La ciudad más dulce de Europa

Parisina de nacimiento, madrileña de corazón. La galerista francesa desglosa lo que más le gusta, y le asombra, del país que la acogió una década atrás

Sabrina Amrani ABC

Sabrina Amrani

Todo buen madrileño tiene su pueblo. En 2008 me instalé en Madrid, recién aterrizada de París, y descubrí que, llegado el fin de semana, todo el mundo se iba al pueblo. No ocurre solo en verano, en cuanto asoma el buen tiempo parece que la gente huye de aquí. No entendía por qué la gente necesitaba irse de una ciudad tan agradable y tan poco estresante . Y de hecho, al principio, me quedaba con una sensación de abandono.

Me sigue extrañando el nivel de ruido de la capital en las noches veraniegas. Creo que va de la mano con las temperaturas estivales, y seguramente con el inicio o fin de curso de universidades e institutos. En mi barrio de Malasaña, el nivel de ruido sigue alterando mis oídos, acostumbrados todavía a mi ciudad natal, donde salimos de los bares hablando en voz baja para no molestar. Siempre me ha asombrado lo que pueden gritar los españoles debajo de tu ventana.

También me sorprende el parón de esta estación. En cuanto llegan las vacaciones y los niños dejan el cole, parece que todo se para. El ritmo se ralentiza tanto, que hasta comprar pan en agosto puede convertirse en una verdadera odisea en el centro. Da la impresión de que solo funcionan las grandes cadenas de consumo .

Otra cosa interesante es que, cuando veraneas en el extranjero, se distinguen a los españoles, porque van andando por la calzada, en lugar de utilizar la acera… No sé si es cuestión de tentar a la suerte, aversión por la zona peatonal o la costumbre de caminar por zonas de tráfico menor en su país.

Entusiasmo colectivo

Desde mi experiencia, los españoles fuera de España siempre se juntan con los españoles, formando en ocasiones grupos de tamaño medio. No sé si es propio de todas las culturas, pero es lo que he visto a menudo entre españoles. Es fácil reconocerlos por sus risas y charlas en voz alta y un buen espíritu que nos dan las ganas a nosotros -los extranjeros- venir a vivir a España. Es su entusiasmo colectivo.

Y en cuanto a la playa, lo cierto es que con respecto a las españolas no veo diferencias notables con las playas francesas. Los planes playeros de nevera y sombrilla me resultan muy parecidos. Diría lo mismo de los chiringuitos con su canción del verano incluida, aunque en España cierran considerablemente más tarde que en Francia, lo que se agradece. ¡Pobre del que pretenda cenar a las nueve de la noche en un chiringuito francés!

Y ya de vuelta a Madrid, nunca me he sentido tan segura como en esta ciudad, incluso a altas horas de la madrugada. Nada que ver con París. A este respecto, resaltaría que la costumbre de hacer vida en la calle se ha desarrollado casi como un arte. Todo lo que se programa en las calles de Madrid , como conciertos y actos, ocurre de una manera muy plástica y coordinada. No hay ciudad más dulce y más acogedora en Europa para vivir. He aprendido a echar risas y a disfrutar de mi pueblo de adopción , que me recibió con los brazos abiertos. Y ya molesto yo a los parisinos durante mis vacaciones. Madrileña de corazón.

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