CARTA A LA ALCALDESA

Racismo

«Los vecinos del Madrid de toda la vida están todos entre hartos y muy hartos de que el Ayuntamiento cuide y hasta ensalce a los recién llegados y relegue a la indiferencia a los veteranos del vecindario»

Placa en memoria del mantero Mame Mbaye

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El barrio de Lavapiés viene heredando las alegres libertades de Chueca, en su día, con su cenefa de dulces lesbianas, con su cornisa de alta mugre, con su cafetería de peluqueros que venden un tatuaje. Lavapiés es multicultural, por tirar del término tópico, y es libérrimo sito, y todo esto está muy bien, alcaldesa. Sólo que, además, ha crecido como reino de homenaje a los manteros y sus profetas. La antigua plaza de Cabestreros se llama ahora Nelson Mandela , bautismo muy oportuno, porque ahí se reúnen en cháchara los negros de la zona, y ahí mismo, en la boca de la calle del Oso han aupado ustedes una placa en memoria de Mame Mbaye, el mantero que murió de infarto en esa acera, hace ahora un año. Pues vale. Lo que pasa es que enseguida viene el susto. La placa se remata con el lema: «Víctima del racismo institucional del Estado Español». No es licencia literaria, o maldad de cronista en un mal día. Pone eso, alcaldesa, que es un embuste infamante , embuste muy reiterado por los guías de grupos turísticos de la zona, que recuerdan en público a Mbaye como a un héroe civil.

Tampoco es eso. Un poco mas allá, un artista del spray decora la calle Embajadores con el mural de un mantero que atraviesa un alambre de espinos. El lema tampoco se olvida fácil : «A nuestros vecinos sin derechos». Y aquí quería yo llegar. ¿Quiénes son, alcaldesa, en ese barrio populoso y bullente, los vecinos sin derechos? Porque a este rincón de quejas urbanas nos llega a menudo que los vecinos del foro, o sea, la señora jubilada del quinto y el carnicero fijo de la esquina, o sea, los vecinos del Madrid de toda la vida están todos entre hartos y muy hartos de que el Ayuntamiento cuide y hasta ensalce a los recién llegados y relegue a la indiferencia a los veteranos del vecindario, cuando no al puro olvido. Un detalle más le añado, señora, por ilustrar este esnobismo de la inmigración. En el pasado agosto, en las fiesta del barrio, dio el pregón un elocuente que se decía jefe mayor del sindicato de manteros. Sólo le faltó llamar racistas a los asentados del lugar, y arriesgar que el barrio es suyo. Que, a lo mejor, hasta lo hizo.

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