a Dios entre los pucheros con rimas asonantes y consonantes.

El 29 de julio de 1966 contrajo, en la catedral de la capital, matrimonio con Almudena del Alcázar y Armada, hija de los condes de los Acevedos; dos jóvenes de venticuatro y veintidós años se unían para ser solo uno. Amigo de sus amigos, celebró sus setenta aniversario con los dos que cumplían el mismo año, en un homenaje del afecto que cala hondo.

Un par de gravísimos accidentes marcaron su existencia y le dejaron duras secuelas, aunque menores que la pérdida del mayor de sus varones, cuyo recuerdo le acompañó siempre estos años envuelto en el estupor de la tristeza. Ahora se han juntado allí donde el tiempo pierde su significado y toma tintes de eternidad .

La heredera, que repite la advocación de la Almudena, ha recogido la antorcha familiar y su pluma reverdece antiguos laureles, y con Iván, Ana y Carla, todos buscarán la sombra de su madre para recogerse en el afecto familiar, ese que nunca falla.