La batalla de Salamina
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Los salmonetes de Salamina

La legendaria batalla entre persas y griegos evoca los sabores de este espléndido pescado típico del ateniense puerto del Pireo

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Fue en la segunda guerra Médica, que no tenía nada que ver con la medicina. En el año 480 antes de Cristo, Jerjes I, rey de los persas tras la muerte de Darío I, decidió vengar las derrotas anteriores (caso de la batalla de Maratón) e invadir Grecia. Tuvo éxito en tierra, al vencer en el desfiladero de las Termópilas, y decidió ocupar los estrechos de Salamina. Los griegos, liderados por los atenienses y mandados por Temístocles, opusieron su flota, inferior en número pero muy efectiva.

La base de la armada ateniense eran los trirremes, dotados de espolones de bronce con los que perforaban los barcos enemigos. Además, los buques griegos transportaban un determinado número de hoplitas perfectamente equipados para el abordaje de las embarcaciones persas.

La táctica de Temístocles se impuso a la de los persas, y la victoria impidió que la historia de Europa se escribiese de otra manera. La batalla de Platea dio la puntilla a los persas… y poco después Temístocles se vio obligado a exiliarse. Política.

Salamina no está lejos del Pireo. Allí, en cualquiera de los restaurantes del puerto (Microlimanos), se pueden saborear unos salmonetes espléndidos en su sencillez. Normalmente se eligen del expositor, donde cada ejemplar tiene una etiqueta con su precio; no todo el mundo habla griego para pedirlos por su nombre. ¿La receta? Primero, materia prima irreprochable. Segundo, un sabio tratamiento en las brasas. Tercero, un sencillo aliño: una emulsión de aceite de oliva y limón. Y nada más. En esas condiciones, los salmonetes del Pireo son difícilmente superables. Han de quedar jugosos, con la piel crujiente, y la cabeza y el hígado (delicioso) en condiciones de ser saboreados con calma.

En tiempos de las guerras Médicas los griegos ya apreciaban el pescado, que en la época prehomérica era poco menos que despreciado. Con estos salmonetes no hay nada mejor que un buen vino blanco, fresco y joven, que puede ser griego.Unas aceitunas para el aperitivo, los salmonetes (o el salmonete, si es de tamaño) y… ustedes verán si les queda hueco para otras cosas, teniendo en cuenta que es difícil de superar un salmonete a la memoria de Temístocles.

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