Aline Griffith recibe a Nancy Reagan en su apartamento neoyorquino
Aline Griffith recibe a Nancy Reagan en su apartamento neoyorquino - ARCHIVO PERSONAL DE LA CONDESA VIUDA DE ROMANONES

Aline Griffith: «Cuando conocí a Nancy, me recibió con los brazos abiertos»

La condesa viuda de Romanones evoca su primer encuentro con los Reagan, hace 36 años

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Conocí a Ronald y Nancy Reagan en Los Ángeles, en enero de 1980, cuando yo estaba realizando un ciclo de conferencias sobre la situación en Nicaragua y sobre las razones de la mala prensa de EE.UU. en los países hispanos. La fecha es importante, porque poca gente creía que, diez meses más tarde, Reagan sería elegido presidente de EE.UU.

La noche anterior yo había cenado en casa de un importante productor de Hollywood. Su mujer, que había estado presente en una de mis conferencias, me preguntó si estaba dispuesta a ir con ella al día siguiente a conocer a Reagan, que era uno de los cuatro candidatos para la carrera presidencial. Por mis trabajos con la CIA me interesaba mucho la política y deseaba conocerle

, aunque creía que tenía pocas posibilidades de que ganara. Visitarle no aportaría ninguna ventaja, pero sentía curiosidad.

Una bonita sonrisa

Al día siguiente llegamos a la casa de los Reagan, situada en la cima de una cuesta muy alta, a las afueras de la ciudad. La persona que abrió la puerta fue Nancy, que, con una bonita sonrisa y con los brazos abiertos, nos dijo: «Qué amables, Ronnie está esperando. Va a estar encantado». Después de intercambiar unas palabras, Nancy me cogió del brazo y me llevó a un pequeño salón donde estaba su marido. Él se levantó rápidamente y me lo presentó como «Ronnie». El guapo Ronnie me invitó a sentarme en el sofá: «Eres una persona importante para nosotros», dijo. Nancy añadió: «Aquí podéis hablar cómodamente. Ronnie y yo no sabemos nada de política exterior y ahora es indispensable para su campaña presidencial. No quiero interferir, aquí no os molestarán».

Reagan era el hombre atractivo, al que conocía por sus películas y por la prensa y la televisión. Había sido gobernador de California durante varios años. También había estado trabajando para una importante agencia de conferencias, recorriendo el país para hablar sobre asuntos de política nacional. Pero sus charlas eran de política interna y las mías se concentraban, en aquella época, en Nicaragua y la situación en América central. Desde el primer momento, la actitud de Reagan fue la de un amigo encantador y cautivador. Sus modales no eran rígidos ni distantes. Dio unos golpecitos en el sofá y empezó a hablar.

«Tú conoces bien los países en el extranjero y yo debo aprender algo sobre política exterior. Nuestro gran país tiene problemas, pero uno de los principales es que no entendemos los asuntos políticos fuera de nuestras fronteras. Fíjate en estos compatriotas que ahora están retenidos como rehenes por los iraníes y nuestro presidente (Jimmy Carter) no sabe qué hacer para librarles», dijo.

Nancy, sin decir palabra, entraba de vez en cuando con un zumo de frutas para cada uno. De pronto, ella volvió a pasar y, emocionada, dijo: «Ronnie, Ronnie Junior está al teléfono, llama desde la universidad». Una gran sonrisa iluminó el rostro de Reagan, mientras se levantó de un salto y corrió al teléfono. Oí cómo saludaba a su hijo muy afectuosamente. Entonces, salí a la terraza y me pregunté si aquel hombre tan agradable y sencillo tendría alguna posibilidad de ser elegido.

Durante los siguientes meses, después de que él obtuviera la nominación por el partido republicano, tuve tiempo de poner a Reagan en contacto con varias personalidades políticas, todos íntimos amigos, agentes de espionaje en Inglaterra, Francia y Alemania Occidental. Sabía que todos ellos podían informarle detalladamente de los problemas políticos que tenían sus países con EE.UU. Así es que, cuando Reagan fue elegido presidente en noviembre de 1980, ya tenía una relación estrecha con muchos especialistas y estaba bien informado.

Cenas en Nueva York

Mientras, mi amistad con Nancy crecía constantemente. Alquilé un apartamento en Washington. Tenía que ir muchas veces a la Casa Blanca y durante esos días se fortalecía mi contacto con Bill Casey, el director de la CIA. También teníamos mi marido y yo un apartamento en Nueva York y cuando Ronald estaba demasiado ocupado, Nancy venía a pasar unos días conmigo. Quería conocer a mis amigos de la alta sociedad neoyorquina. Disfrutaba tanto de las fiestas que organizaba, que me decía que era su «más querida amiga».

En Washington, Nancy me invitaba a menudo a almorzar con ella en la Casa Blanca y viajábamos juntas. Una vez, comiendo en Los Ángeles con Nancy y con Betsy Bloomingdale, de pronto hubo un revuelo de escoltas, que estaban agitados y nerviosos. Le pasaron un teléfono a Nancy y, al terminar de hablar, su rostro era de gran preocupación. Se desplomó temblorosa sobre su silla. Dijo que su marido estaba en el hospital, que habían atentado contra su vida. Hizo un esfuerzo para recuperar la compostura y sin perder un minuto, salió hacia el aeropuerto para dirigirse a Washington.

De entre todos mis amigos, el matrimonio de los Reagan fue el más feliz. Probablemente fue de las pocas parejas presidenciales completamente satisfactorios. Nancy era guapa y delicada, y estaba siempre pendiente de su marido. Además, tenía un carácter fuerte y valeroso. El amor que le profesaba a Ronnie le permitía ayudarle en muchas maneras.

Donald Trump

En 1987, Nancy me llamó por teléfono a Nueva York preguntando si podía quedarse dos días en mi apartamento y si la haría el favor de invitar en una cena a un joven que salía mucho en la prensa y al que quería conocer. Se llamaba Donald Trump. Yo no le conocía, pero en atención a Nancy le invité a una cena con unas diez personas.

Trump era hijo de un hombre rico, que tenía muchos edificios y apartamentos en la ciudad. Donald vino a la cena y divirtió a Nancy con su animada y simpática conversación. Era muy rubio, alto y bastante atractivo, y estaba acompañado por su mujer (Ivana), que era guapísima. No le dije a Donald Trump que Nancy fue quien me pidió invitarle.

Nancy fue una gran ayuda para Ronnie. Eran muy parecidos en cuanto a carácter. Los dos siempre fueron amables y afectuosos con los demás. Eran muy similares en su bondad y su deseo de ayudar a los demás, ya fueran jefes de Estado o personas desconocidas. Su recuerdo siempre permanecerá en mi corazón.

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