La Plaza del Torico, centro y alma de la celebración la primera semana de julio de las fiestas del Santo Ángel (más conocidas como las de la Vaquilla) en Teruel
La Plaza del Torico, centro y alma de la celebración la primera semana de julio de las fiestas del Santo Ángel (más conocidas como las de la Vaquilla) en Teruel - efe

El San Fermín canijo se vive en Teruel

Con el mudéjar flambeante como testigo, la fiesta de la Vaquilla reúne en julio a los huidizos de la masificada Pamplona o los enamorados de la urbe aragonesa. Fue un verano como el de 2002 cuando el ejercicio del periodismo facultó redescubrirla

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El verano empezó con B mayúscula. «La Baquilla» de Teruel. La Vaquilla es el nombre coloquial por el que se identifica la tradicional fiesta del Santo Ángel de la capital provincial, y se celebra desde el primer fin de semana de julio hasta el siguiente, así que San Fermín siempre pilla en plena traca lúdica. Otra comparanza con la tradicional cita pamplonica es que la base de la fiesta es el toro, también se le persigue (o ensoga, como es el caso) regado normalmente con mucho alcohol en el cuerpo. El pañuelico rojo y el traje blanco son el «outfit» preceptivo de la pasarela y la maña, como la navarra, triplican su población durante el cónclave del jolgorio: de 27.000 habitantes hasta 90.000.

Pero en la Vaquilla de 2002 se deslizó una B.

Dicen en la ciudad aragonesa que muchos valencianos que recorrían el trayecto antiguamente que les separaba hasta la capital de Navarra se detenían en Teruel a tomar algo o reposar en su largo viaje. Y cuando advertían que en «la urbe del torico» había tanta gente congregada con el mismo traje, las mismas ganas de fiesta y con las corridas de toros como protagonistas se quedaban en Teruel. No caminaban un paso más. Además, jugaban y juegan a favor del San Fermín canijo que la masificación no es tanta como en Pamplona, lo que permite igualar en ocio y aventajar en comodidades. Las colas son menores, los atropellos y atascos también y, al final, la fiesta es el acabóse, enraizada en idéntica idiosincrasia.

Ese verano de 2002 empezó con unas prácticas de periodismo en el «Diario de Teruel» y una información del periódico que parecía hecha a propósito, cuando fue sin querer, o eso dicen las malas lenguas, que atribuyen la grafía a un «error humano en la rotativa»en una noticia sobre un accidente de tráfico. El caso es que me desayuné comprando en la panadería algo de bollería con el diario postrado en el mostrador y esa grafía impagable y a buen seguro irrepetible en un futuro. «¡Madre mía! y esta es la cabecera donde voy a trabajar desde hoy», es el primer pensamiento egocéntrico, recién horneado de una Universidad que adolece de toda práctica y fomenta la casi inservible teoría, de una estudiante con ínfulas de todo y que se hace nada. Claro que yo no tenía razón.

Era el primer día del festejo: pregón en la plaza del Torico, desde un balcón del Consistorio atiborrado de informadores locales con una dilatadísima trayectoria, recorrido en pasacalles y a «cocinar» la primera crónica. «¡Eres portada de mañana y traes estas fotos de mierda! ¿No te enseñaron a hacer instantáneas en la Universidad?». El director encolerizó, y no sin razón. La respuesta era que «no», no lo sabía hacer mejor. Y la evidencia era que las fotos eran una porquería, como él mentó. Quepa un inciso para decir que en toda carrera profesional que se precie hay varios de estos «mierdas» bien pronunciados. Altos y claros. Meridianos como el agua. Creces cuantas más «m...» te exhorten en plena faz. Te haces hasta gigante. Y debes guardar en vitrina de oro esa colección de «m» enfervorecidos. Impregnados en la rabia del trabajador que está por encima en la siempre recurrente pirámide organizativa, y con la obviedad de que el aprendiz suele hacer cosas de... digamos, mal hechas o manifestamente mejorables.

Tampoco lo importante eran las fotos, pensé yo inopinadamente para mis adentros. La única imagen que había retenido mentalmente (en la cámara era manifesto que no lo había recogido) era aquella caterva de personas uniformadas que no recordaba, pese a ser natural de la provincia, en esta celebración tan especial.

Las fiestas del Ángel, con el fin de semana de la Vaquilla como súmmum, son el compendio de todo lo que uno busca en un evento popular de este tipo, o en los mismísimos sanfermines de Pamplona, con los que rivalizan en particular y siguiendo con el parangón. Tienen religiosidad, tienen arte taurino, tienen verbena y encuentro musical,tienen algarabía popular... Porque la fiesta se hace calle cuando en cada esquina de cualquier barriada te topas con un encerado en tablas y una orquesta o DJ rumboso a los micrófonos, a los que una barra seudoimprovisada alimenta con bocatas del jamón de la tierra y riega con vino del Somontano o el Cariñena típicos. Añadan el enólogo término Borsao a sus vidas y verán cómo éstas empiezan a cobrar un color distinto. Y mejor.

Redescubrir, renacer...

Lo trascendental de aquel verano no fue nada más que el (re)descubrimiento de la fotografía como arte, de Teruel como paisaje y paisanaje de sus gentes como perfectos anfitriones, y de la vida hecha Periodismo, sea en forma de fiesta o de cualquier otra peripecia social, porque aquel fin de semana se prolongó tres meses, como las asiduas prácticas de verano de cualquier rotativo. El renacer, en fin, del contar historias como objetivo vital.

Y si Teruel no existe, «no aparece en el mapa», como diría un versículo muy aragonés, por su jamón, su vino y la nobleza baturra de sus paisanos «lo conoce hasta el Papa».

Nota a pie de página: ahórrense los foráneos las mofas chistosas sobre los Amantes de Teruel. Seguramente Diego Martínez de Marcilla e Isabel de Segura se quisieron hasta el fin de sus días, pero lo que es más seguro que el apellido de la doncella es que se enamoraron de la ciudad que vio crecer su amor y con toda probabilidad, compartirían algún baile furtivo durante una fiesta de la Vaquilla en algún rincón de ese mudéjar flambeante que solo existe aquí. **Nota: La información sobre el accidente de tráfico -aclara Diario de Teruel como matiz a este artículo, relato de verano que incluye datos ficticios- sucedió dos días después de iniciarse la Vaquilla.

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