The Rolling Stones durante su actuación en Madrid
The Rolling Stones durante su actuación en Madrid - archivo abc
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«Sa-tis-faction»

El 7 de julio de 1982, los Rolling Stones santificaron España como destino obligado para las grandes bandas de rock. Aquel concierto del Calderón hizo historia

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En el verano del 82, múltiples glorias del rock aún pensaban que España no se merecía un concierto. Los de la Electric Light Orchestra (ELO) decían que de los Pirineos para abajo no pasaban; Alice Cooper nos veía como una panda de chiflados (así lo confesó en una entrevista para "Blanco y Negro" varios años después); y Lou Reed juró no volver a poner un pie en estas tierras bárbaras tras el desastre en el campo del Rayo Vallecano, en 1980. Claro que él tenía sus buenas razones (toma, y los demás, dirían los presentes): cuando salió demasiado tarde y demasiado colocado, el público asaltó el escenario y casi no le deja ni la púa de la guitarra. Hay quien asegura que, tras las cargas policiales, en los pasillos del metro de Puente de Vallecas vio a unos cuantos corriendo con los tambores de la batería cargados a las espaldas.

No parecía este un lugar seguro para rockeros civilizados, acostumbrados a reacciones populares más contenidas. Hasta que llegaron los Rolling Stones y santificaron al público patrio tras un concierto emotivo, memorable, inolvidable: 7 de julio de 1982, Estadio Vicente Calderón, 70.000 espectadores.

Jagger, Richard y compañía ya habían actuado en la Monumental de Barcelona, en 1976, por el empeño de Gay Mercader. El promotor catalán cuenta que, entonces, «topé con la España medieval». Pero nada era igual en el verano del 82. El fútbol y el rock and roll liquidaron el recato y la ñoñería de antaño. Ya éramos mayores, ya merecíamos a los más grandes.

Como si se hablara de un momento estelar de la humanidad, ni uno solo de los que abarrotaron el campo del Atleti ha olvidado aquello. Más allá del repertorio musical, cuando se recuerda aquel concierto los Stones nadie omite el achicharrante calor, los manguerazos de la organización para aliviar el bochorno, la tormenta con una furia casi apocalítica, el rayo que acompañó la salida de Mick Jagger a escena, los cientos de globitos desparramados cuando tenían que estar ascendiendo hacia el cielo, los brincos, los gritos, los empujones... Qué gran noche.

Pocos lo evocan hoy, tal vez ni se acuerden. En un momento del concierto, Mick Jagger se envolvió con una bandera de España y la multitud rugió entusiasmada. Más tarde, se desprendió de ella y la dejó... colgada en el palo del micro. De camino a casa, algunos comentaban el gesto. «No la tiró al suelo por respeto», especuló entonces una joven. Y es inevitable reflexionar sobre ello. Hoy, ¿cómo se habría reaccionado?

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