Noches del botánico

Ana Belén, un regalo de vida

La cantante recibe a su caluroso público madrileño sobre el escenario de las «Noches del botánico»

Álvaro Alonso

Ir a ver a Ana Belén, como ella recuerda al público que llena el Botánico de Ciudad Universitaria en la segunda de las noches de esta nueva edición veraniega, con visos de clásica en la capital, por entorno, por sonido, por suave brisa nocturna, tan disfrutable para la música en directo, es encontrarse con amigos de la quinta del 53. Que como dice la gran cantante y actriz, no hemos salido tan mal parados, teniendo en cuenta la educación recibida. Todas esas carencias. Ana Belén contacta de tú a tú, se toma su tiempo entre canciones, llena por completo el escenario y es dueña de la escena.

Los músicos están en un medido segundo plano, a veces protagonistas en sus solos de saxo, de piano, de contrabajo, de tres cubano, de congas o de batería, pero sirven a la dama que sale puntual al escenario con el micro en la mano, paseando, como si la hubieran parido allí arriba, así son sus tablas. Recuerda Ana Belén cuando su madre por fin se dio cuenta que lo de su hija iba en serio, que lo de ser actriz no eran pájaros en la cabeza, o sí, pero la tenía tan llena que no pudo más que decirla: «por lo menos, paga lo tuyo, que para eso te están pagando».

Han pasado muchos años, pero Ana Belén no agobia con nostalgias, lo tiene todo medido, calculado, con la disciplina sobrecogedora de una niña de sobresaliente con puntilla de las de antes. Dylan decía de Joan Baez que era como un meteorito, y lo sigue siendo. Ana Belén es nuestra Joan Baez de Lavapiés, la niña a la que su padre decía: «Nos vamos de vacaciones». Y aparecían en El Pardo, poniendo una manta en el prado agostado. Lo de irse a Alicante era como una quimera. Ana Belén nos va contando cosas, presentando las canciones de su último álbum, elegante, acústico, muy orgánico, con ligeros destellos eléctricos, variado, donde destacan dos canciones de Fede Lladó, uno de esos milagros. Fue la hermana de este compositor, quien les pasó dos canciones sorprendentes, que Ana ha incluido en su nuevo disco, «Vida».

Fede murió en 2013, por lo que como dice ella, nunca sabremos lo que podría habernos dado. Canta «Quién manda ahí fuera» y la muy Carole King «Soy lo que soy». Antes, Ana había abierto con «Vida», voz impecable, bajo eléctrico, saxo, batería teclado, una banda soberbia, a la que como pero cabe poner el no desmelenarse en ningún momento, el exceso de milimétrico control sobre la nota, el acorde, el tono o la intensidad ensayada, lo que en ocasiones encorseta a los músicos en exceso. Arranca a sonar una guitarra con un solo a lo Carlos Santana, suena un sonido Hammond, bastante setentero, algo que se agradece.

El público mantiene y mantendrá un silencio de concierto de clásica, respetuoso y entregado a la diva, que canta: «Yo me iré desnuda, igual que nací», como salida de un verso de Salinas. Es «Desde mi libertad», uno de los momentos culminantes de la noche, autoafirmación que en boca de esta mujer valiente suenan a verdad. Porque aunque soy un volcán, nunca me enseñaron a volar. Cae la noche sobre el Botánico, salen las estrellas, sopla la brisa, y Ana habla de la vida, que es un regalo. Hay que celebrar que estamos vivos, porque como decía la Martín Gaite, «lo raro es vivir».

Ana Belén se mueve, baila, canta, como una niña, como si hubiera hecho un pacto con el diablo. Y te la crees, desde su calculada interpretación, porque su verdad está en que siente y vive lo que hace, ves que siente la música en todos sus poros, con sensualidad, y eso no se puede fingir. Ha conseguido hacer, no de la vida un sueño, sino vivir un sueño de vida. Tal vez por eso tantos la admiran y tantos la pueden llegar a envidiar. Ana sigue a lo suyo, sin bajar el listón ni un segundo, en un nivel altísimo de calidad todo el concierto.

Ahora toca recordar al pianista magnífico Michael Camilo, a Fernando Trueba y la película «Sé infiel y no mires con quien», donde trabajaron juntos. Suena «La salida no es por ahí», en un swing latin bop muy curioso y vacilón, que casa mal con los asientos. Ana homenajea a Carlos Berlanga, haciendo acto seguido una versión de su “Cómo pudiste hacerme esto a mí”, muy teatral, más jazzy, divertida. Y a partir de ahí todo fue hacia arriba, con «A la sombra del león», acaso la más aplaudida, con una excelente voz, muy expuesta, los «Cuentos para dormi», tierna historia, que recordaba a las Vainica doble, «Contamíname», sin mención a Pedro Guerra. Misterio. Para dar un doble mortal con pirueta al concierto con la canción, interesante, por sus aires mediterráneos, que abre el nuevo disco: «Isla que habitas en mí», con crecientes posibilidades en directo. El final fue ya de clamoroso barullo y aplausos, a partir de «Peces de ciudad». Lo del «Hombre del piano», «Derroche» y «Solo le pido a Dios», ya se lo pueden imaginar, Ana Belén regalando vida. Que sea por muchos años y nosotros lo podamos ver.

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